Arte y espectáculo (2 de 2).

Por Juan Ignacio Prola.


Esta tarde, mientras caminaba con mi hermano por la calle de tierra paralela a la Ruta 33 y conversábamos sobre la película, me di cuenta de que el film sirve para la aplicación de la dicotomía baudrillardiana (hoy la tengo con los adjetivos inventados) entre seducción y producción.

La lógica que usé en la ocasión, o más exactamente, el postulado del que parte esta lógica tan posmo, de la que uno se puede servir según las circunstancias, es más o menos la que sigue: El arte es del orden de la seducción; el espectáculo es del orden de la producción. Así, los premios que da la Academia de Hollywood, son galardones a la industria cinematográfica. La Industria, en ocasiones llamada show business, o simplemente, the business, genera empleo, promueve otras industrias, permite que haya actores millonarios, realiza películas cuya producción cuesta millones de dólares, fabrica éxitos de taquilla mundiales, promueve el mercado, genera empresas que cotizan en bolsa, colabora con una cuota muy importante del PBI de los Estados Unidos, etcétera. En suma, la industria cinematográfica norteamericana produce películas en serie aplicando el criterio de producción fordiano, aunque con el grado de sofisticación mucho más elaborado, dado el siglo de tecnología que nos separa del creador de la línea de montaje. Esto no es arte.

Digo, a esta cadena de producción de películas podríamos llamarla de muchas maneras, espectáculo, show, industria del entretenimiento, por citar sólo algunas, pero jamás podríamos decir que eso es Arte. ¿Cuál es la diferencia entre arte y espectáculo, si seguimos con las categorías de Baudrillard?


Veamos: Existe, como hemos anticipado, un valor de cambio en la economía política del espectáculo, es menester que haya una circulación del capital, que el entramado de inversiones no se detenga, que el valor genere más y más riqueza, una plusvalía de los signos. ¿Cuál es si no el sentido de mencionar la cantidad de espectadores que tuvo una película en su primer día de exhibición, o el ranking de las que más dinero recaudaron en la historia, o los millonarios costos de producción? Este valor de cambio le quita al espectáculo su valor simbólico y lo deja en el campo de la economía política, o en otras palabras, en el ámbito de la producción. Aquí el capital quiere seguridad jurídica, quiere reglas invariables que aseguren una rentabilidad sostenida. La producción es conservadora, quiere que las condiciones permanezcan para seguir obteniendo utilidades.

La condición básica del arte, en cambio, es la de quebrar las reglas de lo establecido. Sin esta condición del ser humano seguiría pintando bisontes en las cavernas. El arte quiere deslumbrar y provocar, nos obliga a corrernos de lo seguro y del status quo. En palabras de Susan Sontag, el arte tiene el poder de ponernos nerviosos, eso es lo que ocurre cuando el arte desafiante y subversivo se nos presenta y nos espeta: ¡romped las viejas tablas! Es el momento en el que ocurre la ritualización estética bajo la forma cargada de sentido, llevada a su máximo de referencia, del desafío y la seducción. Esta lógica del desafío estético nace del paroxismo del artista, y la muerte de Aniceto boqueando como un gallo degollado, es la forma emblemática de consumación de ese desafío.

Este quiebre de las normas, que puede traslucirse en una rebelión en las formas o en el contenido (para usar dos categorías clásicas, total habíamos dicho que estamos en el posmodernismo), hace a la esencia del fenómeno estético. Si el artista no tiene la intención de subvertir el orden estético establecido, si no está dispuesto a transvalorar los valores vigentes en su época, en su medio y en su música (entendida ésta en el sentido que los griegos le daban), si no tiene esta deliberada intención, decía, entonces estaremos ante un mero conformista, un pequeño burgués estético. Quizá se trate de un músico virtuoso, de un plástico de excelente técnica, de un escritor de estilo impecable, pero jamás podrá llamársele artista a quien sea incapaz de asumir ese reto.


Bien vale, para definir lo que venimos diciendo la anécdota de Dalí ante el tribunal examinador de la facultad de artes. Se dice que Dalí debía rendir un examen, frente a un notorio jurado, sobre los pintores del renacimiento. Parece ser que el plástico escuchó un rato los exámenes de los otros estudiantes y las preguntas de los profesores. Entonces cuando le llegó el turno a Dalí, éste se les sentó enfrente y les dijo abiertamente que ellos no sabían nada del Renacimiento. Se levantó y se fue. No sé si la anécdota es real, no recuerdo siquiera de dónde la saqué, pero merece serlo. Mal que le pese a Ernesto Sábato, quien no deja pasar oportunidad para tratar a Dalí de farsante, la actitud de éste último es la de un verdadero artista, es la actitud del que se rebela a la Academia, es decir, a lo canónico, a lo establecido.

Claro está que, como todo aquel que tiene ambiciones revolucionarias, este desafío a lo que se da por sentado casi nunca resulta gratuito. Por el contrario, deberá pagar un precio altísimo, en ocasiones incluso con su propia vida o con su propia cordura, como fueron los casos de Van Gogh o Artaud, por citar sólo dos ejemplos.

En suma, la diferencia entre arte y espectáculo está en que, mientras éste tiende a mantener y profundizar el status quo con fórmulas de éxito asegurado, el arte es revolucionario. El propósito del espectáculo de generar una industria del entretenimiento que permita establecer, estimular y mantener un mercado de público consumidor de estos productos, para asegurar beneficios a los inversores. En otras palabras, el fin del espectáculo es económico. El arte, en cambio, es rebelión, no le interesa la seguridad capitalista, decreta la quiebra del paradigma burgués de la garantía, se subleva contra la tiranía del mercado, se alza contra la demagogia de las corporaciones. El arte pertenece al orden de la seducción, habíamos dicho, porque el arte no se produce. Como la seducción, el arte es siempre del orden del mal, justamente porque quiere subvertir los valores, los que, por definición, quieren permanecer, cristalizarse.

Para terminar, no digo que hacer arte está bien y hacer espectáculo está mal, digo que yo elijo el arte.

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