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Vodevil Ellis

Por Cristina Consuegra.

Suites imperiales. Bret Easton Ellis. Traducción de Aurora Echevarría. Mondadori, 2010. 149 páginas.

Recuerdo la conmoción tras la lectura de Lunar Park (Mondadori, 2006), uno de esos libros que hay que leer al menos una vez en la vida, la sensación de haber colaborado en la construcción de algo importante, algo inusual. Percepción que incluso hoy soy capaz de rescatar de los infiernos de la memoria literaria e identificar como cercana al temor, a una extraña inquietud difícil de precisar y cuantificar; una inquietud que podríamos denominar “Ellis” y definir como ese desasosiego que suele acompañar tras cada lectura del autor norteamericano.

En su empeño por despistar al lector e incrementar su fama de esquizoide literario, Bret Easton Ellis publica Suites imperiales (Mondadori, 2010), la novela que actualiza las vidas de los protagonistas de Menos que Cero (1985), esa generación de pijos dolientes de New Hampshire que encontraron en el sexo esa perfecta tarjeta de visita, y en las drogas el artificio con el que dibujar efímeros horizontes vitales; un grupo de jóvenes tendente a la desesperanza y frustración, de identidades crepusculares y rutinas hostiles, capaces de percibir el mundo, únicamente, como algo fragmentado, roto o herido. Veinticinco años después, Clay, Blair, Julian, Rip siguen buscando esa atalaya con luces de neón, inmersos en sus registros de apatía crónica, escepticismo sensorial e incapacidad para vivir en una ciudad como Los Ángeles, escenario decrépito y fascinante que sostiene este vodevil de palabras donde la belleza y la decadencia se dividen protagonismo en partes iguales. Veinticinco años después, Bret Easton Ellis vuelve a rendir un desconcertante homenaje al ejercicio de la ficción, retomando las características que lo llevaron a avalar una generación de escritores, casi de artitas, y que sin ser este su mejor libro, e incluso, sin ser siquiera una buena novela, vuelve a dar en la diana.

Este encantador de serpientes sabe manejar el aparato ficcional como pocos.  Si en sus dos ultimas novelas mostró un manejo magistral de la narración, en Suites imperiales existe algo impreciso que deriva en cierta falta de compactación narrativa y hace que el ritmo de lo contado se antoje menos contundente de lo habitual o esperado. Aún así, como ya he dicho, sin ser una buena novela, Ellis vuelve a dar en el blanco porque sabe cómo convertir una historia mediocre o predecible, apenas una serie de acontecimientos, en algo ciertamente brillante, y lo hace recurriendo a lo que mejor sabe hacer: ficcionar. Este autor delirante hace que en Suites imperiales vuelva a residir cierto valor testimonial, un aviso a los que viven en lo provisional, en un mundo destruido, resignado por la ausencia de ideologías; territorios ficticios que todos (re)conocemos y habitados por un segmento social que el autor retrata con maestría.

En los pesos pesados de la trayectoria de Ellis, American Psycho, Glamourama y Lunar Park, el autor repite la fórmula que lo catapultó a la fama, fórmula que comenzó a perfilar en Menos que cero y ha explotado hasta la neurosis narrativa en Suites imperiales. Aquí está la clave de todo, en la renovación de esta fórmula: reinvención del voyeurismo y el absurdo, transgresión de las normas sociales, uso y abuso de la violencia, crítica voraz a la sociedad norteamericana, clara tendencia al neosimbolismo del misterio y singular atención a la alienación del individuo contemporáneo. A esta amalgama contemporánea hay que unirle esa manía suya por ser el mejor de los mentirosos: parecer que no dice, que carece de discurso ético, que sólo alimenta el ego y satisface caprichos o tendencias editoriales.  Ser el mejor mintiendo que es ser el mejor narrando, por ello, una vez más, una novela más, la clave está en él mismo, la clave está en ser Bret Easton Ellis.


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