Lo peor de Vázquez
Por Roberto Bartual.
El dibujante Manuel Vázquez no necesita presentación, y menos ahora con la magnífica (y tierna) película El gran Vázquez, una insólita muestra de cine social de la que debería aprender Fernando León de Aranoa. Lo que tal vez sí necesita presentación son las historietas que la editorial Glénat ha reunido en este volumen aprovechando el tirón de la película, una recopilación de todo el material que el creador de las hermanas Gilda realizó, en sus dos últimas décadas, para dicha editorial. El lector no encontrará aquí ni a sus famosas solteronas ni a agentes con zapatófono, sino nada más y nada menos que lo que el título promete: lo peor de Vázquez. Un abultado catálogo de sus peores instintos reunidos bajo epígrafes diversos; en Las cartas sobre la mesa responde a cartas de admiradores inventadas por él mismo, en Sábado Sabadete y Mujeres o Diosas da rienda suelta a su vena misógina más salvaje, y en Gente peligrosa intenta demostrar una vez más su famosa máxima de «los tontos son los otros».
El narcisismo es el único principio ético que encontraremos en ésta (o en cualquier otra) obra de Vázquez. El narcisismo y la honestidad. Porque si bien Vázquez no se corta a la hora de hablar de las cosas que odia, tampoco lo hace cuando habla de sí mismo, retratándose como un hombre egocéntrico, cruel, sucio (literalmente hablando) y, en suma, un canalla. Y sin embargo, Vázquez no espera que nos tomemos demasiado en serio su autocaricatura, ni tampoco el juicio que le merece esa «gente peligrosa» a la que detestaba: los turistas, los banqueros, los editores, los agentes del fisco, los artistas, las mujeres… o en definitiva, todo aquel no que fuera él.
Lo que a Vázquez le gustaba era poner a prueba al lector tanteando sus límites. En una de las historietas que componen Sábado Sabadete, el tío Vázquez invita a una amante a casa mientras su mujer está en el bingo. A continuación, la esposa de pies y manos a la cama, y la viola «por todos los lados, y así nos excitamos los dos» (sic). Cuando llega la hora de marcharse antes de que llegue la mujer, el tío Vázquez no encuentra la llave de las esposas por ninguna parte. Desesperado intenta liberar a su amante por todos los medios. No hay nada que hacer, las esposas no ceden y Vázquez toma una decisión desesperada, la cual ejecuta con un hacha, cortándole manos y pies para sacarla de la cama. A la semana siguiente, la amante regresa feliz al lecho de Vázquez provista de garfios y patas de palo.
Por mucho que consigua dejar a Robert Crumb a la altura de una Isabel Coixet, el odio que contiene una historieta como ésta no está dirigido tanto hacia la mujer, tratada aquí como algo peor que un objeto, como a todo aquel que sea capaz de tomarse en serio una historieta como ésta o la influencia que pueda tener sobre sus lectores. Los hachazos que Vázquez propina a su amante son hachazos contra la corrección política, la censura y la falta de sentido del humor, síntomas todos ellos de uno de los peores males de la humanidad: confundir la realidad con la ficción; lo cual es, precisamente, lo que convierte a alguna gente en esa «gente peligrosa» a la que Vázquez odiaba (recordemos el reciente y lamentable caso de la prohibición de la película A Serbian Film, después de la lamentable tertulia que tuvo lugar en el programa de Concha García-Campoy en contra de dicha película).
Ése es el verdadero objeto de las críticas de Vázquez, no las mujeres ni los acreedores, ni el fisco ni los editores, ni siquiera el pobre Ibáñez, víctima de algunas de sus bromas graficas más crueles, como aquella en la que un dibujante falto de inspiración mata a sus ideas de hambre dándoles a comer números de Mortadelo y Filemón. Precisamente Ibañez fue uno de los pocos que entendió desde el principio lo que Vázquez quería decir entre lineas y honró la admiración que sentía por él dejando que le robara la cartera en alguna ocasión. Aquí tal vez sea yo el que confunde realidad y ficción después de ver esta anécdota en la película de Óscar Aibar, aunque ante algo tan hermoso como convertir un acto de latrocinio en una manifestación de amistad sólo se puede decir: print the legend!
Esperemos que siga siendo así y que durante muchos años se sigan reimprimiendo las barbaridades de Vázquez, el antídoto perfecto contra cualquier tipo de fundamentalismo ideológico, tanto el de las dictaduras políticas como el de las otras. Sobre todo ahora que la censura vuelve a planear sobre nuestras cabezas, aunque sople justo desde una dirección contraria a la que estábamos acostumbrados.
Roberto Bartual (roberto_bartual@hotmail.com)