La Historia escrita con los genitales
Por Luis Muñoz Díez.
El discurso del rey (The King´s Speech) es una película de paralelos. Habla de una superación personal, la del príncipe Berti, forzado a convertirse en Jorge VI, rey de Inglaterra y emperador, por la vehemente inclinación de hacer su real capricho de su hermano Eduardo, príncipe de Gales y heredero de la corona, mientras una Europa convulsa y ciega ante la amenaza que supone el nazismo, lo consiente como solución y freno del comunismo en vísperas de la segunda guerra mundial.
“me ha resultado imposible soportar la pesada carga de responsabilidad y desempeñar mis funciones como rey, en la forma que deseaba hacerlo, sin la ayuda de la mujer que amo”. Estas palabras fueron pronunciadas el 11 de diciembre de 1936 por el nuevo príncipe Eduardo, al día siguiente de abdicar como Eduardo VIII, rey del Reino Unido, de Irlanda y de los dominios de la Mancomunidad Británica, que incluía Australia Canadá, África del Sur, Nueva Zelanda, Bahamas, Emperador de la India y defensor de la fe, nada menos. Renunciaba a todo ello por la debilidad que le suponía tener que romper con Wallis Simpson, una americana aún casada con aspecto de ama dominante, que ejercía un poderoso ascendente sobre Él. La amenaza de dimisión del gobierno en pleno, con la consiguiente crisis institucional, si seguía adelante con sus planes de boda, provocaron su abdicación al trono. Esta renuncia da un giro en la historia del Impero Británico por la simpatía y vinculación que sentía el abdicado monarca por el ideario de Hitler, al que legitimó con su visita y con el que mantuvo una cordial amistad. Es más, el matrimonio fue sometido por los aliados a estrecha vigilancia por un temor más que fundado de que pertenecieran al servicio de espionaje nazi.
La película El discurso del Rey parte de la necesidad de que el príncipe Berti, con una disfunción en el habla, se haga cargo del trono del Imperio en una época en que era imprescindible, por primera vez en la historia, el uso de la elocuencia en un rey, por el invento revolucionario que supuso la radio.
El director, Tom Hooper, nos propone en paralelo una superación personal mientras Europa se desangra convulsa en vísperas de la segunda guerra mundial. Tanto las imágenes filmadas por Hooper como el guión de David Seider implican al espectador en la superación de Berti hasta el punto de hacerla suya, consiguiendo que lo pase mal ante su mudo discurso en el estadio y sienta un satisfactorio alivio al oír claro y seguro al rey Jorge VI cuando ese discurso es el infausto anuncio de que su país entra en guerra contra Alemania.
Se narra la superación del príncipe Berti y sus contradicciones, por un lado necesita la ayuda del logopeda, pero su rango y su cuna le crean unos recelos que a punto están de romper una relación decisiva en su vida. Colin Firth, crea un príncipe Berti entrañable que despierta cariño en su impotencia, lejos del rey emperador Jorge VI que fue. Geoffrey Rush, el logopeda australiano, interpretado por Geoffrey Rush, tiene un espacio en el drama que lo convierte en auténtico antagonista. Él también arrastra su propio claroscuro de éxito y fracaso. Ninguneado como actor y seguro en su trabajo como logopeda compone un verdadero personaje bufonesco en el sentido de que sólo al bufón se le permitía hablar con sinceridad al rey, alumbrando secuencias tan brillantes como el ensayo de la coronación, que rozan el todo y el nada que supone el poder, con sus proposiciones que cuestionan el significado de tronos sobre piedras poseedoras y emanantes de poder en las que se sustenta la vieja monarquía. Provocación que cuestiona lo sagrado de la Institución Monárquica y que en principio asusta a Berti pero que luego le aporta seguridad para ser investido como rey Jorge VI.
La película es deliciosa y honda. La pareja protagonista tiene un discurso a veces sólo expresado por la sutileza de miradas y un trabajo corporal que comunica mejor que las palabras que siempre tienen un valor más limitado.
La historia se basa en un hecho tan real como que es la historia del padre de la actual reina Isabel II de Inglaterra, que a día de hoy continúa en un trono que debe a un simple juego de pusilanimidades y dependencias genitales y psicológicas de su tío Eduardo. A una de esas casualidades que cambian el sentido de los arcanos que dan poder y lo quitan a quien pretende privilegios sin entender que ese privilegio tiene una servidumbre, y esos juegos de azar hacen a veces variar el curso de la historia y más si ese poder se tramite por los genitales como es el caso de la monarquía.
Al acabar la película sientes un alivio tremendo de que aquel hombre hable, unido a un temor del poder que tienen esas palabras que hablan de la desolación de una guerra de la que aún queda el recuerdo vivo de los supervivientes.
Visto todo a toro pasado y contando con todos los datos de cómo se comportó Eduardo, se puede llegar a la conclusión de que fue una casualidad saludable la atracción fatal que tuvo sobre él Wallis Simpson, que con su desmedida ambición evitó que el poderoso Imperio acabara en manos de de un personaje mucho más oscuro y más blando que el que pintan el la película y al que pone cara Guy Pearce.
El rey breve y simpatizante con el nazismo murió en el exilio, en su palacete de París, un lugar que con el tiempo volvería a jugar un papel importante en el azar y en el curso de Reino Unido, un país que ya no es un imperio. Precisamente, a ese mismo palacete parisino se dirigían Dodi Al-Fayed y la princesa Diana cuando otro azar del destino les hizo chocar contra un pilar del puente del L´Alma que les causó la muerte mientras huían de unos periodistas. El choque mortal supuso el fin de una rebeldía y fue una carta blanca para que el príncipe Carlos, sobrino nieto de este breve rey, se pudiera casar con una divorciada llamada Camila. Y es que a veces la historia la escriben los genitales.
Querido Luis, como decía Michael Caine en El hombre que pudo reinar:
«No somos dioses, pero somos ingleses que es casi lo mismo»