A hombros de Gigabytes
Por Miguel Carreira.
Da igual a quien le pregunte. Hay un consenso generalizado a la hora de suponer que el futuro del libro es digital. A partir de aquí, las variaciones son infinitas.
Unos suponen que el futuro digital será puro, que viviremos y leeremos en un entorno meramente digital, que nuestras bibliotecas serán durante un tiempo más parecidas a la sala de mandos del Enterprise que a lo que son ahora: ludotecas para niños en las que los padres pueden coger un libro de vez en cuando. Eso durante un tiempo. Luego nos daremos cuenta de que no necesitamos bibliotecas en absoluto.
Otros plantean a medio plazo un futuro mestizo, en el que las tecnologías digitales convivirán con el formato actual de libro. El plazo de convivencia varía según se le pregunte a unos o a otros. A mi me gusta dividir a los adivinos en tecnófilos y tecnófobos. Aquellos preconizan la caída del muro de papel en un plazo breve, de cinco a diez años, como una condena por hurto mayor. Estos auguran al modelo tradicional una larga e inconcreta vida. Ambos están de acuerdo en que, antes o después, el papel parece condenado a extinguirse, al menos como instrumento de difusión cultural. Pervivirá como objeto de museo, como reliquia, como souvenir de los viajeros del tiempo.
Sin embargo esta cuestión del cuándo pertenece a la especulación y no parece inmediata. No hay indicios de que el papel vaya a dejar de utilizarse en breve ni hay indicios de que vaya a ser fulminado, como sucedió con otros sistemas. La diferencia entre el CD, el casete o el VHS respecto al libro es que éste tiene una presencia mucho más arraigada en nuestra forma de entender la cultura e incluso en nuestra forma de consumir la cultura.
Nuestra forma de leer está condicionada por nuestros libros, pero nuestra forma de escuchar música no diferencia demasiado entre el CD y el MP3 y, cuando lo hace, es por la calidad del sonido, no por el formato en sí. El libro se relaciona con la lectura de forma mucho más íntima que cualquier otro medio. Por ejemplo, el cine no tiene ningún objeto tan representativo, tan icónico de su historia como puede ser el libro. Para las nuevas generaciones de cinéfilos, el DVD es mucho más representativo que un proyector. Las bobinas son algo demasiado lejano. El video es poco menos que una extravagancia del pasado, como la idea de los coches anfibios o como guiar un zepelín.
El libro es, de largo, el objeto más carismático de la cultura occidental. Tanto que se ve como algo perfectamente normal si alguien defiende el uso del libro como una actividad intelectualmente superior a, por ejemplo, ver la televisión, independientemente de cualquier circunstancia. Aquello de, lo importante es leer. Aquello de que Harry Potter, pese a todos los defectos que, supuestamente tiene –no lo he leído, sospecho que uno de sus grandes defectos es haber vendido suficientes libros como para empapelar una república centroeuropea de tamaño medio- sirve al menos para acercar a los niños a los libros. Aquello de que es mejor y más cultural leer un manual de jardinería que ver The wire.
Todo aquello sólo se entiende desde la fe en una actividad –la lectura- y un objeto asociado como inherente a dicha actividad –el libro- que se contempla con una veneración incluso acrítica en la cultura occidental.
El cuándo de esta, quizás inevitable, transición del papel al digital no es una pregunta urgente. El cómo, sin embargo, parece haber sido una cuestión urgente, al menos, durante los últimos tres años, sin que ello haya supuesto alcanzar ningún tipo de resolución.
Siempre he querido hacer una recopilación de todas las razones que, año a año, han retrasado la inminente eclosión del uso de dispositivos de lectura digitales. El año 2009 se suponía que iba a ser el de la consolidación del ebook, pero no fue así. Luego, en el 2010 la explosión del uso de lectores digitales iba a ser inminente, pero esta vez, inminente de verdad. Hubo un momento en el que daba la impresión de que, cuando llegase el 2010, se produciría algo parecido al efecto 2000 pero referido al sector editorial. Daba la impresión de que, al atravesar el umbral del año 2010 se materializaría automáticamente un lector de libros electrónicos en todas las casas de España, hundiendo automáticamente las antiguas estructuras editoriales del país. Se especuló incluso con que los vetustos libros en papel sufriesen algún tipo de inexplicable combustión espontánea causando un caos indecible en todos los países civilizados del planeta.
