El cuento de 2010
Al pasar la página del cuento en el año que acabamos de despedir queda un rastro de tinta todavía fresca en los dedos. Si bien ha faltado en 2010 un puñetazo dichoso al estómago del lector y no se ha dado ningún libro de relatos fuera de serie en España, ninguna verdadera iluminación, ningún estallido fundacional, el último año ha sido sin duda un tiempo para la confirmación del cuento como fenómeno literario por el que ya no cabe llorar en las esquinas del mundo editorial hispano. Es verdad que todavía demasiadas editoriales siguen teniendo más reparos a la hora de publicar relatos que novelas (una reticencia que empieza por el desconocimiento del género, sigue por los mismos distribuidores, que contagian a los libreros, para terminar en la tibia atención de los medios), pero si se compara el número de libros de cuentos publicados en décadas anteriores con los de la primera del nuevo siglo, su progresión editorial se muestra casi exponencial. Se escribe y se publica más cuento que nunca en España y en no pocos países latinoamericanos, más allá del estado de salud del género en términos de calidad literaria, lo que ya es otra cuestión.
Tres de los grandes hitos editoriales y mediáticos del cuento en español en 2010 han tenido forma de compilación, desde la tan traída y llevada selección de Granta a las antologías de las dos editoriales independientes españolas más importantes en este asunto, Menoscuarto y Páginas de Espuma, que han aprovechado el momento para tomarle el pulso al relato español actual o, como han especificado estas editoriales, al que se ha abierto paso en la primera década de este siglo. Polémicas aparte y salvando a algunos nombres de veras prometedores, la selección de la revista Granta reveló algunas inercias predecibles y se preocupó más de conformar una nómina de apellidos que de recoger lo mejor de la narrativa (y menos aún de la breve) reciente en español, las voces que de veras pueden tener más proyección (sobre todo en el cuento por venir). De hecho, en la lista Granta figuran novelistas con poca o ninguna vinculación con el relato breve lo que, amén de la escasa repercusión efectiva de la revista en el ámbito hispanoamericano, invalida esa selección como muestrario referente del cuento actual en español. Si bien es cierto que no era lo que en ningún momento pretendía la revista, no es menos evidente que la convocatoria suponía una oportunidad inmejorable para haber afrontado ese reto.
Tanto Gemma Pellicer y Fernando Valls en Siglo XXI como Andrés Neuman en Pequeñas resistencias 5 han anotado un inventario del género circunscrito a España, dejando de lado al cuento publicado en América o por algunos latinoamericanos en España (entre una y otra posibilidad, cabe mencionar aquí a autores como Antonio Ortuño, Patricio Pron, Samantha Schewblin, Eduardo Halfon o Norberto Luis Romero, entre otros muchos). No parece mal asunto concentrar la atención en lo más cercano para abarcar lo necesario y apretar donde las tuercas lo pidan, aunque al final queda la sensación de que se ha duplicado innecesariamente el esfuerzo y diluido el efecto, ya que entre ambas antologías, casi simultáneas, se repiten la mayoría de los autores que realmente están aportando algo valioso al cuento español desde el punto de vista literario. Salvo algunos descuidos (en especial con algunos autores jóvenes ausentes en una u otra antología, cuando no en ambas) y ciertas concesiones a otros escritores cuyos relatos no están a la altura de la media, haciendo una criba entre los autores de los setenta y cinco relatos que suman ambas antologías podría construirse una compilación de veras brillante que se quedara en los veinte o treinta nombres que van a quedar en un futuro cercano como realmente significativos en el cuento español del siglo XXI. Tiempo al tiempo.
Con lo dicho hasta ahora, surge una impresión: tal vez falte una antología del cuento en español que abarque lo publicado en España y América (algo que se pone de manifiesto en el mismo año en que el peruano nacionalizado español Mario Vargas Llosa, que trabajó el relato breve en sus inicios, ha obtenido el Nobel de Literatura o en el que hemos despedido al gran Fogwill, justo cuando la narrativa del argentino vivía su momento más dulce en España), que se centre más en la calidad de los textos y en la trayectoria y vinculación real de los autores con el relato (de los verdaderos cuentistas que porfían, y no tanto del novelista escritor ocasional de relatos) y que, a poder ser, abarque algo más que la inmediatez de las fechas recientes. De todos modos, resulta lógico que cada editorial haya querido hacer su propuesta y que cada antólogo demuestre sus conocimientos, filias y fobias en una selección propia. Además de las citadas, también en 2010 se publicaron otras como Voces (Anagrama; Veus en la editorial Empúries, en catalán), sobre el cuento actual en catalán y a cargo de la escritora Lolita Bosch, una antología que padece la misma rémora que aquellas al pretender inventariar y mojarse bien poco a la hora de elegir la excelencia literaria, juntando a grandes escritores como Jordi Puntí o Francesc Serés, entre otros, con muchos autores dignos pero que pasarán sin pena ni gloria. Antologar es renunciar y, sobre todo, decidir y exponerse de manera ingrata, pero nunca prodigarse para contentar a todo el mundo. Quien lo probó (si hizo los deberes), lo sabe.
