Luis Muñoz Díez charla con José Luis Muñoz sobre toda su trayectoria
El pasado día veinte de Enero se celebró en el Hotel Kafka de Madrid un acto literario, que fue más allá de la mera presentación de los tres libros publicados por el escritor José Luis Muñoz en 2010. Entre el público numerosos escritores que acudieron a un acto que era de reconocimiento al escritor por su sólida trayectoria, porque hace veinticinco años que fue galardonado con los premios Tigre Juan y Azorín, y desde esa fecha ha publicado veintisiete libros, amontonado premios y reconocimiento. Para cada título contó con un presentador de lujo. Fernando Martínez Laínez se encargó de hablar de La mujer ígnea y otros relatos oscuros (Neverland, 2010), José Carlos Somoza de Marea de sangre (Erin 2010) y Fernando Marías de La frontera sur (Almuzara 2010). Todos ellos fueron presentados por el escritor Recaredo Veredas.
Este acontecimiento me ha parecido un pretexto más que sobrado para sentarme con el reconocido escritor y repasar su obra, premios y vivencias en una larguísima charla de la que espero disfruten tanto como yo lo he hecho mientras recorría la biografía de un autor que consigue que en sus novelas todas las piezas ensamblen perfectamente. Para quien lo haya leído no puede pasar por alto la riqueza con la que dibuja a sus personajes, dando la sensación de haberlos habitado el mismo por la calidad con la que describe sus sentimientos.
Fernando Martínez Laínez, ha lamentado en el acto del Hotel Kafka la falta de plataforma comercial para la difusión del relato, y me gustaría que para empezar me hablaras de esta recopilación editada bajo el título de La mujer ígnea.
La mujer ígnea y otros relatos oscuros, era un libro que me apetecía mucho publicar. Los libros de relatos, no sé bien por qué razón, tienen escasa aceptación, porque hay una especie de estúpida preferencia hacia la novela en detrimento del cuento, cuando escribir un cuento es un ejercicio muy difícil que, por su breve extensión, no admite digresiones, altibajos y exige casi la perfección absoluta.
¿Qué incluye esta recopilación publicada por Neverland?
Los cuentos que están incluidos en La mujer ígnea y otros relatos oscuros son casi todos premiados, han sido publicados muchos de ellos en antologías y en revistas y me apetecía reunirlos, y al hacerlo me di cuenta que había una extraña lógica interna, que el libro resultante no era un cajón de sastre porque casi todos los relatos podían inscribirse dentro del género negro, el erótico o el fantástico.
Son todos hijos y de distintas edades, pero siempre se siente preferencia por alguno.
De todos ellos mis preferencias personales se decantan por el que da título al libro, un relato muy al estilo de Cortázar, que se mueve dentro de la ambigüedad entre fantasía y realidad; Mis quince minutos con Norma, que se centra en el hombre que tuvo el privilegio de hacer el amor con Marilyn Monroe en una película porno, cuando ésta era Norma Jean, un suceso que le marca de por vida cuando descubre que su partenaire amorosa en esa cinta clandestina es la mujer más deseada del mundo; La extraña herencia, que es un largo relato sobre los libros y los escritores en donde entra la fantasía; y El terror, que cierra la antología, un relato escrito en la inusual segunda persona y habla de esos barcos tortura, en aguas de nadie, que la CIA tenía para torturar a los sospechosos de la guerra contra el terrorismo.
José Carlos Somoza ha destacado de Marea de sangre “que impacta por su realismo vital”. Yo no puedo estar más de acuerdo. La historia parte de un hecho real e insólito y según vas tirando del hilo desvelas un micromundo paralelo a la cotidianidad del pueblo que asusta por su cercanía y que no me permitió dejar el libro hasta que supe todo lo que contenía. Ahora me gustaría saber la opinión de su autor.
