Boardwalk Empire, un guión tan bueno que da escalofríos

Por Gerard Altés.
Boardwalk Empire, la última y más onerosa producción de HBO, finalizó la primera temporada en los últimos días de 2010 y empezó 2011 como la triunfadora de los preeminentes Globos de Oro. Este proyecto cuenta con la flor innata del equipo que se inicio con The Sopranos, encabezados por Terence Winter, y con la suprema colaboración de la cámara siempre inquieta de Scorsese. HBO tenía ganas de Boardwalk Empire y efectivamente esta, juntamente con Treme, han desvanecido cualquier fantasma.
Estamos en los felices 20, the sun also rises, tierna era la noche…, cuando los Estados Unidos se habían ganado definitivamente el respeto y la admiración por una economía y un modo de vida que corrían más que el resto, una vez concluida la Primera Guerra Mundial. Esta década dorada se vio de forma menos mitómana por los historiadores norteamericanos, que prefirieron denominarla: Roaring Twenties (los rugientes 20). Es curioso que, conociendo la especial atención y motivación obsesiva que sienten los americanos por la idea de felicidad, ya desde un prisma tanto histórico-legislativo como cultural, fuesen los europeos quienes acabasen estampando este nombre. Seguramente nos  encandilamos  con lo que sucedía en los sectores culturales de París y Nueva York, con las fiestas de Gertrude Stein, con Picasso y con los que  serían los escritores capitales de la generación perdida (Fitzgerald, Hemingway…), los clubes de jazz y los primeros espectáculos de masas… Los dos términos, es cierto, hacen referencia a una época con una economía en hipertensión y hiperventilación.
En Boardwalk Empire las dos ciudades donde sucede mayoritariamente la acción son Atlantic City y, en menor medida, Chicago. La primera tiene tintes de ciudad impostada, hecha a medida para el turismo y la diversión (por lo tanto, muy arquetípica de la época); la otra es una ciudad de nueva hornada, que no consigue el rango de city hasta 1834. El auge económico desproporcionado de esta ciudad de la zona de los lagos, acompañado de un crecimiento poblacional difícil de digerir (sobre todo con mucha inmigración del sur) hace que la Administración y el Gobierno estatal se vean sobrepasados al no poder llegar a dar cobertura a todas las problemáticas.
No fue baladí, pues, que los principales grupos que actuaban fuera del alcance de la economía reglada se encontrasen como en casa en dichas ciudades. La mafia se apropiaba de las necesidades que la política no podía (Chicago) o no quería (Atlantic City) resolver. La recreación de Atlantic City es formidable. Es precisamente esta la ciudad de veraneo de New Jersey y New York, por donde el alcohol entraba a espuertas por el backyard dejando impoluto el espectacular Boardwalk (paseo marítimo) durante los años que duró la prohibición.
Boardwalk Empire, por encima de todo, nos sitúa de forma espléndida en los cimentos de la construcción de un mundo; justo en el centro del paso de una política de corruptela local a las tramas globales y organizadas. Esto no fue un cambio de paradigma  sino que vino dado por factores lógicos. La expansión de la velocidad y la comunicación fueron los motores de este momento, el mundo comenzaba a vivir una primera oleada de interconexión. La propia economía y los cambios productivos, que habían permitido la construcción de vehículos en cadena, la consolidación de la estructura ferroviaria, los barcos a motor… y también la expansión de otros tipos de comunicación, como la masificación del uso del teléfono, facilitaron las tomas de decisiones colectivas al instante, es decir, organización.
