Encuentro en el Subsuelo
Por Óscar Sánchez Vadillo.
Hubo una efímera ocasión en la que los destinos de Dostoyevski y Nietzsche estuvieron a punto de cruzarse. Fue en Alemania, donde el escritor ruso comenzaba su aciago destierro por Europa occidental perseguido por los sumados espectros de sus desgracias familiares, el eclipse de su popularidad literaria y la “caza del hombre” por impago de deudas. El infortunado recaló en Dresde; a menos de una hora de allí, en Naumburgo, paraba un valetudinario Nietzsche que siempre mostró por el novelista una fortísima afinidad que vendía muy cara a todo otro hombre de letras de su tiempo. Quién sabe, quizá hubiesen saltado chispas del encuentro, o quizás no. Al fin y al cabo, en ese momento los dos eran temperamentos apasionados pese a todo, condenados a pensar a la contra de un siglo que odiaron con la pasión del desengañado, humillados y ofendidos a la sazón por un público lector que se mostraba tozudamente remiso a otorgarles la comprensión que sólo hubiesen podido ofrecerse mutuamente, y, más que nada, solitarios, profundamente solitarios. Porque, en realidad, bajo la máscara de su escritura tonante, Friedrich Nietzsche era un hombre que valoraba las escasas oportunidades de amistad que tenía hasta rozar el candor y el derramamiento de lágrimas; y Fiódor Dostoyevski, por su parte, estaba, como poco, tan familiarizado como él en lo que a producir febrilmente páginas y más páginas en condiciones de dura enfermedad intermitente se refiere…
No obstante, aquella cita que pudo fácilmente tener lugar, pero que fue hurtada por la suerte, se ha hecho sin embargo realidad en la imaginación de múltiples comentaristas que han reunido sus obras en el sentido de representar casi al tiempo la primera manifestación consecuente del nihilismo europeo. En este sentido, son los Apuntes -o Memorias- del subsuelo de Dostoyevski el libro que, en mi opinión, más coincidencias intelectuales establece entre ambos, más allá o más acá del problema moral de la muerte de Dios. Su tema principal es el de las tortuosas relaciones existentes entre el ser concreto y el Ideal -o, si se quiere, “los ideales”-, e indiscutiblemente esta es la questio disputandi más querida de Nietzsche y la misma, por cierto, que ha querido verse reflejada en la obra de Cervantes desde que la crítica alemana romántica posó su vista sobre las desventuras del vapuleado hidalgo. Y es que parecería que Dostoievski trató en los Apuntes… de reescribir un Quijote leído desde esta clave romántica, al menos en un punto: el origen de la singular dolencia del hombre subterráneo consiste en que ha leído demasiado acerca de lo que él denomina “lo bello y lo sublime”. Con el alma zafia de Sancho Panza, un lector del equivalente decimonónico de las novelas de caballerías manejadas por Alonso Quijano se transforma, 250 años después de Cervantes, en un personaje cínico y ruin que al igual que el original no conoce más hazañas que las que protagoniza el ridículo.
Personaje, además, que es nadie, pues carece de nombre de pila y del patronímico típicamente ruso, aunque su hábitat y su lengua -torrencial, inagotable, según Dostoyevski- poseen uno bien preciso: el Subsuelo. Qué se cueza en el subsuelo y cual sea su sucio lenguaje en relación con la gramática cristalina del Ideal, es algo sobre lo que Nietzsche tuvo, en efecto, mucho que decir –y a este respecto existen pasajes en Genealogía de la moral casi calcados de las imágenes de Dostoyevski, como cuando se habla del “oscuro taller del Ideal” o del “subsuelo de los instintos”… Sea como fuere, lo que quedó de ese no-encuentro físico fue ese texto exasperado y exasperante cuyo asunto de fondo, después de todo, versaba sobre la voluntad entendida como instancia opuesta a la aparente sensatez de una regulación humana general y unívoca de los espacios sociales de la libertad, reclamando a ésta más bien como la forma consumada de la absoluta posesión de sí mismo así como de la lucha por el derecho a forjar los propios deseos. Luego, en fin, sus vidas tomaron caminos muy distintos (tanto como los que puedan alejar la muerte del stárets Zosima de las danzas de Zaratustra), pero lo que no pudo ocurrir aquel día en Alemania sucedió sin duda allí donde nadie podría fisgar: silenciosamente, como en una suerte de comunión espiritual, entre líneas…
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Desconocía por completo que el encuentro entre Nietzsche y Dostoyevski estuvo a punto de darse. Es curioso; el pensador alemán comentó, creo que en Ecce Homo, que el gran autor ruso había sido el único del que había aprendido algo de la psicología humana.
Bienvenido a la revista.
Un saludo.
Gracias, bienhallado. Lo apunta el doble best-seller (en su tiempo y en el nuestro) Stephan Zweig. Y ya sabemos que Nietzsche entendía por “psicología” algo muy diferente a Wundt, afortunadamente -tanto como para entronizarla a “madre de todas las ciencias” en tanto estetoscopio de la voluntad de poder, que es configurante de realidad como para Schopenhauer, pero sin victimismos…