La fotografía callejera: actitud y activismo
Por Julie Delabarre.
La calle siempre ha sido un entorno privilegiado para los fotógrafos. La ciudad, su movimiento, su arquitectura, su gente y su esencia han sido retratados miles de veces, de miles de maneras fotográficas posibles.
¿Qué es lo que llamamos fotografía callejera? Bastante difícil de definir. Sería retratar la vida de la calle usando, a menudo, los métodos de la fotografía directa, como un retrato del día a día, sin retoques, sin trampas. Fragmentos del bullicio de los espacios públicos y de su gente, de momentos de vida, instantes anecdóticos o emocionantes. Si hay una norma de la fotografía callejera clara, sería esta: La vida de la calle retratada en su más pura y directa expresión.
Todo esto sin ser fotografía documental, sin ser reportaje, sin ser fotografía artística…
¿Nada del otro mundo, me diréis?
No todas las fotos tomadas en la calle pertenecen a este movimiento, regido por reglas a veces duras, a veces rotas con éxito, lo que hace que la fotografía callejera sea probablemente una de las corrientes más antiguas de la fotografía, muchas veces reinventada, cuyas obras se quedan a menudo fuera de los círculos de las galerías de arte o publicaciones y que está viviendo un momento apasionante.
¿Hoy más que ayer?
¿Modas now?
Respecto a sus inicios, algunos historiadores sitúan el nacimiento de la fotografía callejera en los años 20, con las obras de Kertész , Cartier-Bresson, Bill Brandt o Brassaï. Otros sitúan sus inicios y su edad de oro en el Nueva York de los sesenta y de los setenta con el maestro Garry Winogrand, Diane Arbus, Helen Levitt o Robert Frank. En los ochenta y los noventa, la fotografía artística, más conceptual y un fotoperiodismo siempre más sensacionalista la dejaron en el olvido… hasta hoy.
El éxito que está teniendo la fotografía callejera hoy en día podría considerarse como una moda, como lo demuestra la cantidad siempre creciente de sus aficionados y practicantes, su reciente entrada oficial en las clases de historia de fotografía de las universidades, la multiplicación de festivales y proyectos. Obviamente, fotografiar a la gente en la calle no es nada nuevo, así como las temáticas y debates que plantea: la búsqueda de una reproducción o transcripción lo más fiel posible a la realidad. La búsqueda de un tipo de “verdad” fotográfica.
Internet y el acceso siempre más fácil al material fotográfico permitieron a la fotografía callejera aprovecharse de una de sus múltiples vidas. Muchos aficionados consiguieron unirse en plataformas y comunidades para compartir su trabajo. La más importante hoy en día es sin duda Flickr, con un número creciente de grupos dedicados a la fotografía callejera, entre ellos el muy exigente Hard Core Street Photography, o el enorme proyecto participativo de Sophie Howarth y Stephen McLaren que ya ha dado lugar a una primera publicación, Street Photography Now.
El proyecto de Howarth y McLaren acoge propuestas mucho más abiertas y diversas que otros grupos que se dedican a este tipo de fotografía. Pasando encima de los debates técnicos, nos recuerdan que las normas existen para ser transgredidas. La fotografía de calle es una cuestión de actitud, pero eso tampoco no es nada nuevo…
Una cuestión de personalidad.
Paciencia, osadía y actitud. Tres palabras que definen mejor lo que se requiere para hacer buena fotografía callejera, lo que no es tan sencillo como parece. La fotografía callejera posee una larga tradición de sorprendentes ideas dentro de sus normas que la convierte en un “género” particularmente difícil. Los ejemplos recopilados en el excelente articulo de Sean O’Hagan, Why street photography is facing a momento of truth son reveladores del enorme legado que nos dejaron los fotógrafos callejeros.
Algunos, como el maestro Winogrand, prefieren la discreción. Cartier-Bresson , como lo recuerdan Howarth y McLaren en la introducción de Street Photography Now Project, compartía este gusto y se comparaba a un taxista “una persona anónima a quien la gente revela su verdadera naturaleza “ El fotógrafo se convierte en observador invisible y anónimo, mezclándose con la muchedumbre y la calle, sin interferir con el curso de la ciudad.
