¡Ay Amparo!, siempre serás polvo de estrellas.
Por Luis Muñoz Diez
¡Ay Amparo!, mujer hermosa donde las haya, una perla nacida en humilde cuna, en Velmez, tierras de Málaga, lugar que, de vez en vez, nos regala una mujer para soñar como ocurrió también con Pepa Flores.
He tardado en escribir esta carta, que sin duda es de amor, por pudor de subirme a un carro ahora que finalmente eres polvo de estrellas, pero se fue disipando esa idea según pasaban los días, al comprender que en tu constante huída estabas a la misma distancia antes que ahora.
Eras la luz que alumbraba los kioscos de prensa, estrella indiscutible: miss España, miss Europa, miss Universo, ¿quién da más? Y así, sin transición, te sacudiste el pelo y dejaste caer las diademas, te abanicaste con los títulos y te metiste a hacer cine con un título tan romo y esclarecedor como Sensualidad, al mismo tiempo que yo, con la diferencia de que tú eras una estrella y yo no, pero estábamos en lo mismo. Un día, acompañando a un productor que nunca lo fue y a un director que sí, fuimos a llevarte un guión a tu casa. Eras una estrella y discernías como tal con una sastra de cine. Ella argumentaba, dejando muy claro su lugar, que le pagaban por ir a probarte la ropa, y tú le decías que ya sabía la productora que no ibas hacer la película, y ella, con la tozudez de quien tiene los pies en el suelo, respondía que era viernes, que el rodaje empezaba el lunes, y si ibas o no a rodar a ella le daba igual, pero su obligación era que te probases la ropa. El tira y afloja te cansó, no querías perder más el tiempo, te probaste la ropa y la despediste. La película era la adaptación al cine de la obra de Jaime Salón La noche de los cien pájaros, y tu papel lo hizo, al final, Ágata Lys, una vallisoletana de bandera. Y visto desde hoy, creo que te has probado mucha ropa para cosas que sabías que no ibas a hacer únicamente para que te dejaran en paz. Yo ya estaba fascinado contigo, pero al ver cómo te movías por tu apartamento con un suéter de cuello vuelto, una falda tan ceñida que necesitaba una abertura atrás para permitirte caminar, botas de ante a juego con una gorra muy coqueta que llevabas ladeada sobre tu pelo largo y suelto. ¡Qué piel!, ¡qué ojos!, ¡ay Amparo! me pareciste del material de los sueños. Y pude ver lo que no captaban las fotos de los kioscos. Acabada la visita te llevamos a no sé dónde. En el coche me miraste a los ojos, yo me ruboricé, y tú, coqueta, con el dulce seseo malagueño, me dijiste: “Luis, tú te llamas Muñoz, igual que yo, ¿no seremos primos?”. Yo me sentí el elegido, aunque tu deferencia conmigo fue, sin duda, porque, con diferencia, era el más niño de los tres varones que te acompañábamos. Y claro, quería ser tu primo o lo que fuera, pero tuyo.
José María Castellvi había retratado a las mujeres con los rostros más bellos y sensuales para las potadas de Fotogramas e Interviú. Él y yo jugábamos a ponderar quien era la mujer más bella. Había varias, pero en el descarte final quedabais Ángela Molina y tú. Él, como fotógrafo prefería retratar Ángela, pero reconocía sin peros tu extraordinaria belleza.
Volví a verte cuando el productor Oscar Guarido, con muy buen ojo, quiso juntar dos tirones de taquilla: el culo de Patxi Andión, que hacía estragos correteando desnudo por El libro del buen amor, y tus espléndidos pechos, que lucías generosa en un galimatías de película llamado Clara es el precio. La película la dirigió Eloy de la Iglesia, y tú dabas vida a una mujer casada y muy insatisfecha sexualmente, que buscaba, para aliviar sus ansias, al empleado de una gasolinera. Así, te desvelaba un sueño erótico en el que hacíais sexo en el suelo de la gasolinera, rebozados en petróleo. Afortunadamente, la secuencia se rodó con caramelo líquido, que es más dulce. La otra alcoba, así se llamó la película, fue un éxito de taquilla y acabó en boda con Andión. Te casaste radiante e ilusionada, pero la cosa no salió muy bien.
Más tarde, te instalaste con el cantante en uno de los chalets de una colonia muy burguesa del centro de Madrid. Y allí, te fuimos a ver para hablar de un nuevo proyecto. Fingías felicidad pero ya te abrumaba la losa de lo cotidiano.
Tarde en volver a verte, coincidimos en un rodaje en el castillo de Niebla. Eras una de las picaras, serie que produjo José Frade con el éxito asegurado de emitirse la noche del viernes en la única cadena de televisión que había. El maquillador se quejaba satisfecho: “le da igual lo que le hagas, sale bien siempre”, y eran ciertas las dos cosas: que eras bellísima y que te daba igual, quizá demasiado, lo que te hicieran. Ya, por entonces, habías rodado mucho. Te habían dirigido los mejores: Saura, Miró, Chavarri, Camino, Uribe, Martínez Lázaro…
Pero no volví a verte más. Te fuiste a México y volviste entre rumores e historias dignas de heroína de narcocorrido. Todas morbosas, alguna siniestra, como que te inyectabas en determinados sitios para que no se te notase. Leyendas urbanas que alimentaban el morbo. Tanto rumor siniestro se materializó en una portada en la que se decía que estabas terminal de sida en un hospital madrileño. Lo desmentiste con un humillante cerificado médico en la mano, en la portada de la revista Hola, abrigada con un jersey de algodón en la terraza de un hotel de Málaga. Bella, muy bella, pero triste, muy triste. A partir de ahí, sólo ruido y barullo. Te sometías por dinero a la máquina de la verdad, acudías a programas de corazón, te volviste a casar, rodaste Familia, la estupenda película de León de Aranoa, pero, ¡ay Amparo!, esos ojos dolía verlos.
Que te habías apagado, definitivamente, en la casa de tu querida familia, en Málaga, me lo dijo mi hijo. Yo me acorde de las imágenes en el hotel malagueño donde negabas tu propia muerte, con los brazos cruzados como abrazándote a ti misma. Por fin te habías librado de un pesado lastre: el desamor y la enfermedad. Pero, ¿de qué huías?, tal vez de nuestro peor enemigo: nosotros mismos. ¡Ay Amparo!, has vuelto a ser polvo de estrellas.
Y no se me ocurre mejor despedida que esta hermosa canción:
[youtube]http://www.youtube.com/watch?v=tlptC-vClSY[/youtube]
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Pues otro Muñoz que se une a tu estupenda loa a la desaparecida y bella Amparo, juguete roto de nuestro cine que, como bien dices, se fue apagando, sobre todo su mirada. El mundo es muy cruel con las mujeres, y el del cine, amigo Luis, más todavía. Con las vidas de actrices desafortunadas se podría hacer un libro: Marilyn Monroe, Jean Seberg, Romy Schneider, Sean Young, Maria Schneider…Curiosamente, la última vez que nos vimos en Madrid estuvimos hablando de ella, y de Clara es el precio. Creo que era la mujer más bella de nuestro cine.