Por Carlos Javier González Serrano.

 

Hace poco volví a disfrutar de la última película de James Cameron: Avatar. Me gustaría hoy poner la atención sobre dos expresiones que de manera regular son empleadas a lo largo de todo el film por los na’vi, y en especial por su protagonista femenina, Neytiry. En su primer encuentro con Jake Sully (militar humano), aquélla se refiere a éste con la expresión «caminante de sueños», que me gustaría poner en relación con la noción de Maya (o Velo de Maya) del Hinduismo, a la que tanto partido sacó Arthur Schopenhauer en su obra principal, El mundo como voluntad y representación. En paralelo, la singular manera de vivir que poseen los na’vi (que la prensa del Vaticano, en una lectura fragmentaria y decididamente limitada, calificó de «inundada de un espiritualismo vinculado al culto a la naturaleza» e incluso de predicadora de «pseudo-doctrinas»); aquella forma de vivir, decía, identifica el tú con el yo de una manera que ahora investigaremos: no existe una fractura definitiva entre los distintos seres que pueblan la naturaleza. Este pensamiento queda recogido en su lenguaje mediante la fórmula «Te veo» («I see you» en la versión inglesa), que por parte del Hinduismo tiene su correspondencia en el milenario dictado «Tat twam asi«, o «Tú eres eso», que Schopenhauer traduce al alemán como «Dieses Lebende bist du» (ese ser viviente eres tú).

 

El influjo de los Upanishads (los textos más relevantes de la tradición hindú) en la cultura occidental se ha hecho patente en muchas ocasiones. En ellos quedan establecidos los fundamentos de las doctrinas capitales del hinduismo clásico, y constituyen una fuente continua de enseñanza dentro de tal religión incluso hasta nuestros días. No son sólo textos de especial relevancia para el hinduismo, sino que han sido decisivos en el inicio y desarrollo del jainismo y el budismo. La propuesta general de los Upanishads es identificar un principio único fundamental que aporta forma al mundo y que dan en llamar brahman. Tal principio lo es desde dos puntos de vista: cosmogónico (lo Uno de donde procede lo diverso, la pluralidad) y cosmológico (tal principio es la esencia de todo cuanto existe, se sitúa como el núcleo que otorga verdadera identidad a cada individualidad). El ser humano -y junto a él, todo animal y ser vivo en general- no escapa a esta unidad: los Upanishads postulan una identidad esencial entre el Yo de los hombres (al que denominan atman), y el brahman o realidad esencial. Dicho en una palabra: lo profundo de nuestro Yo yace en la raíz de toda existencia, proporcionando una visión integradora del mundo y de la experiencia humana en general. En este sentido, leemos en el «Isa Upanishad» (podéis ver mi escrito sobre una completa edición de algunos de los Upanishads, editada por Trotta y preparada por Consuelo Martín en Culturamas): «Aquel que ve todos los seres en el Ser, y al Ser en todos los seres, comprende y no rechaza nada». Mientras esta visión del todo en el Uno no sea acogida por el hombre, estaremos dando vueltas incesantemente en la Vida, en la esfera de los seres que viven y mueren sin descanso, lo que hace referencia a la noción hinduista de samsara. En la edición de Trotta mencionada, encontramos estas palabras en el «Katha Upanishad»: «Pero quien esté unido a un intelecto sin discernimiento y una mente dispersa, siempre impura, no llegará a la liberación, se quedará en la rueda existencial de nacimientos y muertes».

 

Esta explicación podría aplicarse sin mucha dificultad al uso de la expresión «Te veo» por parte de los na’vi en Avatar: los nativos del clan Omaticaya -al que pertenece la ya mencionada Neytiry- habitan en una luna llamada Pandora, por cuya ocupación tendrán finalmente que luchar con los humanos que desean apoderarse de un mineral altamente cotizado: el unobtainium. Para acercarnos a la dilucidación de tal expresión, y de su mano descubrir el significado de Maya en el Hinduismo, podemos recordar el sentido de la tragedia en el pensamiento de Schopenhauer. En el § 51 del primer volumen de El mundo como voluntad y representación leemos que «la tragedia es considerada y reconocida como la cima del arte poético tanto por la magnitud del efecto como por la dificultad de ejecución. […] [E]l fin de esta suprema obra de arte poética es la presentación del flanco horrible de la vida, de suerte que aquí se nos coloca ante el dolor anónimo, la aflicción de la humanidad, el triunfo de la maldad, el insultante imperio del azar, así como el fracaso del justo y del inocente…». Tanto en el sistema de Schopenhauer como en el budismo -y, podemos decir, en la conciencia de los na’vi de Avatar– es una y la misma voluntad la que vive y se manifiesta en todo: su lucha consigo misma la observamos en la naturaleza.