Otros, sin embargo, prefieren la confrontación directa, tanto como estética o como manera de dialogar y de vivir la calle, de conocerla. Bruce Gilden, por ejemplo, usa del flash para asustar a la gente que fotografía, trabajando voluntariamente sobre la invasión del espacio personal, la pérdida simbólica del anonimato de los transeúntes. Luces crudas y negros profundos, la fotografía de Gilden encaja perfectamente con su manera de trabajar, una fotografía agresiva, sucia, terriblemente reveladora del ambiente callejero de Nueva York.
Las nuevas tecnologías también han proporcionado a la fotografía callejera un nuevo impulso creativo, lo que no deja de crear debate entre los aficionados. El alemán Michael Wolf, presente en Street Photography Now, usa con mucho humor imágenes recogidas de Google Street View. Wolf supo usar la tecnología de una manera ingeniosa, inteligente y curiosa. ¿E inquietante? Igual sí, una brillante demostración del Gran Hermano vigilándonos, por lo menos, una fuerte sensación de sentirse observado. Hoy en día, se dificulta la tarea del fotógrafo callejero, virtual o no, frente a una creciente desconfianza general. Fotografiar así es sospechoso…
La calle es nuestra.
Fotografiar a la gente en la calle hoy en día, ya sea de una manera discreta o más intrusiva, es sospechoso. Un hecho que no sorprende, ya que vivimos en tiempos en los que denunciar a su vecino por todo o nada está considerado como un acto cívico.
Esos tiempos de paranoia generalizada son duros para los fotógrafos callejeros. Ya no es tan fácil hacer fotografías de desconocidos en la calle: miedo de internet, de acabar en alguna web dudosa o uso de la imagen a fines comerciales, sin hablar del tema dela pornografía o de la pedofilia. Imaginad hacer un smash and grab a la Bruce Gilden. En muchos casos acabaréis con problemas: órdenes (muy firmes) de borrar la fotografía, insultos, hasta llegar a altercaciones físicas. O simplemente, que la gente os vea sacándole una fotografía, aunque sea de lejos, y las miradas sospechosas se notan enseguida. El fotógrafo callejero y su cámara toman muchos riesgos. El problema se agudiza cuando ya no se trata de restricciones individuales, pero cuando la propia legislación alimenta y justifica la paranoia.
Las denuncias de personas, respaldadas por leyes siempre más duras son cada vez más numerosas, como las detenciones de fotógrafos callejeros por la policía. Las restricciones de libertades provocadas por las leyes de prevención contra el terrorismo y el constante acoso policial han llevado a varios fotógrafos afincados en Inglaterra a crear el muy activo grupo I’m a photographer, not a terrorist. En 1997, Bernard Edelman y Edgar Roskis ya denunciaban en una columna de Le Monde Diplomatique, La rue privatisée, la capitalización de la imagen en los lugares públicos y los hábitos de denuncias en pleno aumento. Los límites entre delito y creación son cada vez más finos. Algo contradictorio en una época donde cada uno puede tomar una foto con su móvil, con su cámara, con cualquier cosa. Una moneda de doble cara.
Este ambiente hace que la fotografía callejera viva tiempos tan excitantes a nivel tecnológico y de desafío creativo, y a la vez tan extraños y difíciles respecto a la desconfianza y la paranoia. Muchos fotógrafos consideran este clima de miedo como un reto más y muchas veces como un gesto casi político.
¿Otra vez una cuestión de actitud? ¿La creación como arma, como perspectiva? La recuperación y la apropiación de un espacio público, de su vida que se nos está quitando poco a poco es uno de los numerosos retos a los que se enfrentan los fotógrafos callejeros. Como bien declaró Eliott Erwitt a Street Photography Now, “La fotografía tiene poco que ver con las cosas que ves, pero todo que ver con la manera de verlas”.