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"Bares de barrio", de Chris González

«Bares de barrio», un relato de Chris González.

Es lo que tiene vivir en el barrio tantos años. Imposible darse un paseo sin que los fantasmas de pillajes pasados nos ataquen con sus sepulcrales gritos silenciosos…

Saludo al portero al pasar y me lanzo a la calle de misión. El supermercado está a varias manzanas y el día está fresco. Subo el cuello de la zamarra y me dirijo a paso urbano calle abajo, festejando la vista en la familiaridad de las fachadas.

En la esquina, paso delante de la persiana cerrada de  «La Oca». Ese agujero oscuro que especializaba en cervezas de importación antes de que lo cogiera una pareja chilena para convertirlo en una arepera que cerraria dos meses después.. No me dió tiempo de alcanzar con ellos  las cotas de festejo a las que llegaba con los interminables litros de Amstel de Carlos, el anterior propietario. Siempre echaré de menos la comodidad de poder llegar a mi portal a gatas por la cercanía. Además, eso de «echar la última» convenientemente al lado de casa era un «oca a oca» fantástico que las atraía al «pozo» de mi casa sin escapatoria posible.

Cruzo la calle y miro con ternura la mercería que solía ser el «Bar Tahití». Ese que hacía las piñas coladas más tropicales de toda la ciudad. Además, era punto de reunión para algunas de las chachas más guapas de la avenida. Nada como un par de cócteles de colores exóticos con muchas sombrillas, para calentar los corazones soñadores de las asistentas latinas de vidas gris marengo, que inevitablemente entregaban las llaves doradas de sus corazones rosas por unas horas entre la cena y el desayuno de sus señoritos.

Aprieto el paso al pasar por delante del «Bar Mesón Ortuña»….el Señor Antón sigue siendo el baranda vtalicio. No estoy seguro si se acordará aún de aquellas rondas con los chicos que diligentemente perdí a los chinos. Yo andaba demasiado pendiente de los ojos de Puri, su sobrina, para prestar atención a la partida y vaya si lo pagué caro. Al escapar al callejón desde la puerta trasera del almacén, se quedó Puri para darle explicaciones de por qué andaba medio desnuda en la trastienda y nunca me atreví a volver para pagar. Tampoco volví a ver a Puri, claro. Bueno. No creo que se acuerde. Han pasado ya más de veinte  años. Pero por si acaso, aprieto el paso…

En el muro del chaflán, se sigue viendo aún la marca del cartelón del «Agujero», tugurio donde los hubiere. Las divorciadas locales ahogaban sus penurias noche tras noche en un mar de gin-tonics en el que  los grandes depredadores y cefalópodos  (tiburones y pulpos) nadábamos con soltura. Todo lo que sé sobre el psicoanalisis lo aprendí y practiqué ahi en las sesiones tete-a-tete de madrugada. También me hice experto en hipnosis…

En la acera de en frente, «El Balancín» sigue abierto pero ahora se llama «El Viti» y los cuadros Art Deco se han sustituído por carteles taurinos, al igual que las deliciosas universitarias con bufandas de Bennetton por tipos de gorra que fuman puros y escupen. Que delicia, los años en que desplegaba mi palique poético interpretando una sensibilidad turbulenta digna de James Dean, y un aire arrogante que inevitablemente retaba a las sesudas más distantes a conquistarme. Se lo ponía difícil, pero irremediablemente, ellas ganaban.

Suspirando, sigo mi camino pasando «El Trago» y «La Muerte», hoy un comedor económico y tienda de electrodomésticos, respectivamente…Lugares oscuros donde los chupitos de alcoholes mezclados a precio de risa aseguraban unos desenlaces espectacularmente esperpénticos. La variedad de mezclas invariablemente convertía la cata en concurso. La falta de luz ayudaba la causa y a veces, ni me molestaba en arrastrar a las kamikazes ganadoras del concurso hasta casa. Como buen cazador curtido, llegaba a «despellejarlas» donde las derribaba, y arrastrar la presa a los servicios del fondo para devorarla…

En el callejón del Angel, podía divisar las grandes puertas de roble al fondo que hace años daban paso a una antigua caballeriza que se convertió en «Café des Artistes», donde se arremolinaban estudiantes de Bellas Artes y de Ciencias de la Imagen. Una pandilla de modernos con ropa circense, cuyas representantes femeninas alimentaban sus líbidos a base de aplausos a sus carpetas de garabatos de colorines. Era la época en que llevaba gorra y fumaba en pipa. Incluso llegué a manejar unos pinceles lo justo para confeccionar una colección para mi propia carpeta que paseaba como camuflaje para mimetizarme con la tribu. El filón consistía en la solidaridad de las artistas al estar dispuestas a posar desnudas en mi «casa-estudio». Cosas del arte.

Lo que se aprende estando de panpaneo….

Pero antes del supermercado, me quedaba pasar por la puerta del «Odin». Jose Luis, mi viejo compañero de fatigas, estaba en la puerta como era su hábito desde siempre, cotrolando el tráfico de piernas bonitas y caballeros de cartera curtida,clientes susceptibles de alimentar el ambiente decadente y divertido por el que el local era conocido. Jose era más informativo que la guia del ocio. Siempre estaba al tanto del estado civil y sentimental de las chicas más entretenidas del barrio. Me manda un guiño al verme llegar

«¿Que, tío? ¿Una copa conmigo?» Tan gran anfitrión como siempre…ya tiene experiencia en sacarme los cuartos a cambio de enzarzarme en las aventuras de faldas más supremas . He dejado una fortuna de sueldos gastados en este bar, y Jose lo sabe y me adora por ello.

«No hombre, voy al super a reponer provisiones. Tengo una cita de las buenas hoy», El sabía que mi cita era tan soñada como era mentira la idea de que el pudiera beber una copa conmigo. Es lo que tiene la tensión alta. Acaban prohibiendote todo lo bueno.

«Lástima. Estas noches hay mucho nuevo talento». Le devuelvo el guiño con una sonrisa y saludo dejandole atrás, polvoiento y encorvado, una sombra del que era en los días gloriosos.

Llego por fin al Supermercado. Me paro un momento y me examino el peinado en el espejo del escaparate de  la óptica contigua. No tengo mala pinta. Abro la chaqueta pese el frío para darme un aspecto de estudiado desgarbo y repaso mentalmente la lista de bebidas, quesos y foie gras que necesito para completar la imagen de caballero patricio mundano y apetecible, y me lanzo a atravesar la puerta automática. Reviso las cajas abiertas para asegurar que esté de turno Trini, cajera morena que me tiene encandilado estos días….Cada día voy al Super a comprar un surtido de vinos y viandas que den fe de mi vida aristocrática y cada día, las almaceno en la alacena que se va pareciendo cada vez más al almacén de una delicatessen. Mi higado ya no está para tanto trote…Cada vez que me paro a ofrecérle cháchara al llegar a la caja, rechaza con una sonrisa mi invitación a cenar a casa.

Pero el que la sigue, la consigue.Y sabiendo lo que sé de la raza humana de persuasión femenina, entiendo que es solamente una cuestión de tiempo…. Jose Luis insiste en que es porque soy un carcamal de 68 años y ella una chiquilla de solo 19, pero yo no soy tan absurdo como para pensar que la edad cambie nada.

El que tuvo retuvo, y mi reputación está para siempre grabada en los muros de piedra de los bares del barrio….

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