Tampoco nos sorprende, pues, que el FBI, creado en 1908, coja la sartén por el mango, también en esta época. Sin la tecnología adecuada para una comunicación rápida no se podía entender la necesidad de una policía federal. Ahora, si el crimen es federal, la respuesta también ha de serlo. En términos periodísticos, los años que van entre 1920 y 1933 ya fueron conocidos debidamente como “los años sin ley” a causa del gansterismo. Esta circunstancia, hizo que el servicio se adaptase a combatir delitos que eran locales en su ejecución, pero federales por naturaleza. El FBI, con su división dirigida al complimiento de la Ley de la Prohibición, lo podemos ver de la mano de un personaje tenebroso, torturado y ferviente: el agente Nelson Johnson (Michael Shannon, que a muchos os sonara por su papel de loco en Revolutionary Road).
El imperio del Paseo de Madera nos acerca a la realidad de estos clanes, que actúan desde dentro a través de los márgenes. Todo el que conozca un poco de economía sabrá qué son las externalidades negativas. La mafia se podría llegar a considerar una externalidad del mercado, pero también del propio Estado, cuando este se dedica a promover leyes más morales que rigurosas, como es el caso de la Ley Volstead. Aprovechándome de una de las frases más oportunas del mundo legislativo: “Vosotros haced las leyes, que yo me encargo del reglamento”… en Atlantic City, no hay duda, Nucky Thompson es el reglamento en persona.
El protagonista de este trabajo ebanista es un hombre hecho a sí mismo con diversas tragedias en su haber. Ahora es el tesorero de Atlantic City y uno de los miembros más influyentes a la sombra de la política del partido republicano; un hombre clave en el entramado de las luchas de poder, desde las más oficiosas a las más turbias. Es imprescindible ver el discurso que hace en el capítulo piloto delante de miembros destacados de la política local y de los cargos más afines minutos antes de que entre en vigor la Ley de la Prohibición, que, no os equivocáis, se celebrará con riadas de champán.
Él es quien dirige y gestiona la red de distribución tanto del alcohol que se realiza en las destilerías ilegales como de las cajas que llegan desde Canadá. Hay muchos grupos que buscan sacar tajada y él ha de controlar la situación. Es una persona educada, templada y, a menudo, gentil. Sabe hablar, escuchar e incluso siempre está dispuesto a ayudar, sabiendo a quién pedir favores y a quién ofrecérselos. De hecho, tiene problemas para reconocer el funcionamiento de estas tramas.
Cuando se reencuentra con Jimmy Darmody, su joven apadrinado, que lo requiere por temas de protección y hacer el trabajo sucio, el joven se burla del hombre que lo ha criado porque es incapaz de hablar con propiedad al tratar los medios para mantener el poder: las palabras matar o asesinar nunca saldrán de su boca. Es el propio Jimmy Darmody (magistral Michael Pitt) que, una vez regresa de las trincheras de la Primera Guerra Mundial, tiene una forma de tratar estos asuntos de forma más franca. Le da toda una lección sobre los derroteros que está tomando la situación: Nucky, ya no puedes seguir siendo un gánster a medias.
Nucky Thompson tiene tintes de personaje decimonónico, pero su entorno ha llegado al siglo XX como si de una bofetada se tratase. Sentía que aún existía cierta clase en su actividad, pero la nueva hornada de gánster tiene otra idea en la cabeza, son más rudos y desalmados. Se siente como un personaje de Stendhal, que vive en un mundo que aún destila nobleza estropeado por los bárbaros. Él es de otra estirpe. Aún viniendo de unos  orígenes muy humildes, es culto, capaz de hacer gala de alusiones constantes a obras literarias y culturales de la época. Cada dialogo en el que interviene Nucky es una constante forma de inteligencia demoledora. Y esta mejora cuando ha de tratar asuntos con hombres de amplios horizontes, como el famoso Arnold Rothstein, y se mofa de las pocas luces y demasiadas ansías de jóvenes como Luciano.

