No sé cuántas veces he leído este fragmento de Nietzsche. El caso es que en todas ellas he vibrado de manera distinta. Ahora, será un placer compartirlo con nuestros visitantes:
«Suponiendo que un día, o una noche, un demonio te siguiera a tu soledad última, y te dijera: esta vida, tal como la has vivido y estás viviendo, la tendrás que vivir otra vez, otras infinitas veces; y no habrá en ella nada nuevo, sino que cada dolor y cada placer y cada pensamiento y suspiro y todo lo indeciblemente pequeño y grande de tu vida te llegará de nuevo, y todo en el mismo orden de sucesión, también esta araña y este claro de luna entre los árboles, y este instante, y yo mismo. El eterno reloj de arena de la existencia es dado la vuelta una y otra vez, ¡y tú con él, polvillo de polvo! Suponiendo que así te hablara un demonio, ¿te arrojarías al suelo rechinado los dientes y maldiciendo al demonio que así te habló? O has experimentado alguna vez un instante tremendo en el que contestarías: “¡eres un dios y jamás he oído decir nada tan divino!”. Si esa noción llega a dominarte, te transformará y tal vez te aplastará. ¡La pregunta ante todas las cosas -¿quieres esto otra vez, infinitas veces?- pesaría como el peso más pesado sobre todos tus actos! O si no, ¿qué categóricamente tendrías que llegar a decir sí a ti mismo y a la vida para no aceptar nada más anhelosamente que esta ratificación última, eterna?».
Nietzsche, La gaya ciencia.
Un texto que, de nuevo, hace patente la gran herencia schopenhaueriana recogida en el pensamiento de Nietzsche: «La tierra da vueltas del día a la noche; el individuo muere: pero el sol brilla sin cesar en un eterno mediodía» (MVR I, § 54). «En la poesía lírica de un auténtico poeta se retrata el interior de toda la humanidad y de todos los millones de hombres pasados, presentes y futuros, al acertar a expresar en su poesía lo que los hombres han sentido y sentirán en esas mismas situaciones que se repiten continuamente» (MVR I, § 51). «Por doquier el genuino símbolo de la naturaleza es el círculo al ser el esquema del retorno» (MVR II, Cap. 41). Y en un fragmento de juventud, inédito y que me permito traducir (fechado en 1816): «No hay ningún futuro después de la muerte, de la misma forma que no existe ningún pasado anterior a la vida. Empero, sí hay un eterno presente [nunc stans] en el que la voluntad de vivir se manifiesta y del que no podemos evadirnos, en tanto que nosotros mismos somos esa voluntad. Su objetivación se manifiesta siempre como presente, que corta un tiempo infinito. Permanece fijo como un perpetuo mediodía sin el frescor del anochecer, como ese sol que arde sin interrupción mientras parece declinar al hundirse en el seno de la noche».
Sin duda, pero a mí el espíritu moral del fragmento me parece más bien estoico: amor fati -y cosmológico: apokatástasis to pantón…
Amor fati! ahí está la clave!
Pues a mí me recuerda una película que por aquí se llamaba «El día de la marmota».
¡Grandísima película! Si los días se repitiesen todos iguales, y el suicidio no fuese posible, no quedaría más remedio que ser buen chico. Pura lógica, quizá la que impulsaría a un dios finalmente benevolente…
que cuento tan fantastico