Temperamentos filosóficos.
Por Gonzalo Muñoz Barallobre.
“La filosofía que un hombre elige depende del tipo de persona que se es”. Esta frase, del filósofo idealista Fichte (1762-1814), la toma Sloterdijk (1947) como una máxima para acercarse a cualquier pensador. Esto quiere decir, que para abordar una filosofía y poder entenderla de una manera completa será necesario conocer la biografía de su autor, y así, a través de ella, desvelar su temperamento, ya que en él encontraremos lo que el entramado conceptual omite y que será esencial para entender el sentido íntimo de su filosofía.
Temperamentos filosóficos nace de una proyecto realmente ambicioso, ya que su autor, cansado de ver cómo se ha dejado de acceder directamente a la obras capitales de la Historia de la Filosofía en favor de monografías o manuales que no pueden suplir el contacto directo con los textos, ha decidido hacer una colección que recoja los libros que debe leer todo aquel que quiera decir de sí mismo que es filósofo. Por nuestra parte, desde esta sección de Pensamiento, le felicitamos por la iniciativa, ya que creemos en la necesidad de leer la filosofía desde sus fuentes originales. Y es que para hacernos cargo de la propuesta de un pensador es necesario quedarnos a solas con él, cara a cara, sin intermediarios, ya que una idea desligada del estilo que la anima es un mero ejemplar disecado en el que se perderá lo esencial: la manera de respirar y moverse que tiene un concepto, esto es, la capacidad de interactuar con el lector de una manera activa.
Y entonces, ¿qué es lo que podemos encontrar en este libro? Pues en este libro podemos hallar las introducciones que Sloterdijk ha preparado para acompañar a cada uno de los libros que componen la colección, una por el volumen de cada filósofo. Introducciones que lejos de ofrecer un resumen de las ideas principales del autor pretenden informarnos de su temperamento, es decir, pretenden daros las claves para entender, ya lo decaímos antes, el sentido íntimo de una filosofía. Así, se nos hablará del intenso deseo platónico por alcanzar la unidad de las polis griegas y de esta manera poder recuperar el esplendor perdido. De Aristóteles de su pasión inagotable por aprender, y lo que es más importante, del vinculo que en él se da entre saber y alegría. De San Agustín la necesidad de alcanzar a Dios de una manera íntima y, por lo tanto, única. De Descartes su búsqueda heroica por alcanzar un criterio con el que poder decir qué es verdad y qué es falso, qué es bueno y qué es malo, y así frenar la sangría de las guerras de religión. Pero no continuaré con la enumeración ya que el resto están en este libro y merece mucho la pena hacerse con él y leerlo. Brindo por esta apuesta que busca, y en mi opinión lo consigue, recuperar, como diría Unamuno, “la carne de los conceptos”.
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