Marea de sangre está ambientada en los años ochenta, en un pueblo de la Costa Brava, Playa de Aro, en donde solía veranear, pero no es la única novela que ubico en ese lugar: La precipitación, publicada muchos años atrás, también transcurría allí. Todo arranca de un suicidio del que fui testigo: una turista extranjera se tiró al vacío desde un bloque de apartamentos próximo al que yo estaba. A partir de ahí desarrollé una intriga. Hay prostitución, tráfico de drogas, blanqueo de dinero, testaferros, pieds noirs y un policía municipal que, un poco por aburrimiento, se mete en camisa de once varas. Creo que la novela tiene dos polos de atracción. El primero es el policiaco, la investigación que ese guardia municipal hace por su cuenta de un suicidio que no acaba de ver claro y, a medida que avanza en su investigación, descubre más y más corrupción a todos los niveles: político, policial, financiero.
¿Me puedes hablar de ese policía municipal, un perdedor al que con desprecio se le escupe que es tan poco que ni merece la pena comprarlo?
El otro polo de interés es la vida personal de ese hombre, Ismael Ortiz, su insoportable existencia al lado de una mujer, alcohólica terminal, a la que ha dejado de querer, su falta de futuro absoluto que le hace caer en brazos de la policía que comparte con él las patrullas, primero, y luego en los de una joven prostituta a la que intenta redimir. La novela describe una lucha de un Quijote, el protagonista, contra gigantes, un combate que no puede ganar.
Fernando Marías ha dicho de La frontera sur:
“La novela de José Luis, para mí una de las grandes novelas negras de lo que llevamos de siglo, es una peculiar fusión de vanguardia -en el sentido de que explora las oscuridades del alma humana, antes que hechos delictivos o policiales- y clasicismo de rigor casi académico, ya que La frontera sur contiene todos los elementos reconocibles del género. Es una novela negra imprescindible”.
Ahora, me gustaría que me hablaras de esa novela fronteriza en todos los aspectos y, en mi opinión, sabia y redonda.
Puede que sea La Frontera Sur una de las novelas negras de las que me sienta más satisfecho. En ella retomo a un personaje del pasado, al Mike Demon hipnotizado por ese espejismo que es Las Vegas de Lluvia de níquel, pero no es su secuela sino la precuela. Mike Demon era un personaje que podía llenar muchas novelas. Y escribí La Frontera Sur, explicando como un americano medio, que vive en un barrio residencial de Los Ángeles con su familia, aparentemente feliz, busca alicientes a su monótona vida de agente de seguros y los encuentra en brazos de otras mujeres a las que conoce en sus ausencias. Hasta que, cuando cruza la frontera que separa Estados Unidos de México, conoce a Carmela, una linda mexicana, y su vida da un vuelco peligroso, porque el enamoramiento de esa muchacha, que él creía iba a ser otra muesca más, le complica la vida de forma terrible, le hace bucear por mundos peligrosos en donde antes no se había metido: narcos, prostitutas, policías corruptos y violentos, traficantes de personas.
Mike Demon no se deja llevar, se entrega voluntario porque antes nunca se había sentido tan vivo, quizá porque roza constantemente el precipicio y la muerte en una edad en la que valora el tiempo porque sabe que todo acaba.
La Frontera Sur es una novela negra hasta sus raíces, está recorrida por el fatalismo, es muy descriptiva y hay en ella un deseo sexual irrefrenable y adictivo que lleva a Mike Demon hasta el mismo borde del abismo. También puede ser leída como una novela de confrontación norte/sur a través de los personajes de Mike Demon y el policía mexicano Fred Vargas, tipos ambos muy peligrosos.
La frontera sur ha sido galardonada con el Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona. Desde 1985 en que fuiste premiado por partida doble con los premios Tigre Juan y Azorín por El cadáver en el jardín y Barcelona negra no has dejado de recibir premios. ¿Qué importancia tienen para ti en tu carrera?
Creo que si no hubiera sido por esos dos premios que nombras mi carrera literaria no se hubiera iniciado. El Tigre Juan me hizo ver que lo que yo escribía, y guardaba hasta ese momento celosamente para mí, podía interesar a terceros. El Azorín, ese mismo año, fue mil sobre hojuelas. Mi bautizo literario fue, además, con dos novelas de género negro, publicadas en una de las mejores colecciones de novela negra que existían en el país. Los premios no amargan más que a quien no los obtiene. Para mí tienen una enorme utilidad, porque ponen el foco en el libro premiado, lo destaca dentro de esa jungla de miles y miles de publicaciones que llenan los anaqueles de las librerías.
