Antonio Priante (II): Goethe, Larra, Schopenhauer… y mucho más
Tal como anuncié en mi anterior intervención, me propongo ahora dar una idea de las dos últimas novelas publicadas por este escritor. En ellas, con distintos procedimientos consigue el mismo efecto que en las dos anteriores: ponernos en la piel del personaje protagonista. Se dirá que esto es lo normal en literatura: conseguir que el lector “empatice” con el personaje. Sí, pero en Priante hay algo más, y es que en sus ficciones histórico-literarias se llega a perder todo rastro del autor. Quiero decir que el lector tiene la impresión de estar oyendo al personaje vivo, de conocerlo personalmente, como ha observado un joven crítico bloguero. Y esto es un mérito, por supuesto, sobre todo visto por los que le conocemos bien y sabemos que su carácter o manera de ser nada tiene que ver con el de Schopenhauer y poco con el de Larra. Y es que de estas dos figuras va lo que sigue.
El silencio de Goethe o la última noche de Arthur Schopenhauer apareció en 2006, publicada por Cahoba Ediciones. Ahí vemos al excéntrico y atrabiliario filósofo, en la soledad de su apartamento, transitoriamente restablecido de su enfermedad, meditando, pensando en voz alta, dirigiéndose a veces a su perro fiel, rememorando momentos destacados de su existencia: la muerte del padre, las difíciles relaciones con la madre, el despertar de la pasión filosófica, el encuentro con Goethe en Weimar, la creación de la gran obra, el viaje a Italia, el rechazo del mundo universitario, los amores, la frustración ante el silencio que rodea a su obra, el reconocimiento tardío… Sí, finalmente, el mundo se inclina ante el filósofo ya anciano. Pero ¿y Goethe? ¿Por qué el poeta y pensador que acaparó casi toda la capacidad de admiración del filósofo nunca se pronunció sobre el contenido de su obra fundamental? Este es el hilo conductor a lo largo del cual avanza toda la novela. Una novela que, en determinado momento de su escritura, planteó al autor un serio problema, según sus propias palabras:
“Y es que parece que una obra, del género que sea, que trata de un filósofo, ha de aludir de alguna manera a su filosofía. Pero yo mantenía al filósofo recluido en la soledad de su apartamento, y aunque es verosímil que ahí evoque, con rabia o con nostalgia, momentos destacados de su existencia, ¿va a explicarse a sí mismo su propia filosofía, sólo para que el público lector se entere? Por suerte, había otro personaje por ahí, que enseguida me brindó la solución: su fiel perro Butz. Hecho. Schopenhauer se dirigirá a él para explicar de modo rápido y somero su sistema filosófico, poniendo además la explicación al nivel del entendimiento perruno para que así también quede asegurada la comprensión del hipotético lector. Estoy seguro que esta ficción no hubiese desagradado al viejo filósofo. Tan seguro estoy de ello que a veces pienso que quizá no es ficción.” (De la conferencia pronunciada en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona el 12 de diciembre de 2007).
Priante opina que, de todas sus obras, es esta la más lograda. Yo añadiría algo. Diría que es la mejor de sus obras, sí, pero también que está entre las mejores de laspublicadas en los últimos años. Cierto que este juicio tan favorable puede obedecer en parte a nuestra amistad confesa. Para obviar este inconveniente, he rastreado por las críticas aparecidas. No he encontrado ninguna negativa.
Y aquí es donde el autor demuestra su maestría al hilvanar con sutileza las anécdotas y peripecias de esta «vida de filósofo», de manera tan natural y convincente que el personaje Schopenhauer se torna creíble, semejante a un regio actor en el papel de sí mismo. La elegancia del estilo de Priante entona con la del discurso del filósofo, casa con la mesura íntima de la narración que fluye sin estridencias y nunca decrece en intensidad (Fernando Moreno Claros, El País, 16 de setiembre de 2006).
Priante sabe retratar todos los matices de este sentimiento de abandono del creador que al final de sus días ha logrado las alabanzas de las gentes más sencillas pero sólo ha alcanzado la indiferencia de los académicos, que aparentemente no le preocupan demasiado, y de Goethe, que le preocupa obsesivamente. Sólo un autor que ha sufrido la incomprensión puede reflejar tan bien este trayecto hacia una obra sólida. Esto de la incomprensión no lo digo por un arrebato romántico que me empuje a la exageración. Priante ha tardado ocho años en encontrar un editor para esta magnífica novela sobre el alma de un escritor. Esta tardanza, desgraciadamente, da fe de su calidad (Ada Castells, La Tormenta en un Vaso, 9 de octubre de 2006).
