Entrevista a Eduardo Berti
por Trifón Abad
“Crecí creyendo que el cuento era tan
importante como la novela”
Me han advertido que Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) es “un tipo serio”. No me extraña, pienso, leyendo su trayectoria. Como no sé por dónde van exactamente los tiros de ese adjetivo, elijo la mirada de traje negro y la sonrisa azul oscuro. Muy solemne yo. En la sede de Páginas de Espuma, Encarnación Molina y Juan Casamayor me reciben con la naturalidad sonriente que denota cada uno de los libros que editan desde hace una década. Berti charla en la habitación contigua con Andrés Neuman por el móvil. Se escucha la risa y el animado acento porteño en toda la casa. Entra feliz de que Neuman vaya a establecerse en el mismo barrio parisino en el que él mismo vivió. “¡Qué casualidad! ¿No?”, pregunta feliz. Por cómo me sacude la mano no parece un tipo serio. Falsa alarma. Así que, en décimas de segundo, visto mi sonrisa de blanco y me pongo cualquier cosa. Es Berti quien comienza la entrevista y me pregunta si soy de Madrid. Le digo que no y hablamos de las dichas y durezas que esconde esta ciudad. Coincidimos en que las primeras ganan y, de pronto, sin darme cuenta, ya estamos hablando de su último libro de cuentos: “Lo inolvidable” (Páginas de Espuma, 2010).
Trifón Abad.: “Los pájaros” (publicado en 1994 en Argentina y reeditado por Páginas de Espuma, 2003) fueron tus primeros cuentos recopìlados, casi podríamos hablar de una obra de juventud. Han pasado dieciséis años hasta este segundo libro de relatos. ¿Es el mismo autor el que escribe hoy?
Eduardo Berti.: Sí, es el mismo autor. Espero haber aprendido cosas, sobre todo desde el punto de vista de la técnica. No únicamente como escritura, sino también con mayor consciencia de estructura, trabajo del personaje, elipsis… Pero soy el mismo autor. De hecho, mira, en Francia voy a publicar “Lo inolvidable”, pero como uno de los cuentos ya fue publicado en este país, mi editor me aconsejó sustituir este relato por otros de “Los pájaros”, que encajan perfectamente con la línea de este nuevo libro. Es una buena manera de demostrar que sí, el autor sigue siendo el mismo.
TA.: ¿Cuando lees aquellos cuentos hoy qué sientes como lector crítico?
EB.: Me enfado con mi impericia. Yo no sabía que usaba ciertas técnicas, pero uno lo hace porque aprende a narrar como aprende a caminar. Estamos rodeados de cine, periodismo, dibujos animados… Oralmente, sin ser escritor, también estamos narrando, como cuando le contamos una anécdota a un amigo. Está claro que el escritor, en su primer libro de cuentos intenta meterlo todo y demostrar cuánto sabe. Un día leí una cita en este sentido: “el primer paso es aprender a quitar lo malo, pero el segundo es aprender a quitar lo bueno”. Espero haber aprendido a quitar esas cosas que, aunque sean buenas, no van.
TA.: En este libro hallamos varios cuentos cerrados, con giros sorpresivos hacia al final del relato, algo que ya hacías con acierto en “Los pájaros”. Trabajas mucho ese tipo de cierre…
EB.: Sí, es verdad. Me parece un desafío interesante, y tiendo a ello de manera natural. Pero como lector, también me gustan los cuentos que no buscan ese cierre. Trato de jugar con ambas cosas. Si nos fijamos por ejemplo en “Formas de olvido”, efectivamente hay un cierre que cumple con uno de los cierres clásicos, que sería el de la inversión, pero no abarca todas las interpretaciones y deja cosas sonando. Se puede cerrar la trama en un nivel, pero sin darle todo resuelto al lector.
TA.: En una entrevista dijiste que “Esquirlas de Atamisky” era tu cuento más querido de “Los pájaros”, ¿cuál sería ese cuento en “Lo inolvidable”?
EB.: Me gusta mucho precisamente “Formas de olvido”, pero no porque creo que sea el mejor, como el de “Esquirlas de Atamisky” de tampoco sé si es el mejor. Lo que pasa es que el mundo de la música es un mundo muy querido, y es el que más trabajo y tiempo me llevó de escritura y con tiempo uno se encariña. También le tengo mucho cariño a “Restrospectiva de Bernabé Lofeudo”, pero no digo que sean por eso los mejores.
TA.: Este cuento que mencionas viene a ser un falso ensayo sobre un director de cine ficticio. Has tenido experiencia con el mundo audiovisual, ¿es una deuda que tenías sobre la necesidad de literaturizar el mundo del cine?
