Medio ambiente
Por Ignacio González Barbero.
Toda concepción, implícita o explícita, sobre el mundo, se halla incardinada en una tradición interpretativa que se realiza a través de nuestro mirar y vivir lo que nos rodea. Este vivir es acción, a saber, habérselas con el mundo. Nuestras prácticas, por tanto, reflejan los principios inherentes a nuestra cultura, la ideología que la sustenta.
Si atendemos al ecosistema planetario, observamos que es una estructura donde cada parte está íntimamente relacionada con las demás. Si algún elemento se resiente, el sistema se debilita. Cualquier variación se manifiesta en el conjunto de una u otra manera. Considerando nuestro ser no es difícil concluir que, en tanto que animales, somos una pieza más dentro de ese todo natural. Los actos que llevamos a cabo, en consecuencia, no se producen en un limbo aislado que no genera efectos, sino que determinan necesariamente el presente y el futuro del medio ambiente.
Sin embargo, de nuestras acciones, tanto a nivel cotidiano como industrial, nunca se sigue la conciencia de este claro y distinto hecho. La enorme cantidad de residuos tóxicos vertidos a todos los medios de vida, el trato dispensado a los seres vivos que nos acompañan en el planeta, añadidos a la explotación abusiva y asfixiante de los recursos naturales ,componen los usos comunes de nuestro ritmo de vida, que traslucen un ideario definido.
Éste se puede representar como una ética de la dominación, que convierte lo dado, el medio ambiente, en un objeto indiferenciado, en un lugar neutral donde no se producen daños a tener en cuenta. Lo natural es un objeto escindido y enajenado de nuestra condición. Es, como decimos, un hecho objetivo, está puesto fuera de nosotros, lo que no nos dota de una moral compasiva hacia su realidad. No sentimos el medio ambiente como propio.
Esta concepción está fundamentada por los axiomas del desarrollo económico capitalista, el cual genera una espiral de crecimiento que está quebrando la lógica del equilibrio que había sido esencial en la relación entre el hombre y el planeta hasta el auge del liberalismo. La velocidad de nuestra producción es tan frenética que no dejamos espacio ni tiempo para los procesos naturales. Así, se están acelerando e intensificando cambios ecológicos típicos de nuestro planeta: la extinción de especies animales y vegetales y el aumento de la temperatura media global son los dos ejemplos más paradigmáticos.
Las consecuencias de las que hablamos no sólo son relevantes para la estabilidad del sistema medioambiental, sino para nosotros mismos, en tanto que parte de él. Darse cuenta de esto lleva a plantearse la necesidad de un profundo cambio de mentalidad, que plantee una manera de vivir y producir radical y estructuralmente distinta de la que ahora practicamos todos.