Paco Ignacio Taibo II fue responsable de la edición para Etiqueta Negra de tus dos primeras novelas y con él mantienes una unión que continúa hasta hoy por la vinculación que tienes con la Semana Negra de Gijón.
Paco Ignacio Taibo II estaba al frente de la colección Etiqueta Negra de editorial Júcar que dirigía el ya desaparecido Silverio Cañada. Puedo considerar a Taibo un poco como mi padrino literario: él me dio la alternativa al elegir mis dos primeras novelas para su prestigiosa colección que, en dos años, publicó cientos de títulos e inundó los anaqueles de las librerías. Además en aquel entonces Paco Ignacio Taibo II montaba la Semana Negra de Gijón y yo tuve la suerte de participar en esa primera edición con los dos libros recién salidos del horno. Mi relación con él sigue, después de 25 años, y seguimos viéndonos en las últimas ediciones del evento negrocriminal más extraordinario del mundo que me ha permitido conocer a amigos de la talla de Fernando Marías, José Carlos Somoza o Fernando Martínez Laínez, los presentadores de los tres libros que he publicado en 2010.
El Barroco es un libro diferente, una historia peculiar que recibió un premio de literatura gastronómica, y tiene gracia porque era una novela que abordaba el canibalismo.
El Barroco era una novela negra diferente, por cuanto había un fuerte componente de género fantástico y de terror. Fue un poco una provocación ganar un premio de literatura gastronómica, en cuyo jurado estaba Manuel Vázquez Montalbán, que patrocinaba el ya desaparecido restaurante La Odisea de Barcelona, con una novela caníbal, porque la novela, que publicó Plaza & Janés y cosechó críticas excelentes, giraba en torno a un restaurante que cocinaba a sus comensales. El Barroco fue un libro experimental, con texturas muy diversas: relatos en primera persona, diarios, cartas, etc.
¿Cómo fue tu paso por la Universidad en el final del franquismo?
Accedí a la Universidad cuando empezaba a descomponerse el régimen franquista. Cursé tres o cuatro años de Filosofía y Letras, rama Románicas, porque ya me apasionaba la literatura, pero la vida política convulsa me capturó y la verdad es que pisé muy pocas veces las aulas de la universidad como no fuera para ocuparlas e intentar la revolución desde ellas.
¿Cómo se notó aquí el mítico mayo francés del 68?
Replicábamos en España los ecos del mítico mayo francés que convulsionaron Europa y Estados Unidos. Estábamos contra el imperialismo americano, contra la guerra de Vietnam, a favor de Cuba, contra el franquismo. Fueron años muy intensos de luchas universitarias, a veces muy violentas, en las que proliferaron una buena cantidad de grupúsculos revolucionarios.
¿Cuál fue tu postura?
Me integré en uno de ellos, una célula anarquista bastante virulenta llamada Negro y Rojo, vinculada a la CNT-FAI, y tuve la suerte de sobrevivir a todas sus caídas policiales. Estos años de lucha y resistencia antifranquista, de negación absoluta de la autoridad ─ la del padre, la del catedrático, la del estado ─ creo que marcaron a toda una generación universitaria. Maoístas, trotskistas, marxistas leninistas y anarquistas éramos muy libertarios todos. Esos años los recuerdo con cariño y nostalgia, porque fueron muy intensos, voluptuosos, de conocer chicas, de comunas de hippies en La Floresta, Pink Floid y King Crimson, del musical Hair. Seguramente ese período de mi vida se merece una novela. Espero tener tiempo para escribirla.
Yo te pido que la escribas
¿Queda algo de aquel buscar el mar bajo los adoquines?
Con el paso de los años los mitos se han hecho de barro. No todos. El Che sigue presente, pero quizá porque murió. Castro está totalmente desprestigiado, hace años que debió dejar el poder y transformar Cuba en una democracia. El espíritu de Mayo 68 no venció a nivel político, pero sí a nivel social. Después de Mayo 68 ya nada fue igual. Cambiaron los roles dentro de las familias, las empresas, las relaciones sexuales. Sopló un vendaval que se llevó todo lo caduco. Los años han pasado y volvemos a estar donde estábamos en estos momentos, en una situación inestable, con una clase política incapaz de dar una respuesta coherente a la crisis económica, con jóvenes muy preparados pero en el paro y sin esperanzas de tener un trabajo estable.
