No puedes consumirte si no estás ardiendo: The Doors
Por César González Álvaro.
Los documentales sobre bandas musicales, por lo general, suelen parecerme aburridos e insulsos, casi tanto como los famosos biopics hollywoodienses que con tanto afán nos tratan de mostrar una vida que poco tiene que ver con la que realmente fue y que, para más inri, suele terminar con un empalagoso final feliz (véase Ray o En la cuerda floja).
Sin embargo, también existen las sorpresas y, de vez en cuando, aparece un documental serio y nada complaciente como When you´re strange. Dirigida por Tom Dicillo, antiguo director de fotografía del mismísimo Jarmusch y autor de una más que correcta filmografía (en la destaca, por derecho propio, la hilarante Vivir Rodando), en When you´re strange el director estadounidense nos ofrece un particular retrato de Jim Morrison y, por extensión, de la década de los sesenta en EE.UU, convulsa época de protestas juveniles y lucha por las libertades, con la presencia de la Guerra de Vietnam siempre como telón de fondo.
Asistimos así a la creación del grupo, unos chavales que se juntan y empiezan a tocar y que deciden tomar el nombre de la futura banda de un verso de William Blake: “Si las puertas de la percepción fueran depuradas, todo aparecería ante el hombre tal cual es: infinito”. De esas primeras sesiones (y sin apenas conocimientos musicales) nace Light my fire, ni más ni menos, canción sobre la que se cuenta y muestra una divertida anécdota en el documental. Atención: The Doors son invitados a tocar este tema en un famoso show televisivo, The Ed Sullivan Show. Como todos sabemos, en Light my fire hay un momento explícito en el que se cuenta la euforia que siente alguien cuando le está subiendo la droga. A los productores del programa (y al bueno de Ed Sullivan) les debió parecer demasiado para su audiencia y le pidieron que cambiara ligeramente la letra. Imaginemos la escena. Ahí tenemos a Ed Sullivan junto a cuatro o cinco tipos trajeados: “Oye, mira, esa parte de la canción… ¿Y si…?” Y Jim Morrison enfrente, sonriendo y asintiendo con la cabeza: “No hay problema, hombre. Claro. Por una frase. Claro, claro”. ¿Resultado? Morrison cantó la canción exactamente tal cual es y salió del programa sin que nadie le dirigiese la palabra.
En los primeros conciertos de la banda, Morrison cantaba de espaldas al público, incapaz de enfrentarse con él, y uno se pregunta cómo llegaremos entonces a esas imágenes conocidas por todos: estadios abarrotados, miles de personas enardecidas coreando su nombre y Jim Morrison retorciéndose sobre el suelo del escenario, saltando luego de un lado para otro, desafiando al público, al orden establecido y a todo lo que se le antojara. Podemos pensar ahí en el efecto continuado de las drogas o el alcohol y, seguramente, algo tendrían que ver también, pero el fondo de la cuestión no es sino la transformación de Jim Morrison en Jim Morrison, cantante de The Doors. Vemos entonces cómo Morrison no puede separarse del personaje que se ha ido construyendo sobre el escenario y que invade también su vida cotidiana. Le encanta ser el centro de atención, disfruta con la histeria que se crea a su paso y sonríe, siempre sonríe, incluso cuando alguna niñata le tira del pelo para arrancarle un tirabuzón y llevárselo a casa de recuerdo, donde lo guardará, quizá, en una cajita que depositará en la mesilla o lo pondrá con un imán en la puerta de la nevera.
Los excesos de Morrison se van sucediendo. Intenta refugiarse en la poesía y publica un par de libros, pero vuelve a los escenarios. Cuando se excede demasiado, sus amigos incluso le apodan Jimbo. La transformación ha llegado a su fin. Jimbo es enteramente otra persona, igual de brillante pero con una personalidad mucho más autodestructiva que terminó por consumirle. Sin embargo, como bien se dice al final de When you´re strange, “la verdad es que no puedes consumirte si no estás ardiendo”.