En otro tipo de antologías, las que nacieron alrededor de un tema, un género o una efeméride, ha habido algunos libros a rescatar en 2010, como es el caso de la “terrorífica” Aquelarre en Salto de Página, por no hablar de otros títulos en los que quien firma este texto ha intervenido y que, por lo tanto, no resultaría elegante señalar aquí, aunque sobren los motivos de peso. Esas mismas antologías, así como las mencionadas de Menoscuarto y Páginas de Espuma y la lista de Granta, permiten seguir, a través de las reseñas publicadas y, sobre todo, de las omitidas en los medios y publicaciones digitales, un rastro de afinidades, rencillas y vetos que, una vez más, ratifica esa especial atmósfera del cuento español, tantas veces amable como forzada, según quién sea el responsable. Sólo el tiempo da y quita razones y retrata actitudes. “A la luz cambian las cosas”, como decía el maestro Medardo Fraile (de quien toma prestado el título y a quien homenajea esta columna desde hoy), y bajo el foco de la distancia temporal la huella de cada gesto se perfilará de manera más nítida.
Encabezaba este texto la afirmación de que 2010 no ha traído ningún libro de relatos fuera de serie, aunque es de justicia reconocer que ha habido unos cuantos buenos títulos que, si bien no han sacudido al lector más exigente sí han podido procurarle no pocos ratos de disfrute. Muchos de esos libros resultaron finalistas del último Premio Setenil, un gato que se llevó al agua Francisco López Serrano, un perfecto desconocido entre serios candidatos. Así, los impecables relatos de Bajo el influjo del cometa, de Jon Bilbao (Salto de Página), han supuesto lo mejor del año, junto al arriesgado estreno en el género de Javier Moreno con Atractores extraños (Inéditor). El microrrelato también se ha hecho presente gracias a editoriales como Menoscuarto y Páginas de Espuma, una vez más, o a la andaluza Cuadernos del Vigía, con Un koala en el armario, de Ginés Cutillas, colándose entre los finalistas del prestigioso premio de Molina de Segura, o con la antología Velas al viento, a cargo del especialista Fernando Valls. En la recta final del 2010 llegaron otros libros de cuentos dignos de ser destacados, como Pampanitos verdes, del siempre acertado Óscar Esquivias (Ediciones del Viento); el singular y emocionante Llenad la Tierra, de Juan Carlos Márquez (Menoscuarto) o el inquietante Distorsiones, de David Roas (Páginas de Espuma). También, en un año de especial actividad femenina en el relato, se han confirmado cuentistas como Pilar Adón, con El mes más cruel (Impedimenta) o Patricia Esteban Erlés, con Azul ruso (Páginas de Espuma). Y cerró el año El prisionero de la avenida Lexington, de Gonzalo Calcedo (Menoscuarto), uno de nuestros autores más fieles al relato. En estos doce meses se ha producido además el estreno en solitario y en sellos independientes de varios estupendos narradores, muy diferentes entre sí: Inés Mendoza con El otro fuego (Páginas de Espuma), Roberto Valencia con Sonría a cámara (Lengua de Trapo), Carlo Padial con Dinero gratis (Libros del Silencio), Paula Lapido con Teoría de todo (Tropo editores), Julio Jurado con Andar por el aire (Gens ediciones) o Manuel Abacá con La mesa puesta (E. R. de Extremadura). También ha quedado constancia de cómo un poeta, Carlos Marzal, puede escribir los magníficos relatos de Los pobres desgraciados hijos de perra (Tusquets) o de cómo, una vez más, el gran Medardo Fraile sigue estando en plena forma, algo que demuestran los cuentos inéditos de Antes del futuro imperfecto (Páginas de Espuma).
