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El agujero del conejo

Por Francisco Balbuena.

Para triunfar en el mundo del espectáculo no es necesario tener una lengua bífida y brutal como Javier Bardem. A veces sobra con poseer un labio partido, aunque más vale que sea de nacimiento que te lo partan, como ha ocurrido hace poco a Obama jugando al baloncesto. Tres actores han llegado a la celebridad pese a sus labios leporinos: el ya fallecido Jason Robards, que aún así se besó a todas las guapas de los años sesenta; el duro Stacy Keach, que pasó de interpretar al detective Hammer a presidir la asociación inglesa de labios leporinos; y el marrullero Joaquim Phoenix, quien afirma con desparpajo que él mismo se lo hizo en el seno materno durante una pelea a puñetazos con su hermano gemelo. Por supuesto, él ganó y nació. También el guaperas Desmond Mulroney, el protagonista de La novia de mi mejor amigo junto a Julia Roberts, posee una cicatriz en su labio superior, aunque aquí hay dudas de que sea como consecuencia de un labio leporino y no del bocado apasionado de una amante. Una amante cuyo hermano también es actor y que, entre otras muchas películas, aparece en la mesa de gánsteres cuando los visita el Joker maravilloso Heath Ledger en El caballero oscuro.

Resulta sorprendente la cantidad y variedad de mellas físicas entre los actores que han triunfado. Megan Fox tiene pulgares enanos, Haley Berry cuenta con seis dedos en los pies, David Bowie luce un color distinto en cada ojo, Bruce Willis es tartamudo, la encantadora Lucy Liu alcanza el mérito de mostrar un ojo chino mucho más rasgado que el otro, Morgan Freeman con su dermatosis papulosa nigra presenta en sus pópulos una constelación de manchas, aunque no son manchas cualquiera, pues según el estudio de un concienzudo admirador de Columbus (Ohio), la constelación de la izquierda es un calco del archipiélago de las Marianas, mientras que el de la derecha lo es de las Islas Marshall.

Tal vez el caso más llamativo, que roza casi el rubro de las aberraciones, corresponde a Mark Wahlberg, de quien se dice que posee tres pezones, es de suponer que repartidos entre los dos pechos. Por otro lado, hace tiempo que quedó desacreditado que este actor macilento fuese el propietario del pene flácido de treinta centímetros que aparece en el plano final de Boogie Nights. Y vean la extraordinaria coincidencia entre Marlon Brandon y Jean─Claude van Damme: ambos muestran un chichón en el lado derecho de la frente, exactamente igual. ¿Es esto una malformación genética hereditaria y común? Ello equivaldría a aceptar alguna clase de parentesco secreto entre el mejor actor del mundo y el peor. Pero en absoluto está demostrado, sino que más bien parece una coincidencia o un capricho argumental del gran Director del Universo. Sería algo parecido a esta: Rabbit hole, la película que próximamente estrenará Nicole Kidman. Sin duda que en España habrá problemas para proyectarla con su título literal de  El agujero del conejo debido a sus connotaciones porno, pese a que es un melodrama cuajado de buenos sentimientos.

La coincidencia estriba, en todo caso, en que allá por los años sesenta John Cassavetes, el pionero del cine indy, trató de filmar una película con título muy parecido: Two rabbit holes. Se trataba de un biopic sobre Barbara Lenclos, una actriz de carrera fugaz pero tormentosa que se hizo célebre en determinados círculos de la California hippy por sus dos vaginas. Encontró tantas dificultades el arriesgado proyecto, que Cassavetes hubo de desistir de su rodaje. Pero ahí queda el último y más espectacular caso de nuestra lista: Barbara Lenclos, la mujer con cuatro labios partidos; o quizá el doble.

Francisco Balbuena es escritor. Sus últimas novelas publicadas son No hay perro que viva tanto (Edad, 2010), premio Ciudad de Getafe, y El alcalde del crimen (Martínez Roca, 2011).

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