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Navidad subjetiva

Por Rocío Pastor Eugenio.

Madrid, la otra cara de la ciudad en Navidad

La Navidad es una fecha señalada en la que se entrecruzan sentimientos de bondad, tradiciones, religión, buena comida, fiestas y regalos.

Pero también es la época en la que el consumismo devora las carteras, las calles de la ciudad se abarrotan y más que pasear, uno tiene que refugiarse en las trincheras que se abren a lo largo del campo de batalla que suponen caminos y tiendas. La marabunta transformada en animales carroñeros, deja de distinguir entre personas y bestias. La bondad no es tanta fuera del círculo familiar y en muchas ocasiones ni tan siquiera ahí.

Este reportaje refleja la otra cara de la Navidad. La cara más triste y realista de estas fechas que rememoran en pura tradición católica un nacimiento virginal, que entre magia y fantasía creó el  gran negocio que hoy en día obnubila a millones de personas en todo el mundo occidental.

¿Dónde quedó la ilusión por compartir?

¿Qué clase de educación estamos dando a las nuevas generaciones que los niños no se conmueven con la imagen del dolor y la miseria?

La Navidad no es un paréntesis en el devenir de nuestros días. Para mucha gente sigue siendo una época de sufrimiento, de soledad, de trabajo mal pagado, de pobreza, de dolor y de desesperanza.

¿En qué nos hemos convertido que somos capaces de pasar cargados de bolsas de cosas que no necesitamos al lado de una persona humana, igual a nosotros y ni siquiera dignarnos a mirarla a la cara?

¿Quiénes somos? ¿Por qué representamos un la imagen religiosa montando belenes en nuestras casas si en la realidad no es más que una farsa? Si en la vida cotidiana, en nuestra rutina somos más parecidos al envidioso Caín, al falso Pedro, al incrédulo Tomás e incluso al traidor de Judas y preferimos nuestro bienestar propio a crucificarnos en cuerpo y alma, a perder lo mínimo para dar algo a quién no tiene nada, aunque sólo sea una amable sonrisa que nos haga volver a ser hermanos, una mirada cómplice, el respeto y la igualdad que nos permita ser humanos.

Somos capaces de dar la espalda a la verdad. De no sentir nada por el dolor y la miseria ajenos.

¿Creemos acaso en el perdón celestial? Será por eso que nos permitimos la hipocresía y el egoísmo en la vida terrena.
Una oración bajo la atenta mirada del todopoderoso exonera todos nuestros pecados diarios.
¿Tanto necesitamos el perdón? ¿Nos hemos convertido en pecadores? ¿Hasta qué punto?

Estamos perdidos y la Navidad lejos de ubicarnos nos desorienta y nos aleja más de la bondad y de la sobriedad que tuvieron lugar en un pesebre.

Buscamos una vida mejor.

Pero la verdad es que estamos solos.

Y existen las diferencias sociales.

La solución:
Ver e ir más allá.

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