Forges: Vacuna contra la estupidez

Por Alfredo Llopico.

Es posible que los que tienen la creencia de que el humor gráfico es solo un instrumento de distracción no lleguen jamás a darse cuenta de su enorme valor a la hora de analizar la realidad. Los humoristas gráficos tienen una especie de excelsa misión de cantar, gritar, sugerir, susurrar al poder lo que nosotros, como simples ciudadanos, no le podemos hacer ver; de ser intérpretes, en definitiva, de lo que es el sentido común.

De hecho, la mayor parte de los acontecimientos que hemos vivido o la práctica totalidad de la vida social y política que conocemos, forman parte ya de los libros de historia, pero como paso previo tuvieron que pasar por el trazo de los humoristas gráficos. Sus caricaturas y sus viñetas, antes incluso de que los más ávidos historiadores lo vislumbrasen crearon el pulso de la realidad. Con una sola diferencia, si los historiadores y los analistas políticos necesitaron varias páginas para contar algo, a un buen humorista gráfico le bastarán tan solo unos pocos trazos para poder resumirlo.

Si bien en el siglo pasado el humorista político ejerció una función de cronista del momento, como encargado de mostrar a los lectores la imagen de los acontecimientos de esa época o como crítico irónico de su sociedad, hoy, más que nunca, nos muestra cómo, qué y quién somos, lo que nos gustaría o quién quisiéramos ser. Además, el humor gráfico, para ejercer un efecto cómico, no puede ser oficialista. Ha de ser siempre crítico, y en algunos casos claramente opositor, inconformista con la situación a la que se enfrenta, dibujando en sus textos o caricaturas a un oponente. Es un instrumento que el humorista utiliza para mostrar el mundo que percibe, de modo que nos permite contrastar la movilidad o el estancamiento de la transformación política y social en la que vivimos.

El próximo miércoles, de la mano del periodista y humorista Tonino, la Fundación Caja Castellón nos ofrece, esta vez, la posibilidad de “escuchar” la charla-coloquio “Mare Suyum” de Forges, uno de los iconos españoles del humor gráfico, en el Salón de Actos del Edificio Cavallers de Bancaja.

Imagen, pocas y certeras palabras, mucha genialidad y un claro compromiso son los ingredientes básicos que viene utilizando desde hace ya algunas décadas el humorista Antonio Fraguas, conocido por la mayoría como Forges, para llamar la atención sobre los hechos y las injusticias que ve a su alrededor.

Forges, en su trayectoria artística ha desarrollado una serie de arquetipos que son inconfundiblemente suyos. Utiliza unos muy personales bocadillos de gruesa línea negra y un refinado lenguaje extraído directamente de la calle y es uno de los pocos humoristas con oído sensible al lenguaje popular.

En su obra ocupa un lugar fundamental el costumbrismo y la crítica social. Su fuerte es la visión crítica de las situaciones de la vida cotidiana, creando toda una extensa iconografía de personajes y situaciones cómicas que refleja la idiosincrasia y la sociología de la España contemporánea: desde Mariano, el burgués frustrado casado con una gordísima mujer llamada Concha, que representa a la represiva conciencia; los Blasillos que representan la España rural y eterna; las viejas que conjugan informática y paletez; los oficinistas cabreados, el jefe potentado y gilipollas o el niñato pijo e imbécil. Todos ellos crean un repertorio a través de la constante denuncia en llamar la atención sobre los hechos y las injusticias que ve a su alrededor.

Las de Forges son historias que pasarán a la historia. Y la historia, ya se sabe, ésa sí que no se equivoca nunca. Aunque a veces, claro está, depende de quién y cómo la dibuje.

 

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