Quizá sea por el tapón del consumismo, pero la gente joven está muy conformada.
Tendrán que ser esas nuevas generaciones las que den un nuevo bandazo, una nueva sacudida al orden establecido, que arrasen con la dictadura de los mercados y el FMI y hagan frente a esa ofensiva generalizada para derribar el estado de bienestar. Y tengo esperanza de que lo hagan. En Italia, Reino Unido, Francia, hay brotes de rabia de la juventud que toma las calles. En Túnez, en el Magreb, el pueblo que se ha echado a la calle ha derribado una dictadura. Cabe la esperanza.
Viviste un fenómeno que surgió en Barcelona a finales de los sesenta setenta. Un movimiento que miraba a Europa y sobre todo a Francia, que se llamó escuela de de cine de Barcelona. Hoy poco conocida. ¿Me puedes hablar de ella?
La escuela de Barcelona era la respuesta que se daba desde Cataluña al cine mesetario representado por Saura, Mario Camús, Francisco Regueiro, Basilio Martín Patino, etc. Era un movimiento cinematográfico cuyos principios había que buscarlos en el cine francés de vanguardia de la Nouvelle Vague, un grupo de cineastas experimentales, algunas de cuyas películas aún resisten el paso de los años. A mí su cine me fascinó en su momento por lo novedoso.
Eres más joven que todos ellos pero has tenido que conocerlos.
Tuve la suerte de conocerlos personalmente a raíz de un amplio reportaje que realicé para la revista Cinemanía. De ese grupo experimentalista salieron gente como Vicente Aranda, Jorge Grau, Ricard Bofill, Jacinto Esteva Grewe, José María Nunes, Gonzalo Suárez, Joaquím Jordá, muchos de los cuales se pasaron luego, con éxito, al cine comercial. En cierto modo eran unos libertarios del cine que buscaban otras formas de expresión.
Recibir el premio La Sonrisa Vertical fue capital en mi carrera literaria. Lo conseguí con Pubis de vello rojo, una novela mestiza en donde confluían dos géneros, el erótico, desde luego, para hacerse acreedora de ese premio, pero también el negro, porque era una historia que sucedía en los ambientes marginales de Barcelona. Lo obtuve, además, en uno de los momentos álgidos de la colección, el año posterior a que lo ganara Almudena Grandes con Las edades de Lulú. Ello me permitió conocer personalmente al desaparecido Luis García Berlanga que siempre elogió la novela. Pubis de vello rojo era una novela muy dura, de sexo descarnado y violencia extrema, pero que se vendió muy bien. Recuerdo que estuvo bastantes meses en la lista de los libros más vendidos del país, que se hicieron tres ediciones y se vendieron cerca de 30.000 ejemplares.
Las ventas vinieron acompañadas de la popularidad.
Además el premio tuvo una enorme repercusión mediática, me entrevistaron prácticamente en todos los medios del país, salí en casi todas las televisiones y me abrió el paso en publicaciones como Interviú, Playboy y Penthouse.
Con Mala hierba das un salto y sitúas a tus protagonistas en el decorado clásico de género americano.
Con Mala hierba, que es una de mis novelas negras preferidas, me situé plenamente en Estados Unidos que ya había visitado, de forma parcial, en La casa del sueño. Es una novela coral, con una serie de crímenes y violaciones por medio, que describe minuciosamente la América profunda hipócrita y violenta. Ya había viajado, por entonces, por Estados Unidos, y había visto mucho cine negro norteamericano, y me apeteció, en ese momento, escribir una novela de esas características.
Lifting es un paréntesis. Escribes una novela que arraiga muy bien con ese genero tan español que parapetado en lo cómico te permite hacer un retrato sin concesiones del panorama literario. Y con Lifting ganas otro premio codiciado: el Café Gijón.