Pero sonaron las doce campanadas de rigor y no pasó nada. Esperamos un poco más y la revolución del ebook siguió sin llegar. Llegamos al 2011 y nada, oiga. De vez en cuando se ve algún libro digital en el metro, pero poco más. Eso sí, en algún momento, mientras esperábamos, el señor de las manzanas se sacó su tableta de la manga y cambió, bastante, las reglas del juego. Por lo menos dejó claro que las reglas del juego no estaban tan claras. Dejó claro que ese libro digital que iba a terminar con el papel quizás, sólo quizás, no iba a ser un lector basado en e-ink. Dejó claro que las cosas que parecía que estaban claras no estaban claras en absoluto.
El año 2011 va a ser de nuevo el año del libro digital. Para variar, no vamos a hacer pronósticos sobre el apocalipsis de la celulosa ni cosas por el estilo. Ya lo hemos visto, parece que, al menos, como tal apocalipsis, no va a llegar jamás. Lo más seguro es que la implantación de los lectores digitales siga avanzando. Para ser justos, el año 2010 trajo avances muy destacables en este sentido. En España, por ejemplo, se creó Libranda, que ahora mismo es firme candidata a ser la iniciativa editorial más criticada en la historia de España, título que ya le podemos dar por seguro a no ser que la próxima campaña de Planeta incluya asesinar gatitos. Pero, oiga, se ha creado Libranda, y eso es importante. Además los lectores electrónicos ya no son un aparato tan extraño. Se ven en las librerías, en las grandes superficies… mucha gente no sabe muy bien para qué sirven, pero suelen venir con cinco millones de libros precargados, y eso es una pista bastante significativa.
Este año, probablemente sea el de la implantación de Amazon en España. En países como Gran Bretaña la implantación de Amazon ha sido un catalizador evidente para el incremento de la venta de libros electrónicos y no parece que haya nada que indique que en España no ocurrirá lo mismo. Este año, además, saldrá otra tableta de Apple y los lectores basados en e ink seguirán mejorando –color, video, disparadores de confetti…- para intentar convertirse en lo que se suponía que no tenían que llegar a ser –reproductores multimedia- pero que parece que sí van a tener que llegar a ser.
Mientras llega el futuro editorial los editores venden cada vez menos –bueno, eso es lo que dicen siempre- los distribuidores se ven amenazados y los libreros se preguntan qué pintan ellos en un futuro digital. Mientras llega el futuro editorial Apple es la segunda empresa del mundo por valor bursátil y los fabricantes de gadgets proliferan por doquier. Mientras llega el futuro editorial nos damos cuenta de quién está diseñando realmente ese futuro.
Permíteme que haga dos matices a tu texto. El primero es relativo a lo que dices sobre el arraigo del libro como forma de transmisión cultural. Expresado así, podría parecer que el libro no ha evolucionado tecnológicamente desde su invención. Sin embargo, han sido muchos los avences cinetíficos y tecnológicos que han modificado el libro como objeto. Supongo que yo me enmarco entre los que defines como tecnófilos. Supongo que sí. Pero a veces me da la sensación de que los “tecnófobos” miran pasar un tren y lo se horrorizan llamándolo “caballo de hierro”.
Y sobre el papel de las librerías, yo lo llamo el dilema del sombrero. O se adaptan y encuentran una forma de hacerse un hueco en el negocio editorial o acabarán desapareciendo. La historia del mundo está llena de casos en las que determinadas profesiones dejan de ser imprescibles.
Sensacional artículo Miguel. Yo estaba pensando escribir uno parecido que se iba a llamar “Amazon llega y a algunos les va a dar con todo lo gordo”, pero ya no veo necesidad, dado que casi todo lo que ibas a contar está bien trazado aquí. En la referencia que has puesto a Amazon yo hubiera comentado que ellos ya venden más libros en formato digital que en formato físico (http://alt1040.com/2011/05/amazon-ya-vende-mas-libros-en-formato-digital-que-en-formato-fisico), lo que no deja de ser un indicador muy claro de para donde van las cosas. En cuanto a las librerías creo que tienen los días contados, no se me ocurre un modelo de negocio para ellos basado en los libros electrónicos. Respecto a las editoriales también creo que están llamadas a hacer una revisión de sus modos de trabajo dado que los nuevos tiempos amenazan con devorarlas con servicios como la auto-publicación de Amazon y similares.