«Los pobres desgraciados hijos de perra», de Carlos Marzal
Por Juan Carlos Fernández León.
Antes de la adquisición del libro que nos trata, el lector medianamente curioso se formulará la pregunta lógica de a quién estará aludiendo Carlos Marzal con título tan emblemático; en definitiva, quiénes serán estos pobres desgraciados hijos de perra que tienen la suerte o la desdicha de protagonizar una colección de doce relatos doce, además, y sin que venga mucho a cuento, excelentemente escritos. Hasta donde he podido averiguar el título está tomado de una novela de William Faulkner, La mansión. Ahora, ¿quiénes son estos desgraciados hijos de perra?
Casi no haría falta decir que descubrí a Carlos Marzal gracias a sus libros de poemas. Aun reconociendo que no soy un gran lector de poesía, dos libros suyos, Los Fuera de mí y, sobre todo, Los metales pesados, me entusiasmaron de tal modo que me invitarían entonces a recuperar la fe que había perdido en los poetas. Evidencié en sus poemas una sencilla capacidad filosófica que consistía en poetizar lo cotidiano para convertirlo en universal. Esa simple pero ardua operación de cirugía poética debería ser uno de los propósitos básicos de toda escritura. Sus poemas eran una especie de diagnóstico de la vida, pequeñas ráfagas de milimétrica observación vitalista que alcanzaban con aparente humildad el rango de dogma. Ese mismo proceso creativo, la conversión de la anécdota en símbolo, Marzal lo vuelve a practicar en Los pobres desgraciados hijos de perra, al tiempo que se confirma como escritor, poeta, narrador o lo que sea, pero sobre todo como filósofo festivo de la vida.
Los relatos del libro están tan herméticamente trabados que forman un universo indisoluble en el que ninguno de sus elementos zozobra a la deriva. No hay en estas doce habitaciones naufragios, ni nada que no esté pensado a conciencia. Los espacios (la urbanización de Portacoeli y otros alrededores de Valencia) y los personajes se alían, en realidad, para explorar juntos el verdadero tema del libro: el tiempo. Porque de lo que se trata y de lo que nos habla Marzal con tonos y matices variados es de los ciclos o las estaciones del hombre, del desarrollo inapelable de la vida. De aquello tan literario y a la vez tan cotidiano de la juventud, la madurez y la vejez. Nada más y nada menos.
Obviamente los relatos de adolescentes son los más frescos y canallas del compendio. En Con un poco de suerte, Tierras hondas y Los fundamentos de Noam se revive la adolescencia en los meses de verano, con sus fiestas y su maravilloso ocio de estar tirado por los rincones, sin nada mejor que hacer que hablar de nada en concreto o de sexo o de deporte. El fútbol y las drogas, los primeros escarceos amorosos o la despreocupación vital son los temas que orbitan alrededor de estos relatos, generacionales e iniciáticos, desprejuiciados, un auténtico festín de carne y juventud, de ideas prohibidas, de falsos remordimientos; en resumidas cuentas, de júbilo por vivir.
Los relatos de la madurez, Leche de búfala, Los gatos deberían jugar al tenis, Medio folio, Siempre tuve palabras o Casa nuestra están emparentados con el dolor de la enfermedad y con la literatura, con el tenis y el hogar, con el amor frustrado y las ocasiones perdidas. En estos relatos la mirada de Marzal se torna más grave y descreída. Es la mirada que corresponde al filósofo que se da cuenta del itinerario irreversible de las cosas.
Para concluir, Intimidad es la única historia sobre la vejez, protagonizada por un poeta octogenario que ya ha cantado todo lo que tenía que cantar y al que solo le queda dar el último paso, aunque antes de emprenderlo tiene un pensamiento genial, con el que todo vuelve al inicio, al origen mismo de la misma vida. Es un perfecto colofón de un cinismo perverso, que provoca la sonrisa y el aplauso del lector, antes de cerrar el libro y descubrir, al fin, quiénes son estos pobres desgraciados hijos de perra.
Es inevitable terminar hablando del lenguaje en un libro tan fastuosamente enjoyado como este. Es casi imposible no morir de gusto ante semejante despliegue de efectos literarios, ante el caudal tan superlativo de las antiguamente llamadas figuras retóricas, hoy en día en lamentable desuso. Anáforas, aliteraciones, metáforas, retruécanos, múltiples y diversos juegos de palabras que supondrán una deliciosa panzada para los que gusten de alimentarse con los encantadores excesos de la barroca cocina literaria.
Los pobres desgraciados hijos de perra
Editorial Tusquets, colección Andanzas CA 739
320 pág.
18,26 €.