El cuchillo manchado de cebolla
Por Recaredo Veredas.
En el muro de Facebook de la editorial Caballo de Troya, dirigida por Constantino Bértolo desde su fundación, el veterano editor, o su representante virtual, ha vuelto a plantear el eterno dilema: ¿Se debe cortar el pan con un cuchillo que huele a cebolla? ¿Deben los escritores hacer crítica literaria? Como ustedes, mis sabios lectores, pueden apreciar, el autor del aforismo busca la vinculación de las dos cuestiones. Así pues, equipara un acto deleznable, como es cortar rebanadas con un cuchillo que acaba de seccionar una maloliente cebolla, con la mezcla de escritura crítica y narrativa en un mismo autor.
Si los narradores no se dedicaran, aunque fuera de manera ocasional, a la crítica, el periodismo literario ganaría en pulcritud pero también perdería la opinión de aquellos que están más capacitados que nadie para evaluar el trabajo de sus compañeros. Por conocimiento de la herramienta con la que trabajan a diario y de sus limitaciones. Lo dicho no va en demérito de los críticos puros que, en casos puntuales -por ejemplo, el del propio Bértolo- poseen la mirada y los conocimientos suficientes para evaluar obras narrativas. Sin embargo, los críticos puros son tan escasos como los concejales de obras públicas honrados. Un amplio porcentaje de los que así se autodenominan son escritores frustrados y, como tales, sufren la inquina que provoca el fracaso y la lenta putrefacción de la novela que esconden en un cajón o en una esquina de su conciencia. Dicha obra o ha sido sistemáticamente rechazada o ni siquiera, por cobardía, se ha movido de sus cómodos aposentos. Por otro lado, la mayor parte de los críticos puros sin obra –real o soñada lo que, como dijeron Schniltzer y Kubrick, viene a ser lo mismo- suelen ser filólogos, cuya mirada no está contaminada por el mercado sino por la vetusta tradición universitaria. Dicho lo cual, planteemos la más leninista de las cuestiones: ¿Qué hacer?
El crítico y escritor Vicente Luis Mora parece consciente del problema: al final de cada reseña menciona los vínculos personales que le unen a la editorial publicante y a su autor. Tan honesta actitud limita los daños. Sin embargo, no tiene en cuenta dos factores esenciales: las inevitables prioridades futuras y las rémoras del pasado. El joven novelista es un profesional independiente y, como tal, nada en una charca repleta de barracudas que desean devorarle. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, debe exhibir un paño sanguinolento para que las barracudas se aproximen. Tan mediocres metáforas aluden a la perpetua necesidad de adaptación del escritor. Quien no se adapta cae, devorado por el impulso tsunámico de los nuevos tiempos*. Por lo tanto, en muchos casos, aunque el reseñista-novelista no conozca al autor ni a la editorial, le gustaría hacerlo y sus elogios responden a un deseo oculto más vigoroso que una débil amistad. Al contrario, también resultan frecuentes las omisiones injustificadas: frente a un libro espléndido el novelista opta por evitarlo a causa de cuitas pasadas, envidia o, simplemente, porque la editorial no entra en sus planes de futuro. Como vemos, la actitud perfecta no existe. Dentro de las imperfectas, la de VLM es una de las mejores. Otra opción es la de, por ejemplo, José María Guelbenzu que, salvo excepciones, reseña obras de autores más que muertos. Nada hay que objetar a la actitud de tan veterano intelectual, salvo que su generalización promocionaría la lectura de obras que, aun siendo de elevada calidad y recomendable lectura, impiden el merecido brillo de nuevas referencias.
En la presentación de Literatura para izquierdas, de Damian Tabarovsky, escuché una sabia reflexión**. No la recuerdo con exactitud, pero venía a decir: La afirmación “un ochenta por ciento de los novelistas están vendidos” sería aprobada por todos, porque todos nos consideraríamos dentro del 20 por ciento de pureza. Todos los críticos literarios asumen el predominio de la corrupción pero, lógicamente, nadie se considera corrupto. Exigirle a alguien que declare contra sí mismo es absurdo. Como también lo es pretender que delate, como si fuera Elia Kazan, a los colegas con quien comparte intereses pasados, presentes o futuros. Quien lo hace, quien desvela nombres y practica la crítica caníbal, asume riesgos y ocupa una posición de vanguardia que, supongo, debe ser muy excitante. Sin embargo, tarde o temprano, cae en la contradicción. Así ocurre cuando sus estrictos criterios resultan incompatibles con sus propios intereses. En cualquier caso, la posición de los puritanos es mucho más digna que la actitud de quienes, sin revelar un solo nombre, combinan continuas llamadas a la pureza y la voraz defensa de sus prioridades. Tal actitud es incompatible con el capitalismo postmoderno –a cuya estructura pertenecen, por mucho que les pese- que mancha de cebolla a cualquiera que se tome un simple canapé en una presentación.
La credibilidad de la crítica literaria se halla bajo mínimos. El lector está harto de que aparezcan quince obras maestras cada mes. La prueba es el escasísimo impacto que una reseña laudatoria tiene en las ventas de cualquier novedad. Aunque aparezca en el antaño influente Babelia. Todas las reseñas apestan a cebolla. Cualquiera, aunque sea justa y necesaria. La solución: las medidas imperfectas. Limpiar con mimo el cuchillo, aunque siempre quede un rastro. Y, sobre todo, escoger cebollas frescas, cultivadas con dedicación.
* Lo mismo le ocurre a los abogados, a los aparejadores y a cualquiera que no emigre a la estepa de Mongolia y se dedique a cultivar alfalfa. El capitalismo postmoderno nos alcanza a todos.
**No es en absoluto nueva pero siempre reconforta recordar lo obvio.
Bastante de acuerdo. Y añado un par de reflexiones más.
A mi entender la gente no sólo está harta de Babelia porque se descubran 15 libros del año a la semana. El problema no es (o no es sólo) la benevolencia de la crítica. El problema es que son escasísimos los críticos de Babelia capaces de hacer un trabajo serio. ¿Reseñan libros sin leerlos? Sí, por supuesto. Pero sobre todo, cuando los leen no los entienden, o se quedan en la superficie, o se muestran incapaces de dar forma a una crítica ordenada, inteligente, profunda de verdad y que diga algo nuevo…
Por otro lado, al sr. Veredas se le ha olvidado otro tipo de crítico (o de mal del crítico), muy extendido. El que siempre quiere tener razón. Un ejemplo: Fernando Valls. El que por encima de todo quiere imponer su criterio, infalible, autocrático, absoluto y planetario. El que ejerce la crítica literaria como una forma de poder.
En este país tenemos un problema con todo esto.
Gracias por el artículo.
No te han publicado el libro en Menoscuarto, eh. Pobrecico. Los demás también podemos ser tan valientes como tú y enlazar nuestro comentario al correo a la Universidad de Salamanca.
Como cualquiera puede comprobar, en mi intervención de más arriba decía que estaba del todo de acuerdo con Recaredo Veredas, a quien además daba las gracias por el artículo. Sólo he abundado en más opiniones semejantes, sin meterme con nadie. Si embargo el tal Antonio José carga gratuitamente conmigo. Les rogaría a los responsables de la página que comprobaran la IP del anónimo, porque me temo que se trata de Juan Carlos Márquez, que tiene fijación conmigo desde que se me ocurrió decir (oh, flagrante crimen!) que no me había gustado su libro. Soy Jose Antonio Merlo, profesor en la Universidad de Salamanca, para quien pueda necesitar algo de mí. ¿Necesitáis mi DNI? ¿Teléfono?