Mira que te mira Dios
Por Ignacio del Valle.
Mira que te está mirando, mira que te has de morir, mira que no sabes cuándo. Han pasado unos cuantos años desde que esa frase apareció en mi cabeza y me dio el hilo del que tira que te tira salió El tiempo de los emperadores extraños. Militares y falangistas a la gresca, curas fanatizados reclamando el reino de dios en la tierra, los ruskis que buscan nuestra cabellera, salvajes variantes de la ruleta rusa, oscuros rituales masónicos, guripas ideologizados, el mastodóntico monasterio de Molewo, la Parrala, los golpes de mano, el frío cortante como el cristal, un sufriente Arturo Andrade, el sargento Espinosa, el bueno de Aparicio… y Rusia, siempre Rusia, donde la tierra no es redonda, sino plana, y el horror se deposita sobre el horror, y la belleza se agrega a la belleza. Es todo ese infierno helado el que comenzará a filmar Gerardo Herrero, con la colaboración de Carmelo Gómez, Juan Diego Botto, y un puñado de espléndidos actores -la mayoría de teatro, que es el verdadero campo de batalla del actor-. Parte del rodaje transcurrirá en Kaunas, Lituania, y parte en los decorados construidos en la Ciudad de la Luz, en Alicante, y yo estaré con los divisionarios reviviendo los trapecios colosales que las trazadoras de la defensa antiaérea de Leningrado dibujaban en el cielo, los rosetones de luz de los proyectiles, los globos cautivos arracimándose, el horizonte de cúpulas y tejados que se espiaban desde las trincheras. Y fumaré un tabaco negrísimo para distraer el hambre, y me liaré con alguna panienka, y me cagaré de miedo cuando el diez de febrero aparezcan en Krasny Bor 44.000 rusos con tanques y artillería frente a los escasos 5000 españolitos con los huevos de corbata pero sin intención de ceder un centímetro, y me darán una Cruz de Hierro de segunda clase -o bien sobornaré a alguien de atrezzo-. Y discutiré sobre quién es mejor, Joselito o Belmonte, y compararé las coartadas de los sospechosos, y me iré a mear cerca de las hogueras para que no se me congele la pilila, y pasearé entre palacios de zares asesinados, y colocaré minas al tresbolillo, y robaré camiones de la Werhmacht a punta de pistola, y perderé una media de diez kilos, y el rancho helado rechinará en mi boca debido a los pedacitos de hielo como granos de arena, y escribiré cartas a España, y seré testigo hipnotizado de las famosas noches blancas, y dormiré poco y mal, y confraternizaré con los mujiks, y a veces rezaré aunque no tenga fe, y sacaré fotos con mi Leika de veinte fotogramas, y sí, en algún momento, durante un fugaz instante, puede que sea incluso feliz.