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Japón o la pupila de fuego

Por Gonzalo Muñoz Barallobre.

La esfera roja que aparece en la bandera de Japón se ha convertido en una pupila de fuego. La tierra, mientras dormía, se ha movido y ha mostrado, en uno de los países más desarrollados, cual es nuestra verdadera medida. Como diría Nietzsche en una actitud muy pascaliana: polvillo de polvo.

Este país, ahora, se apellida holocausto, que en su sentido etimológico significa “todo quemado”. Abrasado por la fuerza del agua, en carne viva, ha sido borrado como nosotros borraríamos de un solo manotazo un dibujo hecho con arena.

La tierra de los samuráis y del zen ahora tiembla por dentro. El miedo lo impregna todo y la tierra no da tregua: las replicas no cesan. Y cuando la vida se asusta, el pensamiento, después de una parálisis inevitable, se pone a funcionar, y entre los primeros frutos que ofrece está la siguiente pregunta: ¿qué ha aportado el hombre a esta catástrofe? La respuesta es tremenda: un desastre nuclear. Y es que las inmensas pantallas que cubren los edificios de Tokio, vomitando permanentemente imágenes, publicidad en la mayoría de los casos, no se alimentan de sueños.

La mayoría de los próceres de la energía nuclear esgrimen el mismo argumento: para que el progreso puede continuar necesitamos energía barata y rápida. Claro, la pregunta salta de manera inmediata, ¿qué progreso? Lo único que yo veo es un caminar ciego y engéndrico. ¿Todavía creen en ese mito ilustrado? ¿No han aprendido nada de impagables lecciones que la Historia nos ha dado? Tienen prisa pero no saben a dónde van. No lo saben y lo peor es que creen saberlo. Piensan que el camino se muestra solo, es más, que anda por ellos. Pero eso no es así, debemos detenernos y mirar el camino recorrido, el zigzag que han dejado nuestras huellas, y pensar hacia donde debemos ir. No confiarse a la suerte y, mucho menos, a una mano invisible y protectora. Y es que, aunque no puedan creerlo, el verdadero progreso no viene sólo ni es sinónimo de desarrollo técnico. Por eso, antes de afirmar,categóricamente que hace falta energía rápida y barata, deberían responder a la siguiente pregunta: ¿para ir hacia dónde?

En Japón, la Naturaleza nos ha recordado nuestra medida y nos está enseñando la terrible aportación que han hecho nuestras necesidades energéticas. Un precio demasiado alto que seguiremos pagando para iluminar nuestras ciudades. Ciudades, cuyos excesos, devoran el brillo de las estrellas. Curiosa metáfora, ya que antiguamente ellas eran el mapa con el que nuestros antepasados se guiaban. Pero nosotros no tenemos ni un mapa ni un lugar hacia el que ir. Corremos por correr, en nuestro viaje a ninguna parte. Que cada cual haga cuentas, que mire en su pecho, dentro, y que deje fluir lo que siente cada vez que pisa la calle y se entrega a esa corriente anónima. Y si no siente nada, entonces, será el más perdido de todos los que estamos en este laberinto. Un laberinto al que no hemos dotado de salidas y sí de amenazas terribles como las que hoy entran en nuestros hogares a través de la televisión.

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