 

Casi al comienzo de la película, cuando Jake Sully se interna por primera vez en su cuerpo na’vi (técnicamente, en su avatar, combinación genética de humano y na’vi) y acaba por perderse en la maravillosa selva de Pandora que Cameron nos presenta,  se ve rodeado de pequeñas bestias salvajes que amenazan con quitarle la vida; entonces Neytiry aparece providencialmente abatiendo a algunos de aquellos seres. Sin embargo, y sin que Jake acabe de entenderlo, la nativa arremeterá contra él empujándole y llamándole -como decíamos al principio- «caminante de sueños»: Neytiry ha atentado contra «la vida de la selva» a cambio de salvar una vida particular. Sería interesante detenerse en esta distinción, más si cabe cuando una de las razones principales de que Neytiry salve a Sully es que ve en él una señal de su entorno, de lo que los na’vi llaman el «Árbol de las almas» o «Árbol de la vida». Empero, y para no extenderme demasiado, me centraré en lo que considero esencial: el pueblo na’vi es libre no en el sentido en el que tradicionalmente entendemos tal concepto (como ausencia de impedimentos físicos o coacción externa), sino que albergan una libertad que proviene de la convicción con la que defienden su propia verdad, una verdad no-dual muy semejante a la que nos presentan los Upanishads. Los humanos son «caminantes de sueños» porque la realidad en la que viven es ilusoria en tanto que se trata de algo relativo, relacional y medible, esto es, viven inmersos en el velo de Maya del que habla el hinduismo. Descubrir la verdad de los habitantes de Pandora es serla: tal proceso de conversión lo observamos en Jake Sully a lo largo de toda la película, proceso mediante el que percibe el principio único del que, más que hablar, practican los na’vi, y que ya a estas alturas podemos identificar como el «Tat twam asi» o «Tú eres eso» de los hinduistas.

 

Existe, pues, para los habitantes de Pandora una unidad del «Ser» como identidad última entre ellos y su propia luna -su tierra, digamos-: entre ellos y todo lo existente. No se da una separación entre la esencia o identidad del «yo» y la esencia de la realidad, lo que desemboca, como vemos a lo largo de toda la película, en una revolución de los valores que se traduce en una conducta -observada desde la perspectiva del hombre- no convencional, fuera de lo común. Así, cuando un na’vi se analiza a sí mismo, o mejor, el propio ser de cada ser de Pandora incluye el ser de todo lo existente: tal es la enseñanza que los na’vi y el «Tat twam asi» del hinduismo nos transmiten. La realidad es una.

 

Este principio de unidad hace que las criaturas no sean a ojos de los na’vi simples fantasmas de esencia diferente a la suya;  más bien reconocen su propia esencia en tales seres: el velo de Maya ha caído. De manera análoga, el «Tat twam asi» hinduista hace referencia al reconocimiento del sí mismo en los otros en el hecho de no dañar a nadie: la mirada de los individuos que derrocan la Maya traspasa el principio de individuación, el ensueño producido por la multiplicidad -que en definitiva no es más que la envoltura de los fenómenos, su apariencia. El error de los humanos es pensar que somos mutuamente «no-yoes». En este camino, Schopenhauer llegará a afirmar que la auténtica virtud procede no de la mera razón, sino del conocimiento intuitivo e inmediato de la identidad -metafísica- de los seres. Para despertar nuestra compasión por el otro no se precisa de un esfuerzo intelectual, sino de una suerte de iluminación. El torturado y el torturador son lo mismo

 

Para terminar, el na’vi (al que en una visión algo peculiar podríamos considerar como el hombre bueno), se reconoce a sí mismo en cada ser y en todo individuo que sufre. Por eso no entiendo muy bien las críticas del Vaticano a la película de Cameron: desde una perspectiva amplia, Avatar no deja de mostrar que el amor es el signo inconfundible de la reconciliación de todos los seres con la realidad única. Otra cosa es que a la prensa de Benedicto no le gusten los bichos que aparecen en el film; pero el mensaje (no unívoco, desde luego) que transmite Avatar es de hermanamiento e incluso -si apuro un poco- de piedad y compasión. De la misma manera, lo que podemos denominar «ética hindú», y que encontramos en los Upanishads y Vedas en general, prescribe el amor al prójimo mediante el abandono absoluto del egoísmo, extendiéndolo a todas las criaturas e intentando devolver bien por el mal recibido.

 

En fin… Sólo una interpretación más de una película que, en líneas generales, me parece magnífica.