Sobre la confianza
Por Ignacio González Barbero.
La existencia individual está determinada por las relaciones que establecemos con otros seres humanos. A partir de éstas, construimos nuestro edificio vital. Estos vínculos tienen como base principal la confianza, en mayor o menor grado.
Independientemente de su intensidad, la confianza es siempre un acto de fe en el otro. Esta creencia es recíproca e implica el respeto y el apoyo mutuo, lo cual significa un compromiso, a saber: se jura no dañar al otro mientras perviva esa confianza, ya que produciría la ruptura instantánea de la misma.
En el caso de las relaciones íntimas, con nuestros seres más queridos, todos estos factores se potencian, ya que la seguridad propia se sostiene en la ajena o, mejor dicho, en el lazo mismo con el otro. Aparece un elemento diferencial que no teníamos antes: el amor, que entrelaza las voluntades que confían y genera un apego necesario para la continuidad del vínculo.
Cuando uno de los miembros quiebra esa delgada línea divisoria entre la confianza y la desconfianza, las consecuencias son tan dolorosas que no es posible siquiera establecer una descripción coherente. Se abre un abismo en la ligazón establecida en el amor. El sujeto traicionado pierde, con incredulidad, la fe en el otro y con este mismo proceso decae su capacidad de creer en general.
Al deshacerse los nudos que ataban uno al otro, el amar mismo se resiente en ambos. La parte que profana el lazo íntimo malogra el asiento que la confianza había fundado y, además, se queda, queriendo o no, sin el amor incondicional que el otro le daba. Las causas determinantes de este desvío pueden resultar voluntarias o forzadas, mas la traición es un hecho ya dado.
Sólo los hechos aman, o no; uno se expresa a través de ellos, no de las palabras. La confianza es consecuencia directa de lo que uno realiza y, por tanto, la tenue frontera entre aquélla y la desconfianza puede volver a recorrerse a la inversa, aparentemente. Sin embargo, para que se dé este paso es necesario el perdón por parte del otro, que depende del mayor o menor olvido de los actos cometidos. Así, advertimos que el papel de la memoria es fundamental en todo vínculo íntimo; a partir de ella el otro se erige como el ser humano en el que confío y sigo confíando, como la persona a la que amo y sigo amando.
Cada vez que actuamos debemos tener en cuenta a aquellos que están incluídos en el mundo de mutua consideración que hemos creado, ya que cualquier acción que no observe el amor que debemos a los demás, vulnera la posibilidad y continuidad del nexo personal de confianza.
En conclusión, el presente y futuro de nuestra vida depende,especialmente, de lo que somos capaces de hacer teniendo en cuenta a ese otro que tiene fe en nosotros y, por tanto, nos ama sin condición.