Luchadores y turistas
Por Fernando Marañón.
Foto: Elsa Marañón Osorio.
Por lo visto, el mercado norteamericano de guiones está también en crisis aunque los “Madoffs del marketing” aún lo disimulen razonablemente bien y nadie note las pérdidas. Pero uno se pregunta qué han hecho los grandes estudios por recuperar la ingente cantidad de libretos que se generaban en la época dorada sin llegar a filmarse, escritos por estajanovistas de Hollywood entre los que, ocasionalmente o en plantilla, estuvieron gente como Ben Hetch, Charles McArthur, Dorothy Parker, William Faulkner, Scott Fitzgerald, Billy Wilder, Raymond Chandler, Lillian Hellman o Dalton Trumbo. Qué necesidad hay de realizar tanta secuela, precuela, remake, adaptación y refrito con las maravillas que deben tener cogiendo polvo en los archivadores del sótano.
He aquí el arranque no demasiado original para otra película de desenlace inevitable: un tipo sin talento que limpia el subsuelo de la Paramount encuentra esos guiones perdidos y, como los guionistas tapadera de la caza de brujas, decide firmarlos y repartirlos por las mesas de los directivos, que rápidamente empiezan a oler a taquillazo, a renacimiento y a Oscar. Así que el farsante recibe una buena suma y se ponen en marcha un par de películas de las que ha propuesto, mientras él intima con una joven –y guapa- columnista del Vanity y reniega de un pasado humilde en el Valle de San Fernando. Pero los ejecutivos tienen tan poco conocimiento de lo filmado antes de su mandato, que lo que han escogido es otro guión sobre boxeo y una trama con planteamiento hitchcockniano que debe retocarse ad nauseam para complacer a las estrellas protagonistas.
Pues bien, de existir esas dos películas con viejas, pero buenas ideas, podrían ser perfectamente The Fighter y The Tourist.
La primera cuenta la historia de un boxeador sin suerte al que se le está acabando el tiempo, con un entrenador difícil pero eminente en su rincón del cuadrilátero, una madre coraje que se equivoca por amor, una novia camarera con mucha pegada verbal, una buena racha imprevista, una última pelea… Supongo que nos va sonando. Amor y conflicto entre combate y combate hasta llegar al decisivo, que todo el mundo puede imaginar cómo termina sin necesidad de ser muy imaginativo, caramba.
Sólo que esta vez los boxeadores son dos y son hermanos: uno llegó lejos y después fracasó, el otro nunca ha llegado y ahora tiene su oportunidad. Para encarnar al más veterano adelgaza de nuevo Cristian Bale y añade la mirada con la que debe discutir en familia. O por dar la versión corta, el suyo es el Oscar que puede obtener esta película tan vista como bien contada.
La segunda es un misterio en su génesis más que en su desarrollo. Me gustaría pensar que la intervención de excelentes cineastas extra-hollywoodienses en la industria de la “Meca” no es una operación americana de fichaje y desactivación de posibles competidores, sino una técnica secreta del cine europeo para torpedear la calidad del cine made in USA, pero como Wikileaks no lo aclara nos quedaremos con la duda. Seguramente, el autor de la maravillosa La vida de los otros quiso aprovechar una ocasión única –y muy rentable- de experimentar El cine de los otros. Y el resultado es un producto vistoso con buenos argumentos de venta: pareja de superestrellas, escenario mítico, director de prestigio y promesas de intriga a la antigua usanza, servidas en un trailer milimétricamente calculado e incumplidas en la sala una por una. Aquí el turista no es Johnny Deep, es el director alemán Henckel Donnersmarck, y así le sale el suspense a la americana.
Aunque los ejecutivos queden económicamente satisfechos, recibirán el mensaje que debilita sus opciones de premio ceremonial: una historia es demasiado tópica y la otra es una intriga fallida donde lo único verdadero es la belleza de Venecia y de la Nines. Y como la industria de Hollywood necesita culpables hasta en sus éxitos, le colgará los borrones al encargado de los diálogos, que en el fondo es siempre un cabrón o un rojo. ¿No se acuerdan de que hace unos años los guionistas obligaron a filmar las películas de dos en dos o a parar proyectos, poniéndose en huelga? Pues ya entonces alguien de la Fox dijo “caray, yo creí que llevaban en huelga una década”.
¿Y cómo termina nuestra película? La nuestra no pretende contar mucho más: después de unas cuantas peripecias del guionista farsante -que aquí convertiremos en elipsis- y de la confesión de la columnista del Vanity Fair acerca de su propia farsa (ella también procede de un barrio pobre en el Valle de San Fernando), la última secuencia termina con la quema de guiones antiguos en el patio trasero de un gran estudio.
Ya he enviado la escaleta por fax a un despacho de la Paramount.
Después de todo, estoy acostumbrado a viajar en turista y a besar la lona.
Pones muy bien a The Tourist veo el trailer y no me sugiere del todo “receta cine europeo” pero viniendo de ti. La voy a ver y te cuento mis impresiones.
un saludo
¿Seguro que has leído bien el párrafo sobre The Tourist, Edgar?
Vuelve a hacerlo después del primer café.