La figura del escritor en la obra de John Fante
Si no fuera por Bukowsky, John Fante no gozaría de tanto éxito en España y en los Estados Unidos. La fama le vino después de muerto, cuando el ilustrísimo escritor americano, conocido por su estilo irreverente y obras como La máquina de follar o Mujeres, reconoció que era una de sus grandes influencias literarias. A partir de entonces, salieron a la luz muchos de los manuscritos que en su tiempo fueron rechazados por las editoriales y se hizo justicia con el precursor del “realismo sucio”.
John Fante era un escritor americano de origen italiano que, desde muy temprano, se forjó un estilo basado en la sobriedad y el realismo. En sus obras trataba con especial interés los temas de la integración de minorías (como la italiana), el hambre y la miseria, la religión y el catolicismo, y su forma de abordarlos dejaba entrever una decadencia estadounidense. El sueño americano, la idea romántica de un país tolerante y abierto a todos eran demolidos por el autor, y quizás esta crudeza en las descripciones le causó problemas para publicar.
Los personajes que aparecen en sus novelas son a menudo personas encerradas y aisladas en una rutina, en condiciones económicas precarias o enfrentadas a la sociedad por cuestiones éticas. Muchos son personajes autobiográficos que pueden vincularse directamente con los familiares del autor. Asimismo, las madres que retrata Fante en sus novelas son mujeres parecidas a su propia madre, con claros rasgos italianos, conservadores y muy católicos.
También destaca la presencia de escritores que, por muchos críticos, son considerados como los “alter ego” del autor italo-americano. En este breve estudio hemos analizado la figura que construye Fante del escritor a través de tres de sus obras y descubrimos en cada una de ellas una realidad muy lejana de los tópicos. El escritor es, para él, una víctima de su orgullo, una persona despreciada o ignorada por el entorno familiar y social. Un eterno incomprendido que persiste en una tarea sin sentido. El reflejo de un mundo absurdo y un oscuro existencialismo.
En la novela Al Oeste de Roma (Anagrama, 2007), John Fante describe a un escritor americano de origen italiano, Henry Molise, en una situación de total bloqueo. El hombre es el padre de una familia que se ha convertido a lo largo de los años en un obstáculo importante para su proyecto de escritura. Ya no logra encontrar la inspiración. Sueña con alejarse de su esposa, abandonar su eterna California para refugiarse en Roma, el país de su padre, y vivir con una mujer modelo. Esa idea se transforma a veces en una obsesión aunque a menudo renuncia a ella por cobardía, pereza o simple rutina.
En su casa, Henry Molise no logra encontrar la tranquilidad. Todo le desmotiva y cada detalle le hace pensar en su fracaso. El deseo que mantiene de ser un escritor famoso sólo se refleja en el decorado de su escritorio, en cortos momentos de su pasado que, ahora, sólo le generan insatisfacción e impotencia. No logra acabar nada de lo que empieza y, para colmo, todo lo que empieza acaba disgustándole. Sus hijos le consideran un “escritor pésimo” y no dudan en decirle que la madre escribe mejor que él. La falta de respeto es total y eso afecta la estima de un hombre que ya no sabe de qué escribir. En un encuentro a solas, el hijo llega a preguntarle con ironía: “¿Por qué te hiciste escritor, papá? ¿Cómo cojones conseguiste que te publicaran?”
La aparición de un perro en el jardín de su casa le hace abrir los ojos sobre su situación y le da confianza para encararse a la hoja blanca. Aunque al principio le cae un poco mal, acaba encariñándose con él y compartir unos momentos gratos que le invitan a reflexionar. Así pues, descubre que “para escribir se ha de amar y para amar se ha de comprender”.
La descripción del mismo personaje se amplía en la novela La hermandad de la uva (Anagrama, 2004) en la que el autor incluye el resto de los familiares. Aquí aparecen los hermanos y los padres, todos apartados por conflictos, celos y viejos rencores. La misma incomprensión e ingratitud que resaltaba la novela anterior se ve reflejada en los comentarios del padre que grita con descaro al escritor: “¡Un libro! ¿A eso le llamas tú trabajar?”.
El conflicto generacional que existe entre Henry Molise, sus hermanos y el padre sirven para ilustrar el conservadurismo que impera en la familia y las rivalidades que la carcomen. Los valores del padre chocan constantemente con los del hermano mayor o del propio Henry. Le cuesta aceptar la idea de que sus hijos quieran ser otra cosa que un simple albañil, que desprecien el trabajo manual y se alejen de la tradición familiar. “Un hombre trabaja. Suda. Cava. Martillea. Construye. Gana unos dólares y los guarda”, pronuncia él en uno de las numerosas discusiones.
