Haciendo amigos (7)
Por Pedro de Paz.
Ese público.
Hace un frío áspero, de ese capaz de borrarte las facciones del rostro. «En Burgos sólo hay dos estaciones: la de invierno y la del tren», ironiza con una sonrisa el chaval que me devuelve al hotel en el que me alojo. Lamento no recordar su nombre. Como el de muchos de los que me han presentado esta tarde. Una tarde intensa llena de encuentros interesantes. Estoy convocado a una charla-coloquio para hablar sobre El hombre que mató a Durruti dentro de unas jornadas auspiciadas por la biblioteca La Maldita, un colectivo burgalés de carácter libertario con ganas de hacer cosas y cambiar el mundo. O al menos de hacer de él un lugar con más sentido. Llego a la cita y lo que me encuentro me agrada. Mucho. Gente joven —y no tan joven— con ganas de sentir lo que hacen y de creer en lo que sienten. Una perspectiva mucho más plausible que fijar tu único horizonte en amorrarte a una Playstation y salir de borrachera los fines de semana. El local es una especie de nave-garaje rehabilitado por ellos mismos con esfuerzo y trabajo conjunto. «Ahora lo hemos dejado muy bien pero cuando nos hicimos cargo, las humedades nos comían», me comenta uno de ellos.
Por la sala se reparten unas cuantas estanterías colmadas de libros. La gente que pulula por allí se comporta de forma desenfadada y extremadamente amable y se respira en el ambiente un buen rollo difícil de describir. Mis expectativas respecto a la charla-coloquio son cautas. Habitualmente soy invitado a este tipo de actos para hablar de alguna de mis novelas desde una perspectiva literaria. Las preguntas, el dialogo y el debate suelen sucederse dentro de los límites de ese ámbito. ¿Qué me supone escribir? ¿Cómo enfoco la creación literaria? ¿Cómo surgen mis novelas? Hoy no estoy allí para hablar del aspecto literario de mis novelas sino para abundar en la temática de una de ellas. Y me encuentro cara a cara con gente que muy posiblemente sepa tanto o más que yo sobre ese asunto. Sólo espero que mis aportaciones no les defrauden.
El amigo Sergio Izquierdo, la persona gracias a cuyas gestiones me encuentro allí, inicia la charla presentándome brevemente y me cede la palabra. Y decido enfocar el discurso haciendo el ejercicio de honestidad que aquellas personas que han acudido a escucharme merecen. Arranco explicándoles que la génesis de mi novela tiene su origen en un interés meramente literario sin que una determinada ideología me impulsase a escribirla, dándoles a entender que si bien pudiera empatizar con determinados aspectos del ideal libertario no soy uno de ellos. Diserto acerca del hecho de que fue mi interés por el género negro y policíaco la auténtica semilla de la novela y que fue el proceso de documentación lo que me llevó a acercarme con mayor profundidad a determinados aspectos del anarquismo y a la figura de Durruti. Los asistentes permanecen atentos, fieles, corteses y poco a poco voy sintiéndome más cómodo. Continúo desgranando detalles cercanos a cuestiones literarias para terminar centrándome en describir lo que fui descubriendo al investigar la figura del dirigente anarquista. Tras quince minutos, cedo el testigo a los asistentes. Y comienzan a brotar como por arte de magia las preguntas, las contrapreguntas, las respuestas, los intercambios de opinión, los datos precisos, las aportaciones, las disensiones, las risas…
Dos horas que se fueron en un suspiro. Dos intensas horas.
Siempre resulta extremadamente gratificante el contacto con el público lector, esas personas que son las auténticas destinatarias de tu esfuerzo y a las que se le está eternamente agradecido porque deciden emplear su tiempo y su atención en leer lo que tú escribes pero que, salvo honrosas excepciones, apenas tienen una visión del asunto mayor que lo que tú les aportas. En este otro caso, la sensación es otra. Más poderosa. Hablo batirse el cobre intelectualmente con un público capaz de impugnar de tú a tú las mentiras que urdes alrededor de una trama de ficción y que podría escribir —por conocimientos y, quizá, por pericia— cien novelas mejor que la tuya.
Ese público al que no se ilustra. Ese público del que se aprende.
El día que surge la ocasión de encontrarte con ese público es, muy probablemente, uno de los más satisfactorios de tu carrera.
Doy fe de ello.
Parque Coimbra, febrero de 2011