Saber vender(se)
Por Ángel Domingo.
Lanzar tu mensaje en menos de lo que duran una cuña de radio o un spot televisivo. Promocionar tu película, incluso tu marca personal, aprovechando esos segundos de gloria que paladean los ganadores de un Goya parecía ajeno a los galardonados del domingo. Las academias de cine organizan el circo, seamos sinceros, con el marketing entre ceja y ceja pese a la excusa del reconocimiento profesional y artístico. Lo mismo que este o aquel certamen literario. Que se lo pregunten a La Soledad, desconocida hasta su triunfal noche en la gala de 2008, o a los productores de la exultante Pa negre, sin apenas distribución hasta el domingo.
Este propósito debe parecerle esotérico a muchas de las gentes del séptimo arte patrio, obstinadas en convertir la ceremonia, edición tras edición, en un desierto monótono de dedicatorias desgranadas por una lista interminable de anodinos (para los ajenos) nombres en los que nunca falta mamá.
La oportunidad de impactar en un instante a millones de televidentes (esta emisión ya suma más espectadores ante el plasma que todos los estrenos del año) se diluye en un naufragio de cabezadas. La mayoría de galardonados nunca alcanza la salida del pozo del anonimato y, es más, ni siquiera recordamos, mientras todavía balbucean emocionados incapaces de contagiar esa emoción a los demás, el título al que representan.
Los Goya empezaron peor que mal. Karra Elejalde, magistral actor, espantó a la audiencia con una perorata tan incoherente como eterna. Sin embargo, su carismática verborrea destacó en un páramo de recogidas insulsas que dicen poco del talento creativo que atesoraban quienes se subieron al escenario del Teatro Real.
Esos escasos segundos valen su tiempo en oro. Aprovechémoslo. Hagámonos ver en un evento en el que cuesta diferenciar, salvo por vestuario, una edición de otra, un premiado de otro. Ese codiciado momento bajo el foco vende la obra, nos da a conocer al público, diferenciémonos entre otros compañeros de especialidad…
La falsa modestia o la superstición impiden que muchos preparen su discurso de agradecimiento. Incluso presumen de ello. Algo muy español. Para no parecer prepotentes, para que no piensen que nos creíamos ganadores sin bajar del autobús, nos abandonamos a la improvisación. Así (des)luce(nos).
Tabúes ibéricos que logran que nos avergoncemos de que una ceremonia de premios, inscrita en el seno de una industria, pretenda promocionar y favorecer la comercialización. Si nos ponemos colorados al tratar los presupuestos de cualquier proyecto, señoras y señores, como si fuera un defecto mezquino. ¡Impuro! No en vano, todo español es un desprendido hidalgo frente al codicioso sajón protestante. Alicatamos el Parnaso mientras nos destierran de la bolsa.
Nos perdemos en divagaciones. Volviendo al tema que nos ocupa. La gala de los Goya, una vez más, fue una clase magistral de cómo desperdiciar oportunidades de negocio. De lo más elocuente, el llanto de Marina Comas, reconocida como actriz revelación…
Hubo excepciones. Bardem estructuró perfectamente su parlamento. Tenía pocas ganas de sobresalir con las que le caen, así que optó por la concisión bien hilada. En esta ocasión, no deslumbró por su intervención pero todos nos acordamos de su homenaje a los cómicos cuando recogió la estatuilla en Hollywood.
Almodóvar es de los que se llevan la palma. Su estilo personal, gustará más o menos, brilla. Transmite. Cada paso por los Goya es recordado: la reconciliación con Carmen Maura, el cumpleaños feliz cantado al príncipe o su inesperado regreso cual hijo pródigo. Esto es espectáculo, amigos. En los Oscar, aquella retahíla inacabable de santos, dio la vuelta al mundo entero. Aquí, claro está, habría sorprendido poco pero era consciente de la importancia del contexto. En la meca de la hamburguesa supo dar el toque -folclórico- peculiar frente a la uniformidad del botox.
Tampoco se trata de llegar al extremo de Roberto Benigni saltando por el patio de butacas, pero hagamos memoria… ¿qué recordamos de estas tediosas sesiones? Y, especialmente, ¿a quiénes?
Del guión ya se ha escrito mucho y sobre las entrevistas en la alfombra roja, por vergüenza ajena, mejor excusamos un mutis por el foro.