Creadores de álbum ilustrado: Mirarse el ombligo sin morir en el intento
Por Paloma Sánchez Ibarzabal.
El otro día, en un blog sobre álbum ilustrado infantil, alguien criticaba que muchos de sus creadores (escritores e ilustradores) no creaban pensando en el niño, sino “mirándose excesivamente el ombligo”. No le parecía a este bloguero que la estética o las historias de muchos álbumes infantiles actuales fueran los más adecuados para dirigirse a un público infantil.
“¿Estamos descuidando a los niños?…- se preguntaba- ¿el ilustrador y/o escritor infantil se miran demasiado el ombligo?…. ¿Las editoriales buscan agradar a sus lectores jóvenes dándoles títulos que les enriquezcan la infancia, o más bien buscan premios que les conviertan en superventas en Ferias del Libro y Navidades varias?…”.
Me dejó pensativa esta crítica y estuve sopesando lo que había o no de cierta en ella. Muchas preguntas se me agolpaban. ¿Es bueno o es malo que el creador se mire el ombligo? ¿Debe un creador pensar, a la hora de crear, en el público al que se dirige, o bien debe crear sin estar condicionado por ningún otro interés más allá de la propia creación que deberá “nacerle”?
“Mirarse el ombligo”, “pensar en los niños”… ¿Son incompatibles estas realidades? ¿A dónde se supone que debería mirar el creador? ¿Al ombligo del lector, al de la editorial, al ombligo financiero (cálculo de sus ganancias), al de la moda (que va y viene con las estaciones)…? ¿Puede un creador, que se precie como tal, dejar acaso de mirarse el ombligo?
Recordé entonces que el poeta Juan Gelman dijo en una ocasión: “un escritor que dice escribir pensando en el lector, se engaña a sí mismo y al lector”. ¿Tendrá razón Juan Gelman, aplicando su teoría a la creación infantil?
Por otra parte, en más de una ocasión, leyendo ensayos o entrevistas, me he encontrado con opiniones de autores consagrados, de críticos literarios, o de expertos en la cuestión, que expresaban la idea (cada cual con sus palabras) que… toda obra de arte que pretenda serlo debe nacer de las entrañas de su creador, y no de cálculos externos de otra índole. Si tenemos en cuenta esta experta recomendación, no es de extrañar que el creador, no solo quiera, sino que deba mirarse el ombligo.
Y es que, ¿no es precisamente tras el ombligo donde se encuentran “esas entrañas”? ¿Ese lugar donde toda “criatura” se engendra, se desarrolla, se alimenta a través de ese “cordón umbilical” que le une al alma de su creador? ¿Cómo se puede responsabilizar a un creador de “no acomodarse” a las exigencias del mercado, a los gustos de los mediadores, a los gustos de los receptores…?
Pensemos en lo que hicieron los grandes creadores en su momento, y cómo lograron que avanzara el arte a lo largo de la historia. Por ejemplo, el mismo Van Gogh. Si Van Gogh hubiera pensado en los intereses de su público a la hora de pintar probablemente habría sido más feliz, hubiera satisfecho las demandas de moda de la gente de su época, se hubiera atenido a los cánones ya establecidos como “correctos, adecuados y comprensibles” para un público determinado, hubiera vendido cuadros…. pero, evidentemente, toda su obra, tal como la conocemos, no existiría. Si Van Gogh no se hubiera mirado el ombligo, Van Gogh no sería Van Gogh.
El creador debe crear con independencia, lo que le venga en gana, crear lo que le nace de las entrañas. Mirarse bien esas entrañas para ver qué habita en su interior, eso único que solo el creador y nadie más que él puede ofrecer… Y luego…, con la obra terminada, es a otros (editores, libreros, bibliotecarios, profesores o padres…) a quienes corresponde orientar o dirigir la obra hacia determinados receptores: infantiles, jóvenes, adultos….colecciones editoriales….
Es cierto que hay “formas” de expresión que por su especial estética conectan más (masivamente) con el público infantil. Pero no debemos olvidar que los gustos estéticos son fruto de una “educación” de la sensibilidad frente al arte, responsabilidad del adulto. ¿Debemos privar a los niños de “otras formas” consideradas más complejas o menos infantiles? No creo en la absoluta separación de “un arte para niños” y un arte para adultos. ¿En los museos hay salas específicas para público infantil? ¿Puede un niño visitar un museo? Claro que sí, con una orientación adecuada del adulto. ¿Por qué poner entonces límites al álbum ilustrado que se sale de la “forma tradicional exclusivamente infantil”?
Enfrentar a los niños a formas no absolutamente “definidas o delimitadas” como “adecuadas a su edad” supone enfrentarles con una puerta tal vez cerrada, pero que ellos mismos sentirán curiosidad por abrir. Exigir que el creador se “ajuste” a lo exclusivamente “infantil” puede suponer un “rebajar las exigencias” (expresivas) a límites a veces de lo ridículamente entendible, o procurar un falso y peligroso proteccionismo de su sensibilidad. ¿El arte debe ser absolutamente obvio? ¿El arte debe protegernos de ciertas emociones? El mediador con un mínimo de sensibilidad no tendrá miedo de lo “incomprensible”, porque sabe por experiencia propia que lo obvio se olvida pronto, mientras que lo oscuro permanece en el interior hasta que logramos iluminarlo.
Tal vez solo si desde el mundo de los adultos dejamos de prejuiciar y de intentar controlar en exceso lo que interesa o no a un niño pueda el lector infantil comenzar a disfrutar de “ese otro tipo de álbumes” cuyos creadores tanto se miran el ombligo.