Por Manuel Rico.

Internet es un hervidero de iniciativas poéticas. Revistas, plataformas, archivos sonoros y archivos audiovisuales, blogs y páginas de poetas y asimilados inundan el ciberespacio, se mezclan con poemarios “para descarga” y se cuelan en facebook y en otras redes sociales con la soltura y la displicencia que concede la plena disposición de uso de ese territorio virtual. Tal abundancia de contenidos, que también se produce en otros géneros, especialmente en el relato, hace que el lector mínimamente riguroso, en ver de sentirse feliz y satisfecho, se sienta abrumado. O, lo que es quizá peor, confuso, con dudosa capacidad para digerir y metabolizar cuanto lee. Es evidente que esa abundancia es consecuencia de la democratización de la cultura que ha propiciado la explosión de Internet. En el ciberespacio desaparecen las élites, al menos en teoría todos somos iguales y cualquier ciudadano con un mínimo de vocación y tiempo está en condiciones de publicar su poema, su colección de poemas o sus relatos.

Sin embargo, esa permanente floración pone sobre la mesa algunas dudas e incertidumbres sobre las que conviene reflexionar.

La primera se refiere a la calidad. La horizontalidad de Internet hace que todos los contenidos  tengan el mismo nivel de capacidad de captar la atención del lector. Yo he tenido que suprimir, en facebook, a algunos “amigos” debido a la periódica inundación de mi correo electrónico con poemas de muy escasa calidad que, curiosamente, tienen multitud de “fans”, interminables relatorios de comentarios elogiosos y un auténtico enjambre de seguidores/imitadores. Cualquier lector con un mínimo de capacidad de discernimiento y de sentido crítico puede advertir ese fenómeno en la red social más numerosa, facebook. Hasta tal punto es así que tengo la absoluta seguridad de que en medio de ese bosque se están ocultando árboles singulares, poemas y libros de calidad, talentos poéticos a los que uno es incapaz de atender, como lector o como crítico, por pura carencia de tiempo. Y por desconfianza.

¿Qué se deriva de la constatación de esa realidad? A mi juicio, dos conclusiones. La primera, que es imprescindible establecer métodos que permitan separar el grano de la paja, Que del mismo modo que en el mundo de la edición en papel, todo lector avisado de poesía sabe en qué sellos editoriales es posible encontrar textos de calidad, libros de calado, autores con una solvencia literaria o poética contrastadas al mismo tiempo que desconfía de la autoedición o de los libros mal editados o llenos de erratas (el equivalente a la autoedición, por cierto, está  muy presente en la red, es lo dominante) es preciso que se vayan decantando webs, portales o páginas de editoriales en las que la publicación virtual esté absolutamente condicionada a la calidad, al rigor, al talento. Eso empieza a ocurrir con las revistas digitales, con los periódicos en la red: poco a poco se va produciendo un proceso selectivo en el que las mejores y más sólidas publicaciones van abriéndose paso en detrimento de las menos solventes en términos de calidad de contenidos.

La segunda conclusión me lleva inevitablemente al libro en el formato tradicional, al libro en papel. Mi experiencia como director de una colección de poesía es que la facilidad para publicar en Internet va aparejada, incluso en los poetas más jóvenes, que han crecido con la red, al deseo (que bordea a veces la ansiedad) de publicar un libro convencional. El texto digital, entonces, carece para ellos de la legitimación cualitativa que tiene el libro en papel. El poeta en la red necesita “canonizarse” siendo poeta colocado en las librerías. Pasar de la fácil tarea de colgar/publicar cuantos libros desee en su blog o en su página web (nadie lo impide y nada limita la posibilidad de tener miles de lectores), a la dificultad de encontrar editor y ver los versos impresos en un papel de calidad, envueltos en una edición lo más bella, cuidada y prestigiosa posible y sometidos a la mirada del crítico y de los lectores.  Los poetas “blogueros” necesitan (y desean) ir más allá del blog. Cruzar la frontera entre la “galaxia McLuhan” en la que viven diariamente e interaccionan, y la “galaxia  Gütenberg”, donde todavía —y por mucho tiempo, yo diría que mientras las existencias y la producción de papel lo permitan— habitan el prestigio, el reconocimiento, la realización plena del poeta: ¿el canon?

Quede aquí mi reflexión. Una reflexión a la que la realidad de hoy da respuestas parciales, insuficientes. Tal vez porque éstas sólo se encuentran en el futuro. En un futuro en el que, a mi juicio, ambas realidades convivirán. Saludables y vigorosas.