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Cuentos rusos: la antología de la Rusia desconocida, de Francesc Serés

Por Cristina Reglero

Cuentos Rusos, Francesc Serés. Mondadori. 240pp. 17,90€

Pensemos en literatura rusa: quien más y quien menos recibirá en su cabeza la visita de nombres como Tolstoi, Chekhov, Pushkin, Turgenev o Dostoyevski, representantes todos ellos de lo que fue probablemente el período más fructífero de la creación literaria y pensamiento rusos. Pero, ¿cuántos podríamos nombrar siquiera un solo título que sirva de referencia a las letras nacidas en Rusia más allá del dorado s.XIX?

En esta antología de Cuentos Rusos, Francesc Serés nos presenta a Ola Yevguénieva, Vera-Margarita Abansérev, Iósif Bergchenko, Vitali Kroptkin y Aleksandr Vólkov, cinco autores que ponen cara a la Rusia del después, a la Rusia casi fantasma que no sabríamos describir con más palabras que aquellas que hablan de comunismo, espías, capitalismo, viajes lunares y Perestroika.

La ficción

Pero estos autores no existen, y su Rusia “natal” podría ser cualquier otro lugar. Serés ha dado a luz a cinco escritores que, unidos en esta antología ficticia, nos muestran un país que bien podría no existir.  Los ha dotado de vida: una biografía, una bibliografía e incluso un estilo propio, y sus plumas nos hablan, ahora sí, de otros personajes, unos que viven simplemente allí donde se hable de trabajadores incansables e ingenieros brillantes, de hermosas tradiciones, de un régimen y una sociedad que tan solo existe en los panfletos.

Los personajes de los Cuentos rusos –leemos en la contraportada- “no padecen angustias existenciales francesas” (me viene a la cabeza la famosa pirámide de Maslow donde el deseo de autorrealización se reserva para la cúspide y sólo se aspira a ella cuando el resto de necesidades, primero fisiológicas, después de seguridad y afecto están cumplidas). En esta Rusia no hay lugar para los debates filosóficos. Son éstos los personajes terrenales, profundamente físicos, que construyen la historia viva de un país.

La incierta transición

Y, curiosamente, muchos de los cuentos que pretenden mostrarnos a base de pinceladas la transición de una Rusia desconocida nos dejan al final una sensación de estancamiento algo kafkiano: el del astronauta que, entrado en órbita, tiene como destino el constante girar sobre un mismo punto que se antoja inalcanzable; el del espía soviético que gasta sus años a la espera de la próxima misión. La inmovilidad de los funcionarios del Registro que ordenan una y otra vez los mismos viejos-nuevos archivos. Una eterna transición. Un presente en continuo avance y retroceso y que va más allá de nacionalidades.

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