Conseguí ganar el Café Gijón, en su edición 50, con una novela de humor, un género en el que nunca había incursionado. Claro que era un tipo de humor algo vitriólico que me permitió, a través de la descripción del mundillo literario, cargar contra algunos autores y un sinfín de críticos literarios. Escribí Lifting un poco como venganza y para reírme de mí mismo. Me reí mucho con el resultado y creo que se rieron también los lectores que accedieron a ella.
¿Cómo decides pasar de la novela negra a escribir una trilogía histórica de la envergadura de La Pérdida del Paraíso?
Cuando editorial Planeta me ofreció escribir la trilogía La Pérdida del Paraíso lo percibí como un desafío. No había escrito nunca antes novela histórica. Pero era un género que me apetecía mucho incursionar. La novela histórica te permite trasladarte al pasado, recrear mundos que ya no existen, meterte en mentes ajenas muy distantes en el tiempo. Todo un desafío que acepté con apasionamiento.
Escribir novela histórica duplica la dificultad. No solo tienes que contar con el talento de narrar una historia, sino que además tienes la dificultad añadida de que los usos, la mentalidad, el lenguaje eran muy diferentes.
Me metí tanto dentro de la novela que durante el año que tardé en escribir las mil páginas que tiene no estaba en 2000 sino en 1492, ni estaba en esta orilla sino en la de enfrente. El resultado creo que fue satisfactorio. La considero mi mejor novela, al menos es la que más me ha hecho disfrutar. Fue muy complicada, no solo por reproducir toda una época y su forma de hablar, por inventar un estilo literario acorde con los tiempos que se narraban, sino también por la enorme cantidad de personajes que tenía. Es una novela histórica nada complaciente con el papel de los descubridores, de hecho se puede leer como una novela negra con trasfondo histórico.
De la novela histórica vuelves al generó erótico con El sabor de tu piel. Te despojas de la armadura pero permaneces en América Latina.
Con El sabor de su piel crucé el charco desde el punto de vista editorial. Gané un premio de literatura erótica venezolana y me publicó la novela Alfadil. Es la novela más erótica que he escrito, realmente incendiaria. Algunas lectoras se sofocan y deben de darse una ducha para aliviarse.
Pero el género erótico ya lo habías tocado con éxito en Pubis de vello rojo.
Sí en Pubis de vello rojo el sexo tenía un componente dramático y violento, en El sabor de su piel estaba presente de una forma exultante y gozosa. Hube de viajar a Caracas para promocionarla. Y en esa estancia de una semana en la capital de Venezuela se gestó La caraqueña del Maní. Caracas es una ciudad muy violenta e insegura, me di cuenta al llegar a ella, pero también muy literaria, y se merecía una novela. En el hotel ya empecé a escribir las primeras páginas de La caraqueña del Maní. Necesitaba un protagonista extranjero, como yo, que diera su visión de la ciudad. Se me ocurrió que fuera un etarra refugiado en la Venezuela de Chávez. Fue un acierto. Luego se supo que había una vinculación entre ETA, las FARC y Chávez. La novela ganó el premio Camilo José Cela y fue mencionada por el New York Times a raíz del incidente de Chávez con el Rey.
Qué curioso, es como si la ficción se hubiera hecho realidad, y que se mencionase La caraqueña de maní en el New York Times es todo un reconocimiento.
¿Qué se siente cuando te piden que escribas un reportaje ilustrado con imágenes de Helmut Newton? Uno de los fotógrafos más importantes del mundo.
Fue un regalo. Empecé a colaborar con la revista GQ y surgió la posibilidad de escribir ese reportaje. A mí Helmut Newton es uno de los fotógrafos que más me gustan. Las fotos de Las Vegas eran sensacionales, en blanco y negro. No hacía mucho que había estado en la ciudad del juego y había escrito algunos apuntes. Mi texto se adecuó perfectamente al reportaje fotográfico. Creo que fue el mejor reportaje que hice.
