LS6, de Mario Crespo

Por Esteban Gutiérrez Gómez.

Intención de ser inmortal

Uno de los mayores riesgos de una primera novela es ser demasiado ambicioso. Independientemente del resultado, ese es un riesgo que admiro, porque la experiencia me demuestra que aquel que tiende a experimentar hasta el límite con su primera obra literaria, acaba aportando algo diferente al manido panorama literario actual. Sólo el que juega, gana, aún a riesgo de perder.

Este es el caso de Mario Crespo y su LS6, una gran novela llena de atisbos de inteligencia y espiritualidad que roza el paraíso de lo perdurable. No ha querido Mario Crespo dejar nada al azar y nos ofrece un juego, un puzzle cortaziano, que el lector debe ensamblar. LS6 es una novela de vidas cruzadas, de personajes insertos en una sociedad, la actual, llena de contrastes, y de preguntas sin respuesta. Aprovecha el autor la situación política y social para ejercer una mordaz crítica al sistema económico dominante, el capitalismo, y su antecedente sociopolítico, el liberalismo económico a ultranza thacheriano que se exportó a Estados Unidos por Regan y que continuó Bush. Como ha sabido ver y trasmitir el autor, la noticia del año 2008 no fue que un negro (llamémosle afroamericano, si consideran ofensiva la palabra “negro”) alcanzase la presidencia del país más poderoso y racista del mundo. No, esa es una gran noticia, pero no es la más importante del año 2008 o de lo que llevamos de siglo veintiuno. La noticia ha sido que el sistema capitalista se ha derrumbado, como hace años se derrumbó el sistema comunista. La noticia ha sido que la libre economía de mercado llevada hasta su límite por los apóstoles del liberalismo económico y la mundialización de la economía ha traído la mayor crisis mundial conocida, cuyos efectos todavía están por percibirse, pero que ha conseguido empobrecer mucho más a miles de millones de personas.

Así pues, Mario Crespo nos presenta a una serie de personajes actuando en un escenario de crisis. Pero estos personajes, cuyas vidas se cruzarán durante la evolución de la novela, son prototipos de la gente corriente de hoy: inmigrantes, jubilados, jóvenes desempleados, trabajadores de sueldo mínimo, todos ellos aún cautivados por la promesa de un futuro mejor en una sociedad sin Estado donde la valía personal, y no el dinero o los padrinos, ponen al alcance de todos una posición social mejor. El cuento que tantas veces nos han contado y del que conocemos su final, pero que una y otra vez nos cuelan y escuchamos porque no queremos mirar a la realidad de frente, porque no queremos asumir que hay lo que hay.

Vidas cruzadas y riesgo hasta el límite, varios desenlaces que se suceden para una novela que no deshecha pretensiones metaliterarias, que alterna ficción y realidad de modo elíptico de forma que el lector acaba en una espiral en la que todo puede ser posible.
Además, o sobre todo, podríamos decir, el placer de comprobar cómo Mario Crespo busca en su inconformismo literario para barajar narraciones en presente y pasado, para pasar de la acción a los recuerdos, para mezclar hechos y deseos y, vuelvo a repetir, presentarnos en el mismo envase, tan sólo indiciadas, apenas apuntadas sus diferencias con una sutilidad de maestro, unas píldoras blancas que pueden ser realidad o ficción. Eso se debe a que Mario Crespo es capaz de trasformar una en otra y viceversa, tal como el mismo narrador hace en el capítulo clave del libro que debería ser el final pero, oh juego máximo, oh amante del riesgo, oh buscador de satélites invisibles (porque sabes que están allí, aunque no se puedan ver), ese capítulo final se encuentra inserto en medio del libro. Dice así: “Los protagonistas acabaron la obra desafiando el arte dramático. Morir representado una muerte. Las paradojas de la realidad llevan al debate sobre la ficción. ¿Existe la ficción o sólo es una maqueta de realidad que construimos por piezas?”; o, en el mismo capítulo: “Los libros eran su lugar de acogida. Su realidad paralela. Su madurez […] Asumió que cualquier ficción es buena para explicar la realidad y empezó a entender el mundo y sus verdades […] sin necesidad de entrar dentro del canon social impuesto.” O la definitiva: “Tampoco sabemos si lo que vemos es la verdadera realidad. Por eso me encanta crear ficciones y compartirlas”.

Ese juego permanente lo llevará Mario Crespo hasta las ultimas consecuencias y, digo bien, últimas consecuencias, en plural, porque tras el final (el de las historias cruzadas) el lector verá que existe otro (el de la narración que cuenta la historia) y luego otro (el de la narración que en realidad está dentro de la historia) y después otro (la firma del último capítulo del libro por parte de un personaje… –hasta aquí puedo decir–) y otro (… personaje que en realidad está…–ídem de ídem–). No les cuento ese quinto y no definitivo final, para no desvelarles más misterio y evitar que dejen de saborear uno de los clímax literarios que esta novela posee.

Así que, recapitulando, tenemos una novela de personajes, cuyas vidas se cruzan en una ciudad, Leeds (Inglaterra), plagada de descripciones distintas, cada una por su narrador, en la que los personajes en plena crisis económica se preguntan por el sentido de la vida y por la necesidad de huir de ella cuando descubren el hilo pegajoso de la red de araña que trata de atraparlos. Tenemos historias dentro de historias y tenemos un hecho determinante, el nudo donde todo (personajes y narración) se encuentra. Y, ¿por qué? Porque el autor, ambicioso como pocos y deseoso de mostrarnos otra realidad literaria, va más allá y transgrede la norma de lo literario para obtener de otras realidades, puede que ficciones pero a estas alturas no debemos estar seguros de ello, otras artes que influyen y se influencian de la literatura. Y tratándose de Mario Crespo, director, realizador, guionista y productor de cortos cinematográficos, no puede ser otra que el cine. Aquellos 21 gramos o la oscarizada Crash le sirven de homenaje para trasformar las imágenes en palabras al modo que el cine neorrealista italiano influyó en decenas de escritores de la segunda mitad del siglo veinte (mi admirado Ignacio Aldecoa entre ellos). La deconstrucción de la novela, la dinamización de estructuras formales que se produjo en esa época (Cortázar y su Rayuela al frente, pero no únicos en este aspecto) tardó muchos años en trasformarse en imágenes digeribles desde una sala de proyección. El efecto inverso en muchas ocasiones todavía no se ha logrado. Es digno de elogio afrontarlo, y más con una primera novela.

El cóctel es, pues, explosivo y el regusto en la boca es agridulce porque el resultado es una buena novela que podía haber sido una obra excepcional, única, de culto. Mario Crespo ha iniciado un camino solitario, apartado de las masas de lectores consumistas del best seller, a la búsqueda de lo auténtico y novedoso, y no puedo más que alegrarme por ello y alentarle desde estas líneas recordando las palabras de WILLIAM FAULKNER : “El mérito de una obra se mide por los riesgos de fracaso que el autor afronta, entre lo efímero de su esfuerzo y la intención de ser perdurable.”

Esteban Gutiérrez Gómez, 2010

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