Usos del pesimismo
Usos del pesimismo. Roger Scruton. Ariel (2010). 224pp. 19,50 euros.
Por Gonzalo Muñoz Barallobre.
Si hay un personaje venenoso, tanto para sí como para los demás, éste es el optimista irresponsable. Con mirada pueril se lanza al mundo y con actitud adolescente es incapaz de reconocer su parte de responsabilidad. De los desaguisados que deja a su paso se desentiende por completo. Entonces, le toca a otro pagar el pato. Y él sigue feliz caminando hacia un futuro que se ha prometido tan espectacular como ilusorio.
El optimista del que hablamos, según nos cuenta Roger Scruton(1944), se alimenta de una serie de falacias. A través de ellas coge alas y ya no hay quien le pare. Como es natural, ninguno de nosotros nos reconocemos en el personaje que hoy nos ocupa, pero al leer las falacias en las que el optimista irresponsable incurre nos sorprenderá descubrir cómo nuestra inteligencia, de alguna manera, se cuela por alguna.
El autor propone cinco. Aquí no vamos a hablar de todas, tan sólo de la dos que nos han parecido más interesantes, más jugosas, para así conseguir el resultado que toda reseña debe tener: que el lector se acerque al libro.
En primer lugar, nos encontramos con “la falacia de del mejor caso posible”, falacia que ilustra muy bien el caso del jugador patológico, aquél que se lanza al juego sin pensar que puede, en el mejor de los casos, quedarse a cero y, en el peor, incluso debiendo dinero a sus amigos y familiares. Y es que su pensamiento se nubla con lo que puede ganar. Borracho de éxito olvida que la probabilidad de perder es mucho mayor que la de ganar. Se cree elegido, tocado por la mano de la diosa Fortuna, y en una tirada lo pierde todo. Sin duda, el caso del jugador patológico es un caso extremo, pero nadie negará, todos lo hemos visto en alguna ocasión, que hay muchas personas que se embarcan en determinados proyectos sin pensar, ni por un segundo, que las cosas pueden ir mal. En ese momento, nos toca, o le toca al pesimista que esté de guardia, recordarle que hay que tener presente que algo puede fallar, es decir, es necesario tener un plan B y no jugarse el todo por el todo. Aquí, la aplicación del pesimismo sería la medicina que devolvería la prudencia perdida.
En segundo lugar, nos encontramos la falacia de “nacidos en libertad”, en mi opinión, la parte más interesante del libro que nos ocupa. En ella se analiza esa idea equivocada, muy del gusto francés, ya que su padre es Rousseau y en este país ha encontrado buena tierra en la que instalarse, de que nacemos en libertad y de que no debe de haber ninguna ley ni ninguna institución que nos la quite. Pero si se mira bien la cosa, pronto se entenderá que es necesaria la existencia de un conjunto de leyes e instituciones que nos la permitan. En palabras de Scruton: “la libertad no es un regalo de la naturaleza, sino el resultado de un proceso educativo, algo que debemos obtener a través de la disciplina y el sacrificio”. Esta falacia nos muestra, de manera paradigmática, la importancia del pensamiento, su influencia directa sobre lo real y, en definitiva, el valor de andar intelectualmente atentos, ya que toda idea tiene una consecuencia, un precio que deberemos pagar.
Usos del pesimismo es una obra bien escrita y bien trabajada. El análisis de las falacias es más que oportuno y las conclusiones obtenidas le serán de gran utilidad al lector. Pero no todo serán buenas palabras, ya que el libro termina con una serie de reflexiones que, a nuestro parecer, guardan ciertos prejuicios: una crítica abierta contra la homosexualidad, y un patriotismo que resulta más que inoportuno. Sin ningún pudor, se nos habla de las bondades de USA, hecho que sería tan sólo discutible, y no despreciable, si para ello no se rebajara la dignidad de otros países. Sinceramente, lamentamos que una obra que tiene buen ritmo y buen desarrollo argumentativo concluya con una serie de afirmaciones del todo inapropiadas.
«La esperanza es la confusión del deseo de un acontecimiento con su probabilidad. Pero quizá ningún hombre esté libre de la locura del corazón que trastorna el intelecto en su correcta estimación de la probabilidad, hasta tal punto que un caso contra mil lo considerada fácilmente posible. […] La esperanza es un estado en el que concurre todo nuestro ser, tanto la voluntad como el intelecto; aquella, deseando el objeto esperado; este, calculándolo como probable». Sch., PP II, Cap. 26, parágrafo 313.