EB.: Sí, sin duda. Por un lado, imagina que vas a la filmoteca y hay una retrospectiva de Berlanga, y te dan un programa sobre su vida y obra. Esa sería la idea formal. Me gusta trabajar formas que no son “prestigiosas” en el mundo literario para contar historias. Es díficil innovar en este aspecto. Por ejemplo, lo que hoy puede parecer novedoso por emplear el email en una trama, ya fue hecho en la novela epistolar. Al menos yo no conozco ninguna historia que se haya hecho a la menera de este cuento, y me pareció interesante como formato. Esta idea se complementó con un estilo ensayístico o de crítica de arte que he practicado alguna vez, y el mundo audiovisual, mundo con el que me une un cierto vínculo y conozco un poco el lenguaje. Además me gustaba la idea de jugar con la ficción dentro de una cultura tan popular como el cine de barrio erótico. Es una especie de homenaje a ese tipo de cine, y no necesariamente al cine visto como arte.
TA.: “Verdad o mentira” recuerda en el argumento al relato “El collar”, de Guy de Maupassant. Eres un escritor de éxito en Francia y como francófilo imagino que este autor se cuenta entre tus referencias. ¿Cuáles han sido tus influencias?
EB.: Seguramente en alguna neurona está ese cuento de Mauppasant que mencionas. La primera influencia es muy clara: fue la que me transmitieron dos de mis tías, que eran profesoras de literatura y que aparecen sublimadas en un personaje parecido a ellas en mi última novela “La sombra del púgil”. Vivían juntas y tenían una biblioteca ideal para comenzar a leer, porque era una biblioteca escolar que contenía el canon típico de los años setenta en Argentina: Borges, Cortázar, Quiroga, Marco Denevi, Silvino Campos, Felisberto Hernández, etc. Lo español lo fui descubriendo más tarde, aunque sí estaban por ejemplo los relatos de Bécquer. A esta primera etapa hay que añadir lo insoslayable: Chéjov, Kafka, Poe y también Guy de Maupassant. Efectivamente este autor también se encuentra entre mis influencias.
TA.: Prácticamente todos los autores que has citado son autores de cuento…
EB.: Yo era un gran lector de cuentos, pero es que la Argentina de mi época lo era también. Yo crecí creyendo que el cuento era tan importante como la novela, porque en ese preciso momento los dos escritores centrales de la literatura argentina, Borges y Cortázar, eran básicamente cuentistas. Sí, está “Rayuela”, por supuesto, pero es la novela de un cuentista. Es genial la idea que tuvo para resolver el problema, pero no deja de ser el modo de que autor de cuento pueda escribir una novela. A esta base hay que añadir momentos de pasión por la literatura italiana, norteamericana contemporánea, rusos, franceses… Pero el ADN es lo que te decía al principio.
TA.: Aunque resides en Europa nunca has perdido de vista lo que sucede en Argentina, de hecho fundaste la pequeña editorial ‘La compañía’ allí. ¿Cómo está el sector literario en tu país?
EB.: Lo que veo es que ha vivido una transformación en muchas cosas que durante décadas fueron tradicionales o típicas de Argentina. Era el país ilustrado, el que tenía más clase media, con menos analfabetos, donde la mortalidad infantil era extraña… Todo esto cambiando profundamente. En mi opinión para mal. No creo que los cambios son malos, y sé que es un país en constante transformación, pero creo que en estos aspectos puntualmente ha cambiado para mal. También podemos pensar que la crisis ha tenido efectos buenos, como decimos nosotros le ha bajado un poco “el copete” al país.
TA.: Y en la literatura, ¿cómo influye esta necesidad de crear mecanismos constantes de supervivencia?
EB.: Por un lado, la crisis trajo los libros importados. Para mí era más barato comprar un libro de Henry James en inglés importado de Estados Unidos en tapa dura, que una mala traducción -en papel barato, no hablo del texto, ya que hay muy buenas traducciones en Argentina- en una editorial argentina. Era así de absurdo. Y así fue como se destruyó la industria del país en la época de Menem. Y como es un país muy pasional, muy de extremos, de un día para otro era imposible comprar un libro importado, y esto obligó a que reapareciera la industria editorial argentina. Y nació una camada de editoriales nuevas muy interesantes, en ese contexto nace ‘La Compañía’.
TA.: Y hoy, ¿en qué momento nos encontramos?
EB.: Hoy de nuevo, paradójicamente, el precio del libro argentino es casi el mismo que el del libro importado. Pero más allá de todo esto, el libro está comenzando a ser considerado un artículo de lujo, un objeto casi santuario. Creo que lo ejemplifica muy bien la letra de una canción de un músico y escritor uruguayo llamado Leo Maslíah que dice “el año que viene, mi amor, si nos va bien, me voy a comprar un libro”. Las ventas del libro caen, la lectura cae, el tiempo para ella cae. Porque para mantener un nivel de vida hay que trabajar 16 o 18 horas por día. Pero a la vez hay una nueva generación haciendo cosas muy interesantes, esa es la esperanza constante que se renueva.