Lo que es innegable es que sabe lo que se hace. Es interesante ver cómo mueve a todo el mundo con la más sutil afiligranaría, haciendo lo que más conviene para obtener un beneficio propio y el de los suyos. También son recalcables los cambios de comportamiento cuando ha de actuar como persona pública o cuando está reunido con su equipo en el despacho, donde hace una muestra de su parte más arrogante contra cualquiera que goce afrentarle. Su sombra es alargada, como se suele decir. Parece que es un acuerdo entre él y otro líder del partido republicano cuando deciden presentar a Harding en el último momento a la presidencia de los Estados Unidos. También es él quien cambia el candidato a la alcaldía de Atlantic City, a dedazo, en el descuento, para intentar dar un golpe de efecto, en un momento en qué parecía que los demócratas podrían dar la sorpresa ante la corrupción generalizada. Y, todo esto, siempre como si la cosa nunca fuese con él, como si no nada hubiese de personal en sus decisiones.

¿Tiene remordimientos? Sí. A la pregunta que le hace la otra protagonista, su amante Margarete Schoeder, sobre cómo hace para vivir ante la oscuridad de las acciones que ha de cometer, él le contesta: «Uno, por sí mismo, ha de decidir cuánto pecado puede soportar para vivir». Es una balanza. Es cierto que parece que Nucky Thompson en ciertos momentos sobrepasa por mucho su báscula ética, pero menos de lo que nos pueda parecer. A medida que conocemos su historia y cómo ha forjado su vida y poder, vemos que estamos delante de un príncipe maquiavélico.
Mrs. Schoeder es uno de estos personajes que nos atraen por su evolución y permeabilidad, ya que su proceso de pasar de ser la apocada mujer de un marido bebedor y que, además, forma parte activa de la Liga para la Templanza con elevados valores morales, acaba participando del mundo de Nucky y pidiendo el voto a la Liga de mujeres sufragistas para el candidato republicano a la alcaldía, en la que será la primera votación con voto femenino en los EEUU. Aun a sabiendas que la persona de la cual se había enamorado y que la trata con tanta atención, es corrupto, Margaret no puede evitar sentirse atraída por la otra cara de la luna de Nucky, cuando este le ayudó a superar su situación. Al pasar a ser su querida, comienza a vivir una vida de confort, para ella y sus dos hijos. Es una inmigrante irlandesa de una inteligencia fuera del común impulsada por un bello afecto por la literatura. Un personaje cuya evolución se antoja ávida en recursos.
De forma extraordinaria tenemos el privilegio de presenciar los bautismos de sangre y las primeras pisadas de Al Capone y de Lucky Luciano, cuando eran los mandados. Dos jóvenes a quien se les hacía callar y escuchar y eran reprendidos en público, pero ya comenzaban a mostrar su ambición y dureza. Después de ver infinidad de películas sobre su consolidación, estos inicios se agradecen. Las dos personas con más peso en estas ciudades son Arnold Rothstein y nuestro hombre de Atantic City.
El primero tiene el control de Chicago, donde se hace cargo de estafas millonarias en temas de juego y espectáculos deportivos. Su presunto delito más sonado fue el falseo de la final de las Series Mundiales del año 1920, untando a medio equipo de los White Sox de Chicago, para que se dejasen ganar. Finalmente no prosperó la investigación (aquí la serie juega con la realidad-ficción). El crimen organizado en Chicago empieza siendo de raíces judías, pero se verá trastocado per la llegada del grupo de Mr. Torrio. En Atlantic City el poder es más centrifugado, pero siempre en las manos de Nucky, aunque cada vez tiene que andar más ojo avizor.
El elenco de personajes secundarios es de categoría. Y esto es sinónimo de perfeccionismo. Ayuda a ganar pulso a la serie. Y todos aparecen en las dosis justas sabiendo que solo hemos despegado un poco el corcho.
Pienso ser categórico. Estamos ante el mejor guión que se ha visto nunca en televisión. Es de una elaboración portentosa. Quizá cada capítulo goce de demasiada vida propia para su brillantez, en desventaja de la trama general. A medida que la serie avance la compactación ira haciéndose a su ritmo con una mayor armonía.
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