Y en Las Vegas centras la historia de Lluvia de níquel
Lluvia de níquel nació, precisamente, de ese reportaje en GQ. Las Vegas es un territorio mítico, el infierno en el desierto, Sodoma y Gomorra, un inmenso parque temático del pecado, del juego y la lujuria. Ver a la gente enloquecida ante las máquinas tragaperras, olvidándose de todo, de si era de día o de noche, de comer o de dormir, de su esposa y sus hijos, verlos abducidos por esa pasión por el juego me hizo concebir una novela.
¿Fue una novela de inspiración y fácil de escribir?
Lluvia de níquel, el resultado, fue fruto de muchos años de escritura y reescritura, no tiene muchas páginas pero fue de gestación lenta, y eso creo que redundó en beneficio de la novela. Estuvo entre las finalistas de un Herralde, pero finalmente lo ganó Belén Gopegui. Lo lamenté, pero fue positivo para la novela, porque volví una y otra vez sobre ella. Finalmente se alzó con el premio Francisco García Pavón. Y en ella alumbro a Mike Demon, el protagonista de La Frontera Sur, una especie de Ripley de Patricia Highsmith.
Con Los últimos casos del inspector Rodríguez Manchón vuelves a la América ardiente, en este caso al Caribe.
Esta novela es curiosa por su gestación. Nace de unos papeles olvidados en un cajón. Los cajones de los escritores deparan esas agradables sorpresas. Eran veinte páginas de una novela inacabada empezada treinta años atrás, escritas a mano, seguramente en mi periodo universitario. Decidí seguir con su narración y me di cuenta de que aquello era una novela negra y que por lo que contaba debía ambientarla en algún país latinoamericano. Viajé a La Habana, por entonces, y me dije que debería transcurrir allí, que tenía que ser una novela caliente sobre un policía cubano muy particular, un lector de Faulkner llamado Rodríguez Pachón. La novela creció a partir de esas hojas manuscritas, como la cola amputada de una lagartija. Y lo hizo bien puesto que ganó el premio de novela de la Diputación de Córdoba y fue publicada por Algaida.
¿Qué piensas que aporta El mal absoluto a un tema sobre el que se ha escrito tanto como es el Holocausto?
La redacción de El mal absoluto la recuerdo como una de las más duras. La idea de escribir sobre el Holocausto, el mayor crimen de la historia de la humanidad, me vino a raíz de ver un programa de la BBC en el que contrastaban una entrevista a un verdugo nazi de las SS y a una víctima judía. El nazi, un aristócrata que no se arrepentía de nada, llevaba, por lo que vi en la entrevista, una vida lujosa y feliz. Por el contrario, la existencia de la víctima, avergonzada por haber sobrevivido, era terrible, vivía en un pobre cuchitril, en la más absoluta miseria.
Es una de las secuelas que sufren los que soportan y sobreviven a una envestida tan brutal, y es que pueden sentirse avergonzados de lo que les han hecho siendo ellos las víctimas.
El mal absoluto surgió por un afán de hacer justicia, aunque fuera poética, a través de la novela. Más que una novela es un ensayo sobre el mal, con mayúsculas, a través de un repaso de lo que fue el Holocausto. Era una novela necesaria en mi trayectoria, útil, didáctica. Lo mejor que me han dicho los lectores que la han leído es que todos, por supuesto, conocían las atrocidades del III Reich por documentales, por películas, por otros libros, pero que con El mal absoluto se habían dado cuenta exactamente de la monstruosidad cometida, de las dimensiones de esa atrocidad sin calificativo, habían captado el espantoso horror. Es una de las cinco novelas de las que estoy más satisfecho.
Con El corazón de Yacaré vuelvo a América Latina, al Caribe. Es una novela de amores y pasiones, esa es la razón de que ganara un premio de novela romántica, pero también es una novela negra que habla de represión y violencia dictatorial. Me gustó de la novela que tiene tres planos narrativos, uno por cada uno de los protagonistas, que se entrecruzan y forman un puzle del que el lector debe sacar sus propias conclusiones porque es una novela abierta a interpretaciones en donde se sugieren cosas terribles.
Háblame del policía que traiciona a su igual y se pone del lado del poder.
Quizá el personaje que más me guste de la novela es el policía, aquejado por un sentimiento de culpa, un hombre del pueblo que debe torturar a los suyos porque está a las órdenes de una oligarquía fascista. Es, también, una novela política.
