Problemática actualidad de Cortázar
Por Óscar Sánchez.
Cuando Vargas Llosa, Mario I, puso prólogo a la edición de los cuentos completos de Julio Cortázar en Alfaguara, me parece recordar -como si fuese un relato más- que insinuaba entre líneas lo buena chica que fue con el argentino una tal Aurora, y lo mal que la había tratado él al destituirla o postergarla por otra. Quizá lo interpreté mal (no pienso consultarlo: prefiero los cuatro pequeños volúmenes de Alianza por pura nostalgia), pero me dio la impresión de que el inconsciente del novel Nobel creyó más apropiado salir en defensa de aquel encanto de novia antes que del propio escritor a cuya memoria dedicaba esas líneas. Y es que menudo tipo debía de ser el tal Cortázar. Hay que imaginar a alguien convencido de ser el más enrollado política y artísticamente hablando en exclusión del prójimo vivo, sintiéndose siempre el más niño de todos los viejos (que lo era, pues empezó a publicar muy tarde), y con el misterio fascinante pero imaginario de un París vanguardista enredándole incluso la lengua. Supongo que pondría a todo el mundo a prueba constantemente, como hacía con los personajes de sus cuentos, sólo que estos últimos lo pagaban bien caro -a menudo con la muerte, salvo Rocamadour, un bebé que muere únicamente para dar lugar a una escena filosófico/delirante en Rayuela-, mientras que en la realidad tan sólo recibirían un frío desprecio de cara y apodos jocosos por la espalda.
No son, es cierto, más que suposiciones mías (quede claro que no he leído ninguna biografía, en las que, de todos modos, esta clase de cosas raramente figuran), pero se dejan adivinar en la escritura, que está recorrida de punta a cabo por una repugnancia tan ostentosa hacia la gente corriente (esa que hace, y hace cosas, con la excepción, de nuevo, de Rayuela: recuerden el arrepentimiento de Horacio Oliveira por cómo trataba a su madre) y hasta hacia el artista corriente (ese que narra, y narra cosas), que al lector experimentado y no exaltado no le queda otra que devolvérsela cerrando de golpe el libro tal vez con una carcajada compasiva. Donde más se nota esta actitud de altanería personal disfrazada de dolor humanitario es, creo, en los tomitos de “caprichosas genialidades” titulados La vuelta al día en ochenta mundos y Último Round. La disyuntiva es: o entiendes que una performance callejera extrañísima es el último grito en materia de revolución y emancipación humanas o caes del lado de los “famas”, o sea, rancios cómplices agusanados de los dictadores más horribles. De hecho, Cortázar tramó una filosofía para su propio uso fictivo que compuso con muchos hilos distintos (entre ellos Ortega y Gasset o el situacionismo), y que prefiguraba Matrix en el siguiente sentido: la Gran Costumbre te posee, lucha por liberarte de ella y pasarás al otro lado. Break on through, que diría el malogrado Morrison. Es cierto que eso místico que hay del otro lado no te hará más feliz, como no se lo hace en absoluto al pajarraco de El perseguidor, pero sí te sentirás más vivo, más real, más profundo, no sé… Cómo perdimos ese privilegiado contacto para suplantarlo por la reaccionaria rutina, Julio el gurú no nos lo explica. Él únicamente apunta, alude, no hay palabras para ello, etc., pero digo yo que, en parte, tendrá que ver con descorrer el Velo de Maya o alguna doctrina cosmitrágica orientaloide semejante a las que tan en boga estaban por entonces. En los alrededores de Mayo del ´68 uno se podía creer cualquier cosa, eso se disculpa, y personalmente no dudo de la sinceridad de Cortázar, sólo de la seriedad con que afrontó su formación intelectual sin cuestionarse siquiera la moralidad necesariamente elitista que se desprendía de ella. Sin embargo, y en fin, es cierto que sus libros y su gesto (realmente, no hay diferencia entre los unos y el otro) impresionan, en ocasiones hasta ponen la piel de gallina y, sin duda, constituyen toda una escuela de inventiva para jóvenes inquietos que ha producido probablemente millares de nuevas promesas de la literatura. Pero si tras disfrutarlo a fondo te pones a leer otras cosas, oye, lo mismo creces y traspones sosegadamente los traumas del siglo XX hacia las nuevas responsabilidades del siglo XXI: no es más que una idea.
Cuando entré en Filología Hispánica allá en la UAM, algo que me llamó la atención, como persona que había dado Matemáticas en COU, es que había gente que dividía a las personas en dos grupos: los que habían leído Rayuela y los que no merecían la pena. Como yo no había leído Rayuela porque el prólogo me había parecido una tomadura de pelo, Cortázar se me atravesó. Admito que un autor SEA más listo que yo, pero me repatea que SE CREA más listo que yo.
Eso sí, reconozco que después me di cuenta de que, más que Cortázar, quienes me caían mal eran los lectores de Cortázar. Los lectores acérrimos, quiero decir.
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