Este fin de semana he leído de un tirón otra pieza de Antonio Priante, “El silencio de Goethe o la última noche de Arthur Schopenhauer”, que me ha vuelto a sorprender. Primero por su claridad y por su conocimiento de Schopenhauer, de Goethe y del pensamiento filosófico y literario del siglo antepasado. Segundo porque me han emocionado las páginas en las que el filósofo le echa en cara a Eckermann… (Lluís Foix, La Vanguardia, 30 de mayo de 2006).
Lo importante de esta obra es que, en tan pocas páginas, se aprovecha todo, y el autor consigue algo realmente excepcional: nos da la impresión, por muy ficticia que sea, de haber conocido a Arthur Schopenhauer (Supersantiego, La Realidad Estupefaciente, 28 de setiembre de 2010).
El corzo herido de muerte apareció en 2007, publicada por Cahoba Ediciones. Aquí Priante se transmuta en el escritor madrileño Mariano José de Larra y, como en la obra antes comentada, el lector tiene la oportunidad de conocer al personaje personalmente. Todas las teorías sobre las causas del suicidio más célebre ocurrido en España se revelan pobres frente a la realidad del profundo río de la vida, que no puede escapar de su cauce. Por las cartas que escribe Larra a un destinatario medio fingido pasan fugazmente la infancia del exiliado, el primer desengaño, el matrimonio precipitado, la lucha por la fama, el éxito literario y social, la frustrada actividad política, la tenaz melancolía, el gran amor, que da sentido a todo y que, al desvanecerse, lo deja todo sin sentido. Hasta que una llamada a la puerta interrumpe el relato.
En esta obra, Priante se enfrenta a una dificultad añadida: el idioma. Y es que los anteriores protagonistas (Catulo, Cicerón, Schopenhauer) se expresaban en una lengua (latín, alemán) diferente del idioma en que están escritas las novelas; en cambio, el protagonista de ésta se expresaba en el mismo idioma en que está escrita la novela. Esto suponía que el autor no sólo tenía que captar el espíritu y hasta el estilo del personaje, como en las otras obras, sino que, además, había de reproducir su lenguaje, su castellano. Pero reproducirlo hasta cierto punto, porque tampoco se trataba de practicar una reconstrucción arqueológica. Si el resultado ha sido bueno o no, puede saberse haciendo la siguiente prueba: intentando distinguir los párrafos auténticos de Larra con que está trufado el libro (cuatro o cinco, creo), del grueso de la obra, producto exclusivo del ingenio del autor. Y también aquí, para acallar suspicacias, daré una breve muestra de la crítica.
Priante es un escritor culto de escritura diáfana, elegante y muy ajustada a lo que quiere contar. […] Priante se funde con el periodista y nos brinda su voz, Con libros así, la literatura no deja de alentar (José Giménez Corbató, El Heraldo de Aragón, 4 de octubre de 2007).
Ahora Antonio Priante le dedica El corzo herido de muerte (Cahoba), una impactante novela que casi no parece novela. Los trece capítulos del libro son otras tantas cartas a Ventura de la Vega. Comienza la correspondencia el 1 de febrero, termina el 13, el mismo día de su muerte. Las cartas son apócrifas, cierto. Pero podían ser verdaderas, tan fielmente nos evocan el desolado tono de los últimos artículos Larra. La técnica es la misma que Priante emplea en otras novelas como Lesbia mía, una recreación de Catulo. Todas sus novelas son históricas y tienen la intensidad del poema, el rigor del ensayo (José Luis García Martín, ABC, 16 de junio de 2006).
Mujer de poca fe me considero en lo que a la resurrección de la carne se refiere y, sin embargo, mi admirado Antonio Priante consigue hacerme cambiar de opinión (al menos en esa resurrección del espíritu y de la vida en que se empeña y logra con los personajes que toca). […] No se encarga Priante de hacer retratos sociales (aunque los hay), ni radiografías históricas (que también haylas), ni siquiera biografías al uso. Sino, insisto, resurrecciones. Quizá construye de esos seres lo que nunca vimos de ellos. Lo que faltaba por tejer perdido entre sus obras y las vidas que nos dejan enciclopedias y biógrafos. Con ese material Priante hace alquimia, depura y perfila los recovecos de grandes nombres dando de lleno en la diana de la verosimilitud… (Pequeñamoleskine, 30 de julio de 2007).
Nada más. Y nada más se ha publicado de Antonio Priante. Cahoba Ediciones, que le había prometido tanto y que, en sus primeros pasos, parecía una pequeña editorial seria y con futuro, como algunas de las que han surgido en los últimos años, resultó ser sólo el capricho de un millonario. Tan efímero como todos los caprichos.
Y aquí unos vínculos para degustar:
http://www.scribd.com/doc/47449471/el-silencio-fragmentos
http://www.scribd.com/doc/47449551/el-corzo-fragmentos
Casualidad. Hace unos días, a través del siempre interesante http://www.seleucid-project.net/ , encontré en la red y me leí de un tirón el delicioso ensayo de Priante sobre arte y suicidio.