¿Qué importancia ha tenido en el cambio social la nueva actitud de la mujer y cómo repercute en la novela negra?
Tradicionalmente, en el campo de la novela negra, el papel de la mujer ha sido casi siempre muy negativo, de femme fatal, de inductora del asesinato por medio de sus artes de seducción. Ese estereotipo está muy alejado de los personajes femeninos de mis novelas que suelen ser bastante fuertes. Las mujeres que pueblan mis novelas son todas bellas, sensuales, exudan erotismo por los poros de su piel, pero no tienen nada de sumisas. Son tan malas, o tan buenas, como mis personajes masculinos.
En la lista de tus obras favoritas no figuran más que dos autores en castellano, uno es Clarín, un clásico, y el otro Cortázar, este último muerto a la par de la publicación de tu primera novela. ¿Es una cortesía para los compañeros vivos?
Bueno, hay bastantes más, pero la lista sería larga y los ausentes se pueden enfadar. Clarín me parece capital por La Regenta. A Cortázar le debo mi afición a escribir, porque él me descubrió la literatura como juego. Tampoco puedo olvidarme de una genialidad como Cien años de soledad de García Márquez. Centrándonos en la novela negra hay un par, escritas por dos colegas y amigos, que me parecen capitales: Días contados de Juan Madrid y Prótesis de Andreu Martín. De Manuel Vázquez Montalbán me quedo con Galíndez. De Francisco González Ledesma me encanta su personaje Méndez. Pero hay muchos más. Te puedo citar, porque acabo de leerlo y me ha deslumbrado, al argentino Guillermo Saccomanno y su novela El oficinista. Otra novela que me dejó muy impresionado fue Tiempo de silencio de Martín Santos. O La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela, una novela negra rural. O Esta noche moriré, de Fernando Marías.
En la vida cotidiana se han introducido haciéndose indispensables, pero ¿cuál es tu opinión de cómo van a influir las nuevas tecnologías en el futuro de la literatura?
Pues no lo sé. Yo puedo hablar por mí. Yo seré de los que se negarán a leer una novela en formato ebook. El libro digital lo veo yo perfecto como manual de consulta, pero el placer de la lectura y de acariciar un libro, de olerlo, de disfrutar de una bonita portada, de leer la contraportada y la solapa, todo eso no te lo da un ebook. Soy un fetichista del libro como objeto, como adorno, incluso, para llenar una pared. La afición me viene de un padre bibliófilo del que heredé una librería de diez mil libros. Me falta vida para leerlos. Pero se los dejo a mis hijos. Y estos, a los suyos. El que los libros tengan su historia, pasen de unas manos a otras, también me parece fascinante.
Por último, te quiero preguntar, ¿por qué escribes?
Cuando me preguntan por qué escribo no hay una sola contestación, sino varias. Lo hago por placer, porque no hay nada que me dé más placer que conseguir un párrafo, una página, un relato, una novela redondas. Escribo para bucear en mundos ajenos, para ir al pasado o al futuro, para viajar a las antípodas, para meterme en la piel de gente que yo nunca podré ser, para saber lo que pasa por la cabeza de un asesino, de un policía, de un nazi, de un guerrillero, de una prostituta ejerciendo su trabajo, de un torturador aplicando la picana, de un homosexual…tener otras vidas más allá de la mía, algo que sólo puedo obtener con la literatura. Escribo porque creo que nací escribiendo, porque me crié entre libros, porque contaba cuentos inventados a mis primos, porque en cuanto supe aguantar un bolígrafo entre mis manos ya me puse a escribir y a los siete años terminaba mi primera novela, un western de 120 páginas, y a los doce había escrito una novela de mil páginas. Escribo, finalmente, porque si no me moriría, ahogado por falta de aire, porque sé que la literatura, muchas veces, me ha salvado de la muerte, me ha llevado a la vida. Escribo para que me quieran, como suele decir Juan Madrid. Y escribo porque es la única forma que conozco de ser eterno.
Sinceramente creo que esta charla no puede tener mejor punto final que las palabras del escritor: la literatura me ha salvado de la muerte, me ha llevado a la vida.