3 de Febrero: That'll be the day
Por Paloma Marín.
Hace poco más de cincuenta años una simple moneda salvó la vida del guitarrista Toomy Allsup mientras, prácticamente al mismo tiempo, un gesto de generosidad evitaba la muerte de Waylon Jennings. Era 1959 y ambos músicos formaban parte de la crew que Buddy Holly había reunido para sustituir a su recién extinta banda, durante una serie de conciertos a contra reloj que pretendía cubrir veinticuatro ciudades en tan sólo tres semanas, The Winter Dance Party: pésimas condiciones y temperaturas bajo cero.
Con la disolución de los Crickets a cuestas, recién casado y en apuros económicos, Holly se enrola así en una gira de bajo presupuesto que le llevaría a recorrer en autobús tres de las regiones más frías del Noroeste de los Estados Unidos compartiendo cartel y calamidades con Ritchie Valens, Big Bopper y Dion and the Belmonts.
Viajes nocturnos, autocares sin calefacción y apenas cinco minutos para comer algo o lavar la ropa, convierten rápidamente el viaje en una cuestión de supervivencia: el batería es hospitalizado después de que, literalmente, se le hielen los pies y los resfriados no tardan en convertirse en plaga. Las fuerzas disminuyen y el desencanto aumenta.
A las 8 de la tarde, el autobús se detiene a las puertas del «Surf Ballroom». En la calle hay unas 1500 personas esperando: es 2 de Febrero y esa noche les toca actuar en Clear Lake, Iowa. Aún sin batería, Buddy se encarga de las baquetas para los Belmonts mientras los otros se van turnando durante su actuación para salvar el contratiempo. Cuando todo termina 600 millas vuelven a sepáralos de su siguiente destino. Después de ofrecer al público la que sería la última actuación de su vida, Buddy corre a buscar al mánager de la sala para comunicarle su deseo de alquilar una avioneta que le traslade a él, Waylon Jennings y Tommy Allsup hasta la próxima escala de su gira. Anderson contacta con el propietario de un servicio aéreo en Mason City y la noticia empieza a correr como la pólvora: los demás componentes de la gira se mueren de envidia, todos quieren escapar del frio y ruinoso viaje en autobús. Big Bopper comienza a perseguir a Waylon para que le ceda su sitio en la avioneta: si dormir en un autobús ya es incómodo, mucho más para un hombre de su envergadura. Waylon accede: «Si Buddy está de acuerdo, yo también lo estoy». Al mismo tiempo y con el mismo propósito, Ritchie acosa a Tommy Allsup hasta que éste acepta jugarse su plaza lanzando una moneda de 50 céntimos al aire. Ritchie gana, los tres elegidos suben al avión y el resto es historia. Al día siguiente, todas las televisiones retransmiten la misma noticia: debido a una tormenta de nieve la avioneta se ha estrellado a los 15 minutos del despegue causando la muerte de sus cuatro ocupantes.
La nación entera quedó conmovida. A pesar de su corta edad estas tres figuras de la música popular se habían labrado un hueco importante en el corazón de la América de los 50. Richard Steven Valenzuela tenía solamente 17 años cuando murió, pero tan mala suerte no impidió que el cantante adolescente fuera capaz de fusionar el estilo tradicional de la música mexicana con el rock and roll contemporáneo para lograr que su famosísima “Bamba” se colara en millones de hogares a lo largo y ancho del país. Con casi 11 años más, y según cuenta la leyenda, Jiles Perry Richardson, The Big Bopper, tuvo tiempo para ganarse el sobrenombre teatral mientras trabajaba como DJ para la KTRM en Beaumont (Texas), al estar retransmitiendo durante seis días consecutivos, sin parar, hasta pinchar un total de 1.821 discos. “Chantilly Lace”, su gran hit, se convirtió en la tercera canción más radiada de 1958.
Y qué decir de Buddy Holly. Con su aire inocente y sus gafas de escolar, Charles Hardin Holley no tenía en absoluto aspecto de rebelde, sin embrago, por un momento en su breve y gloriosa carrera todo pareció indicar que iba a convertirse en el nuevo rey del rock and roll. En vida Holly fue el primer artista de los 50´ en alcanzar la singularidad y personalidad suficientes como para poder evolucionar de manera contundente el cuatro por cuatro: sus melodías y arreglos llenaron de color un ritmo innato y tremendamente atractivo, mientras sus letras y sofisticadas armonías sorprendían a propios y extraños dentro del nuevo panorama cultural de occidente. Con tan sólo tres discos de estudio en el mercado y utilizando instrumentos tan dispares como la celesta (en «Everyday») o percusiones propias de la música latina, Buddy consiguió enseguida que, aún saliéndose del patrón, sus grabaciones llegaran a lo más alto; sin embargo, más importante que su arriesgada producción fue su aportación al directo: el esquema clásico de dos guitarras, bajo y batería, metódicamente repetido por millones de bandas de rock de todo el mundo, fue planteado y consolidado durante las actuaciones de Los Crickets. Así, en una carrera que duró desde la primavera de 1957 hasta el invierno de 1959 (menos tiempo del que Elvis pasó en el ejército), Buddy Holly enriqueció y revolucionó el lenguaje de la música popular hasta convertirlo en el idóneo caldo de cultivo del que beberían después figuras tan grandes como los Beatles, los Rolling Stones o incluso Bob Dylan.
En vida sus singles figuraron en todo ranking de prestigio a ambos lados del Atlántico y durante los años siguientes al accidente, muchos fueron los interesados en evitar que su fama se diluyera. Norman Petty, sin ir más lejos, el productor que despegó a Buddy Holly & The Crickets aconsejando el regrabado de la exitosa «That’ll Be The Day», y el mismo que poco antes de la gira había congelado todas sus cuentas, trabajó con varias de las tomas, maquetas y grabaciones caseras que Buddy había dejado inacabadas para publicar después varios álbumes de material inédito como las famosas New York Apartment Tapes. Un interesante documento que da pistas sobre el rumbo que hubiera tomado la música de Buddy Holly de no haber fallecido.
Por desgracia, la misma fortuna que en su día tendió la mano a Tommy Allsup y Waylon Jennings, no tuvo con él la misma indulgencia. Los cuerpos de Buddy Holly (22 años), Ritchie Valens (17), Big Bopper (28), y el piloto Roger Peterson (21), fueron descubiertos a las 9:30 de la mañana de un 3 de Febrero hace hoy exactamente 52 años. Entonces, la repercusión fue enorme. Las dramáticas fotografías del accidente dieron la vuelta al mundo y no hubo músico que no se doliera al respecto: Elvis envió un telegrama de condolencia desde Alemania, Eddie Cochran homenajeó a sus tres camaradas grabando una versión de la canción «Three Stars» y Don McLean, todavía un niño de 13 años que trabajaba repartiendo periódicos, escribiría años más tarde la incombustible “American Pie” devolviendo a las nuevas generaciones el negro significado de un suceso que ha pasado a ser popularmente conocido como “The day that music died.” Waylon Jennings, por su parte, no pudo librarse nunca del amargo sentimiento de culpa que le provocarían las últimas palabras que cruzó con Buddy. Al enterarse de que su amigo no viajaría con él Holly le preguntó: «No vienes conmigo en el avión ¿eh?». Waylon contestó que no y Buddy replicó riendo: «Adiós, espero que el viejo autobús se estropee otra vez». A lo que Waylon contestó: «Bueno, yo espero que tu vieja avioneta se estrelle».
Vamos a animar la tarde con un disco de Buddy Holly