¿Libertad de prensa?
Por Carlos Javier González Serrano.
A finales de 2010, la editorial cántabra Quálea publicaba el libro de Kiku Adatto (experta analista de la sociedad actual americana), Imagen Perfecta. Vivir en la era de la foto oportunista. Esta obra reveladora denuncia, en su conjunto, la histórica y creciente banalización y comercialización de la imagen mediática a manos del poder político y los medios de comunicación en las democracias occidentales. Ya en las primeras páginas de la “Introducción” explica la autora que no sólo podemos mirar el mundo, sino ser a la vez mirados: nos encontramos constantemente expuestos a otros (cuya identidad desconocemos en la mayoría de las ocasiones). En definitiva, «la capacidad documental de la cámara se ha incrementado notablemente, pero no sólo tiene el don de falsear la información, sino también de falsearnos a nosotros mismos». K. Adatto habla de una nueva cultura en la sociedad americana contemporánea: al estar tan atentos de la pose, llegamos a mantener una verdadera lucha con la realidad y el artificio que constituye la imagen. Así pues, un mundo de imágenes férreamente controlado, donde la realidad y el artificio se han fusionado, y donde la información ha escapado ya lejos del control de los ciudadanos. ¿Somos lo que aparecemos?
Paralelamente, echando un vistazo hacia el pasado, podemos recordar la invención de la imprenta a manos de Gutenberg (circa 1440), que permitió la rápida impresión de un gran número de ejemplares de cualquier texto: comenzaba así la batalla por la libertad de prensa, y en general, por la libertad de expresión. Hasta aquel momento, los libros se difundían a través de copias manuscritas, normalmente realizadas por frailes y monjes cuyas únicas tareas eran el rezo y la propia reproducción de documentos. Pero, ¿se ponía en circulación cualquier libro? Desde luego que no, de igual forma que la información que hoy conocemos acerca del mundo se halla fuertemente condicionada y manipulada por el poder político de turno o por la ideología de la empresa que mantiene tal o cual cadena o periódico.
Las primeras victorias en la contienda que, por tanto, hoy sigue muy vigente al respecto de la libertad de prensa, fueron alcanzadas en la Inglaterra del siglo XVII a hombros del poeta John Milton, gracias a aquel inmortal discurso que dirigió al Parlamento inglés, y que tituló Aeropagítica. Como decíamos, la censura de Estado en Inglaterra acompañó desde el primer día de su invención a la imprenta de Gutenberg: los poderes establecidos impedían sistemáticamente la reproducción y difusión de aquellas obras en las que aparecieran ideas contrarias a ellos. Milton propugnó, al contrario, la necesaria dialéctica que ha de darse entre la verdad y la mentira, de cuya pugna siempre saldrá victoriosa la primera. Ahora bien, para ello es preciso que la Verdad tenga libre acceso a la realidad, es decir, que su testimonio pueda ser comunicado -y comunicado libremente.
Os dejamos, a modo de homenaje, un extracto de la Aeropagítica de Milton en el que el autor expone la tesis de que censurar las ideas de un hombre supone, literalmente, llevar a la muerte a su autor: el libro como portador de vida (¿podría erigirse una crítica contra el imperio inminente de los llamados e-books a partir de estas líneas?…):
«Porque, evidentemente, los libros no son materia absolutamente inerte; por el contrario, llevan dentro una vida potencial que los convierte en tan activos como puede ser el espíritu mismo a cuya raíz pertenecen; más aún, conservan, como en un matraz, el extracto más puro, la quintaesencia de la inteligencia viviente que les ha dado el ser. […] [S]i no se anda con cuidado, matar un buen libro es, caso, matar a un hombre. Quien mata a un hombre está arrebatando la vida a una criatura racional, trasunto de Dios; pero quien destruye un buen libro está matando la razón misma, está acabando, iba a decir que a través del ojo, con la propia imagen de Dios. Muchos hombres no pasan de ser un peso sobre la tierra; un buen libro, en cambio, es la valiosa y vivificante sangre de un espíritu excelso, voluntariamente remansada y atesorada para una existencia mucho más duradera que la vida misma. […] [E]l paso de los siglos, que no nos devuelve una verdad que ha sido extraviada, sí hace, a veces, que la falta de esa verdad haya conducido a naciones enteras a un destino desgraciado. Debemos, por tanto, ir con mucho tiento a la hora de desatar persecuciones contra los trabajos aún vivos de los hombres públicos, así como contra aquellas actividades propias de una vida sustanciosa, que se guardan y almacenan en los libros, si vemos, como así es, que puede haber en ello una suerte de asesinato, incluso a veces de martirio, y […] la ejecución no se ciñe a la muerte de una vida elemental, sino que hiere el corazón de la quintaesencia espiritual, el aliento mismo de la razón; es decir, que es una agresión que hiere más la inmortalidad misma que una vida».
«Muchos hombres no pasan de ser un peso sobre la tierra»
¡Qué profunda filosofía encierran estas palabras! ¡Qué gran Milton!
Habría que frecuentar más los clásicos… de todas las épocas.