Tal vez 2011 nos prepara a la vuelta de la esquina algún que otro llanto y varias sorpresas, cuando vengan el fallo y los descartes de la segunda edición del Premio Internacional Narrativa breve Ribera del Duero. Quizá demasiados cuentistas hayan reservado su mejor cartucho para ese jugoso galardón, algo que descubriremos poco a poco, a buen seguro, en los próximos meses, mientras el lector exigente sigue esperando aquel hermoso puñetazo en las tripas como agua de mayo.
Tres de los grandes hitos editoriales y mediáticos del cuento en español en 2010 han tenido forma de compilación, desde la tan traída y llevada selección de Granta a las antologías de las dos editoriales independientes españolas más importantes en este asunto, Menoscuarto y Páginas de Espuma, que han aprovechado el momento para tomarle el pulso al relato español actual o, como han especificado estas editoriales, al que se ha abierto paso en la primera década de este siglo. Polémicas aparte y salvando a algunos nombres de veras prometedores, la selección de la revista Granta reveló algunas inercias predecibles y se preocupó más de conformar una nómina de apellidos que de recoger lo mejor de la narrativa (y menos aún de la breve) reciente en español, las voces que de veras pueden tener más proyección (sobre todo en el cuento por venir). De hecho, en la lista Granta figuran novelistas con poca o ninguna vinculación con el relato breve lo que, amén de la escasa repercusión efectiva de la revista en el ámbito hispanoamericano, invalida esa selección como muestrario referente del cuento actual en español. Si bien es cierto que no era lo que en ningún momento pretendía la revista, no es menos evidente que la convocatoria suponía una oportunidad inmejorable para haber afrontado ese reto.
Tanto Gemma Pellicer y Fernando Valls en Siglo XXI como Andrés Neuman en Pequeñas resistencias 5 han anotado un inventario del género circunscrito a España, dejando de lado al cuento publicado en América o por algunos latinoamericanos en España (entre una y otra posibilidad, cabe mencionar aquí a autores como Antonio Ortuño, Patricio Pron, Samantha Schewblin, Eduardo Halfon o Norberto Luis Romero, entre otros muchos). No parece mal asunto concentrar la atención en lo más cercano para abarcar lo necesario y apretar donde las tuercas lo pidan, aunque al final queda la sensación de que se ha duplicado innecesariamente el esfuerzo y diluido el efecto, ya que entre ambas antologías, casi simultáneas, se repiten la mayoría de los autores que realmente están aportando algo valioso al cuento español desde el punto de vista literario. Salvo algunos descuidos (en especial con algunos autores jóvenes ausentes en una u otra antología, cuando no en ambas) y ciertas concesiones a otros escritores cuyos relatos no están a la altura de la media, haciendo una criba entre los autores de los setenta y cinco relatos que suman ambas antologías podría construirse una compilación de veras brillante que se quedara en los veinte o treinta nombres que van a quedar en un futuro cercano como realmente significativos en el cuento español del siglo XXI. Tiempo al tiempo.
Con lo dicho hasta ahora, surge una impresión: tal vez falte una antología del cuento en español que abarque lo publicado en España y América (algo que se pone de manifiesto en el mismo año en que el peruano nacionalizado español Mario Vargas Llosa, que trabajó el relato breve en sus inicios, ha obtenido el Nobel de Literatura o en el que hemos despedido al gran Fogwill, justo cuando la narrativa del argentino vivía su momento más dulce en España), que se centre más en la calidad de los textos y en la trayectoria y vinculación real de los autores con el relato (de los verdaderos cuentistas que porfían, y no tanto del novelista escritor ocasional de relatos) y que, a poder ser, abarque algo más que la inmediatez de las fechas recientes. De todos modos, resulta lógico que cada editorial haya querido hacer su propuesta y que cada antólogo demuestre sus conocimientos, filias y fobias en una selección propia. Además de las citadas, también en 2010 se publicaron otras como Voces (Anagrama; Veus en la editorial Empúries, en catalán), sobre el cuento actual en catalán y a cargo de la escritora Lolita Bosch, una antología que padece la misma rémora que aquellas al pretender inventariar y mojarse bien poco a la hora de elegir la excelencia literaria, juntando a grandes escritores como Jordi Puntí o Francesc Serés, entre otros, con muchos autores dignos pero que pasarán sin pena ni gloria. Antologar es renunciar y, sobre todo, decidir y exponerse de manera ingrata, pero nunca prodigarse para contentar a todo el mundo. Quien lo probó (si hizo los deberes), lo sabe.
