Auditorio Digital de la Filarmónica de Berlín
Por CGdlV.
El caso de la Filarmónica de Berlín con Sir Simon Rattle al frente, es una especie de aporía del tipo de qué fue antes: La gallina o el huevo. La Filarmónica de Berlín, orquesta fundada en 1882, es probablemente la orquesta más emblemática de la historia de la música, con una carga emocional que va más allá de su excelencia, que la convierten en un referente musical que se ha renovado generación tras generación. Sir Simon Rattle, británico nacido en 1955, revoluciona toda institución por la que pasa, y si tras el ascenso meteórico de la Orquesta Sinfónica de Birmingham que pilotó alguien podría creer que se amilanaría ante un referente cultural como la Orquesta Filarmónica de Berlín, nada que ver con la realidad. La primera decisión que tomó para aceptar el cargo no fue musical: Exigió que que el ente que gestionara la orquesta fuese una Fundación de Derecho Público, para dotarla de total autonomía respecto de los poderes públicos, una decisión absolutamente sabia en los tiempos populistas que corren, en los cuales los políticos utilizan cualquier instrumento que tienen al alcance de su mano para sentir que han quedado bien de cara a la galería. Ocho años después la Filarmónica de Berlín es un modelo a seguir no sólo en lo musical, sino en la capacidad de gestión. Tiene uno de los proyectos educativos más sólidos de cualquier orquesta del mundo, actividades de integración social, y el programa Auditorio Digital.
No sé en qué parte del artículo abordar la famosa dicotomía entre conciertos en directo y retransmisiones o reproducciones por otros medios. Ya he expuesto mi punto de vista, en anteriores colaboraciones, a favor de que la música se difunda y se esparza tanto como los medios tecnológicos actuales lo permitan. El componente físico es importantísimo, pero no tanto como la verdadera emoción que la música «sucediendo» puede provocar si es de verdad y está bien retransmitida. La posibilidad de recrear en cualquier medio, en cualquier lugar a cualquier hora, el hecho siempre mágico de un concierto me parece una de las maravillas que ninguno de los melómanos de anteriores generaciones pudieron soñar siquiera y del que no somos del todo conscientes.
Y una vez hecho de nuevo una defensa de la heterodoxia, paso a advertir a los programadores y promotores de salas de concierto: Observen y estudien atentamente al Auditorio Digital de la Filarmónica de Berlín: El futuro está ahí. En la pasada temporada se abonaron tres mil quinientas personas a esta nueva ventana a la música, que casi cada sábado te transporta desde donde quiera que tengas el gadget tecnológico que uses a Berlín. Tener acceso desde tu casa a la una de las salas más imponentes del mundo, ver en tiempo real cómo se van ocupando las butacas de la mítica sala, sentir el murmullo del público, el galimatías de la afinación, la subida del Maestro al podio, los aplausos, por fin el silencio y tras ella la Música. Por 149 euros al año, no sólo tienes una butaca privilegiada en la Filarmónica de Berlín. También tienes derecho a disfrutar en cualquier momento del archivo de los conciertos anteriores ordenados por compositor, solista, director, con la posibilidad de verlos enteros, o por pieza musical, con cortes en el streaming de los diferentes movimientos de las obras y con una calidad de audio y vídeo óptimas: La mejor música del mundo al alcance de un clic.
Y por último, y aunque parezca baladí, esta experiencia implica prescindir del boato social que rodea cualquier concierto de música clásica o representación de ópera. Los melómanos no podemos dejar de tener presente que esta gente que va a los conciertos a toser y a dejarse ver, mantienen vivo, desde su arrogancia y desapego por la música, una institución a todas luces deficitaria en prácticamente todas sus expresiones. Suele ser mucho mayor el dinero que patrocinadores públicos o privados pagan por butaca que lo que los propios abonados pagan por ellas, pero sin ellos el asunto sería absolutamente ruinoso. Por lo tanto cuando uno va a una sala de concierto no puede más que odiarlos porque le suelen estropear a uno la experiencia; pero por otro lado entender que ellos, mientras los gestores no se enteren de que hay que seducir y con urgencia a nuevos públicos, mantienen el edificio en pie con el dinero de sus abonos. En el Auditorio Digital no tienes que cruzártelos en los pasillos, no tienes que pedir que no tosan o no abran caramelos en mitad de un adagio. Desde el Auditorio Digital puedes estar en tu casa, con una manta por encima y una copa de vino, escuchando a Rattle dirigiendo Mahler. Y disfrutando.
El futuro de la música llega en todo el mundo irradiado desde Berlín. Y demasiada gente va a llegar tarde a darse cuenta.