TA.: Actualmente vives en Madrid, dices que buscas experiencias de vida en la distancia que te inspiren para escribir. ¿Crees que distanciarse de lo familiar te puede generar creatividad?
EB.: Sí. Mi padre era extranjero viviendo en Argentina y tenía curiosidad de saber cómo era eso. A mí me sirve, cada uno y cada etapa es diferente. Una de mis novelas transcurre en Portugal, otra en Inglaterra, y estando en Francia comencé a escribir más historias que ocurren en Argentina, como si necesitara tener una distancia focal. Otro escritor quizá lo considerará extraño, pero a mí me funciona, quizá porque en mi literatura hay algo de ese pequeño extrañamiento. Tal vez lo necesito, no sé.
TA.: Algunos relatos parecen cubiertos por una capa sepia que evoca al pasado, pero otros son actuales y abordan temas como la pobreza desde un prisma muy ingenioso…
EB.: Sí, me gusta ambientar los cuentos en diferentes épocas. No me interesa la fórmula tradicional de la novela histórica: el uso de la trama de la novela, o del cuento en este caso, para contar una época, casi como una actividad didáctica. Me interesa contar las emociones y los conflictos de los personajes, y poner el lugar y la fecha al servicio de eso.
TA.: ¿Cómo desarrollas los cuentos? ¿Nacen de microrrelatos que piden más o trabajas a fondo las estructuras?
EB.: No hay un método único. Efectivamente, hay historias que han nacido de un microrrelato o de una pequeña trama que pide más. A veces es una imagen, que puede ser la que abre el cuento o quedar después en el medio. Otras veces planifico en un cuaderno y me zambullo en la escritura cuando tengo claras ciertas cosas, y otras me zambullo sin tener ni idea de lo que va a pasar. No hay una regla, no soy especialmente metódico para eso. Hay otros cuentos como ‘El color del cielo’ que salen de una vez, aunque después hay reescritura de estilo o de frases, buscando algo más poético, pero el relato salió ‘así’
Hace un gesto con la muñeca, como si escribiera a gran velocidad
TA.: ¿Escribes a mano?
EB.: Tampoco para eso tengo un método, puedo hacerlo a ordenador o a mano. Una novela puedo escribirla con un cuaderno sólo o con tres a la vez, esto me incentiva, así voy cambiando para no aburrirme.
TA.: ¿Qué te ofrece el cuento que no encuentras en la novela?
EB.: Otra intensidad, otro ritmo, la posibilidad de ir directo a una escena sin necesidad de presentar tanto a los personajes. Me permite trabajar otras velocidades, juegos con elipsis… Es como correr 100 metros lisos o correr un maratón.
TA.: Como comer sin necesidad de preparar la mesa…
EB.: Sí, esa es la idea. Es distinto y no sólo a nivel escritura, sino también a un nivel más personal, psicológico. Escribir una novela es un ejercicio de paciencia. Lleva mucho tiempo, a veces levantas la vista y ves camino y más camino. Y a veces es cansado, porque uno tiene la necesidad de tener cosas escritas, terminadas. Y es un buen balance alternar una novela con los cuentos.
TA.: Te satisfacen como una amante en una relación más larga…
EB.: Sí, algo así. Son romances cortos.
TA.: ¿Qué autores vivos lees con mayor satisfacción y sientes que dejan una impronta en tu escritura?
EB.: De España, sin duda, y en primer lugar Enrique Vila-matas. Hablo de los últimos años. También recientemente leí los relatos de Ángel Olgoso y me interesaron mucho, con un microcuento poético que lo hacen distinto. Otro de los cuentistas vivos, aunque ya ha hecho toda su carrera, es el japonés llamado Yasutaka Tsutsui que han publicado en Atalanta, que me recuerda a Dino Buzzati. Ese tipo de escritores que mezclan absurdo y fantástico, con una desmesurada imaginación pero a la vez muy lógicos a la hora de trabajar la materia, me encantan. Me gusta lo novedoso, pero no en la pirueta, sino en el hecho de estar anclado en la realidad. También me gusta los microcuentos que está trabajando Ana María Shua…
TA.: ¿Podrías decir que eres un lector ‘organizado’? Quiero decir, de los que encuentran un autor y devoran todo de él, y despúes saltan a otros de la misma línea y se centra en una etapa o un estilo de literatura durante un tiempo.
EB.: Creo que no (risas) No soy ese tipo de lector. Leo mucho pero muy mezclado, igual puedo pasar de una novela que me faltaba leer de Dickens o Henry James a un cuento de Giovanni Verga. Salto de un clásico que admiro profundamente a algo que me interesa de lo que he conocido en las últimas semanas. Y además lo hago sin demasiados problemas.