En otro tipo de antologías, las que nacieron alrededor de un tema, un género o una efeméride, ha habido algunos libros a rescatar en 2010, como es el caso de la “terrorífica” Aquelarre en Salto de Página, por no hablar de otros títulos en los que quien firma este texto ha intervenido y que, por lo tanto, no resultaría elegante señalar aquí, aunque sobren los motivos de peso. Esas mismas antologías, así como las mencionadas de Menoscuarto y Páginas de Espuma y la lista de Granta, permiten seguir, a través de las reseñas publicadas y, sobre todo, de las omitidas en los medios y publicaciones digitales, un rastro de afinidades, rencillas y vetos que, una vez más, ratifica esa especial atmósfera del cuento español, tantas veces amable como forzada, según quién sea el responsable. Sólo el tiempo da y quita razones y retrata actitudes. “A la luz cambian las cosas”, como decía el maestro Medardo Fraile (de quien toma prestado el título y a quien homenajea esta columna desde hoy), y bajo el foco de la distancia temporal la huella de cada gesto se perfilará de manera más nítida.
Encabezaba este texto la afirmación de que 2010 no ha traído ningún libro de relatos fuera de serie, aunque es de justicia reconocer que ha habido unos cuantos buenos títulos que, si bien no han sacudido al lector más exigente sí han podido procurarle no pocos ratos de disfrute. Muchos de esos libros resultaron finalistas del último Premio Setenil, un gato que se llevó al agua Francisco López Serrano, un perfecto desconocido entre serios candidatos. Así, los impecables relatos de Bajo el influjo del cometa, de Jon Bilbao (Salto de Página), han supuesto lo mejor del año, junto al arriesgado estreno en el género de Javier Moreno con Atractores extraños (Inéditor). El microrrelato también se ha hecho presente gracias a editoriales como Menoscuarto y Páginas de Espuma, una vez más, o a la andaluza Cuadernos del Vigía, con Un koala en el armario, de Ginés Cutillas, colándose entre los finalistas del prestigioso premio de Molina de Segura, o con la antología Velas al viento, a cargo del especialista Fernando Valls. En la recta final del 2010 llegaron otros libros de cuentos dignos de ser destacados, como Pampanitos verdes, del siempre acertado Óscar Esquivias (Ediciones del Viento); el singular y emocionante Llenad la Tierra, de Juan Carlos Márquez (Menoscuarto) o el inquietante Distorsiones, de David Roas (Páginas de Espuma). También, en un año de especial actividad femenina en el relato, se han confirmado cuentistas como Pilar Adón, con El mes más cruel (Impedimenta) o Patricia Esteban Erlés, con Azul ruso (Páginas de Espuma). Y cerró el año El prisionero de la avenida Lexington, de Gonzalo Calcedo (Menoscuarto), uno de nuestros autores más fieles al relato. En estos doce meses se ha producido además el estreno en solitario y en sellos independientes de varios estupendos narradores, muy diferentes entre sí: Inés Mendoza con El otro fuego (Páginas de Espuma), Roberto Valencia con Sonría a cámara (Lengua de Trapo), Carlo Padial con Dinero gratis (Libros del Silencio), Paula Lapido con Teoría de todo (Tropo editores), Julio Jurado con Andar por el aire (Gens ediciones) o Manuel Abacá con La mesa puesta (E. R. de Extremadura). También ha quedado constancia de cómo un poeta, Carlos Marzal, puede escribir los magníficos relatos de Los pobres desgraciados hijos de perra (Tusquets) o de cómo, una vez más, el gran Medardo Fraile sigue estando en plena forma, algo que demuestran los cuentos inéditos de Antes del futuro imperfecto (Páginas de Espuma).
Tal vez 2011 nos prepara a la vuelta de la esquina algún que otro llanto y varias sorpresas, cuando vengan el fallo y los descartes de la segunda edición del Premio Internacional Narrativa breve Ribera del Duero. Quizá demasiados cuentistas hayan reservado su mejor cartucho para ese jugoso galardón, algo que descubriremos poco a poco, a buen seguro, en los próximos meses, mientras el lector exigente sigue esperando aquel hermoso puñetazo en las tripas como agua de mayo.
Hola: Creo que Francisco López Serrano no es un desconocido entre otros autores «serios». Véanse:
https://www.culturamas.es/blog/2010/11/16/entrevista-a-francisco-lopez-serrano/
Tiene más premios y formación que algunos de ellos. Es verdad, en los círculos de siempre no se veía su nombre.