El escritor habla también de su juventud y de cómo decidió adoptar el camino de la escritura. A los diecinueve años, Henry optó por irse de casa y buscar un trabajo que le permitiera ganar su independencia. “La literatura tiró de mí”, explica el escritor en un momento de nostalgia. En aquel entonces fue cuando descubrió a Fiodor Dostoievski y enseguida se le avivaron las ganas de contar historias. También entendió que “para escribir bien, un hombre tiene que tener una afección mortal”.
Encadenó todo tipo de trabajos mal remunerados y precarios. Friegaplatos, peón… sin que lograra encontrar un sitio estable. En muchas ocasiones acababa despedido por su falta de constancia y, en una de esas experiencias traumáticas, Henry Molise conoció a otro escritor llamado Loco Hernández, incansable fumador de marihuana y eterno rebelde. Con este encuentro, John Fante enlaza la imagen del escritor con la idea de una perpetua inadaptación e inconformismo.
Las primeras creaciones literarias de Henry Molise eran cuentos escritos en un cuaderno escolar con los que trataba de reproducir el estilo de Dostoievski. Luego, se empeñó en enviarlos a periódicos y revistas con la esperanza de verlos publicados pero nunca recibía respuesta hasta que, por fin, el San Elmo Journal le hizo una oferta. Este episodio angustioso en el que el personaje trata de entablar una relación con editores puede vincularse directamente con las vivencias del autor italo-americano.
En la novela Camino de los Ángeles, John Fante pone en escena a uno de sus grandes personajes: el escritor Arturo Bandini, considerado como su más fiel “alter ego”. El joven escritor de 18 años, también de origen italiano, reside en Los Ángeles, junto con su madre y su hermana. Vive en unas condiciones deplorables y se ve forzado a buscar un trabajo pero su carácter egocéntrico y violento le dificulta la labor. Tiende a ser conflictivo, meterse en disputas inútiles y su mitomanía propicia las burlas de su entorno.
Tras encontrar un trabajo en la conservadora de pescado, e inmerso en los olores hediondos del local, el escritor trata de preservar su dignidad con historias exageradas. Se inventa un personaje de escritor triunfador para llamar la atención de los demás empleados, explica que prepara una novela exitosa y, luego, al volver a casa, se refugia en las páginas de sus revistas pornográficas para aliviar los impulsos de su cuerpo. Así es cómo John Fante juega con los contrastes y nos describe a un escritor todavía inmaduro, perdido entre los deseos de grandeza y la realidad de su inexperiencia. Ese desfase es lo que genera más agresividad en el joven escritor que no duda en matar cangrejos y otros animalitos en la calle para afirmar su poder.
Por otro lado, Arturo Bandini decide irse de casa cuando todavía es joven, como si esto fuera algo inevitable para un escritor. La incomprensión del entorno y el deseo de independencia le obligan a despedirse de sus familiares e irse hacia Los Ángeles para cumplir su sueño de éxito. Ese sueño inocente y obsesivo es también el que caracteriza a todos los escritores del autor italo-americano.
En definitiva, los escritores que describe Fante en sus obras son en su mayoría ilusos o desengañados, fracasados o inexpertos, con un ego enorme y la necesidad de afirmarse ante una sociedad que les ningunea. Suelen ser inconformistas que apelan a conceptos filosóficos sofisticados y que acaban escribiendo sobre las bajezas del mundo que les rodea. A menudo, sufren de falta de inspiración y, en muchas ocasiones, la causa reside en el entorno que se vuelve atosigador.
Romper con el nexo familiar es una muestra de temeridad, como si la improductividad que reflejan en sus cuadernos tuviera que compensarse con una imagen romántica de escritor atrevido y explorador. Finalmente, la ruptura con el círculo familiar acaba siendo otro acto de huida y de cobardía que más tarde llevará a la previsible soledad o el remordimiento. No obstante, la miseria y el conservadurismo en el que crecen los escritores de Fante les obliga a creer en la vaga existencia de una libertad pura, en un paraíso terrenal y en el máximo éxito.
Más que escritores, los personajes que pueblan las novelas de John Fante son personajes reaccionarios, sometidos a la crueldad de una existencia absurda e insensible. Ellos no sueñan con cambiar el mundo ni con aportar nuevas teorías interesantes a la humanidad. Sólo tratan de alimentar su ego y salir de la miseria en la que están inmersos. Estos criterios hacen de John Fante uno de los padres y más relevantes representantes del realismo sucio.