Y si no salta la liebre, a la olla con el gato
Por Guille Ortiz
Mi primera novia era del Barça, la segunda, del Madrid. Mi tercera novia también era del Barça y mi cuarta novia nunca reconoció que fuera mi novia.
Aunque, créanme, lo parecía.
Es fin de año y tiempo de revisiones vitales. Esta mañana mi fisioterapeuta se maravillaba de que pudiera mantener buenas relaciones con mis ex. “Yo soy incapaz”, dijo. “Eso es porque les querías de verdad”, dije yo, y luego pensé que probablemente exageraba, porque se puede tener mucho cariño a alguien a quien has querido de verdad aunque sin duda es más fácil tenerle mucho cariño a alguien a quien ya le tenías solo cariño antes, y quizás ese sea yo, el chico enamorado de sí mismo que no da pie a triángulos amorosos. No dejen que nunca se les cruce algo así, es terrible.
Mi novia que no admitía que era mi novia –para mi desesperación- vino un día a cenar, meses después de que lo dejáramos. Fuera lo que fuera. Intenté hacerle una hamburguesa de carne picada y me salió una masa informe que ocupaba toda la sartén. No le importó. La gente se acostumbra a esos detalles y los acepta sin más. El chico enamorado de sí mismo que no sabe cocinar ni una hamburguesa. Tiene un punto entrañable. Me pasaba la mano por la cabeza, con cara de “¿qué vamos a hacer contigo?” y decía, para tranquilizarme, hablando de muchas otras cosas:
– Piensa que al menos ya has tocado fondo.
Pero no era verdad, claro, porque cuando uno toca fondo pierde el miedo. Es lo lógico. Estar en el fondo y tener miedo es la cosa más absurda del mundo. ¿Miedo a qué? ¿No ves que no hay nada más debajo? Así que no había tocado fondo en ninguno de los sentidos porque el miedo seguía ahí. Yo pensaba que igual no podíamos querernos pero que podíamos cuidarnos y que con eso bastaba, que estaba bien.
Luego pensé en aquella cosa que escribí en mi novela: Hay que tener cuidado con la figura del protector. El protector, que sólo parece encontrar sentido a su vida cuidando de los demás, encuentra un especial placer también en castigar. No se sabe si es exactamente placer o necesidad o incluso necesidad de destruir lo protegido. Pero allí donde hay protección, hay castigo. Y eso lo sabe cualquier niño.
Así que no, nada de cuidarnos. Demasiado peligroso. Pensé en pedirle que se quedara a dormir pero me dio miedo sonar como una canción de Nena Daconte. Lo dejé ahí. Nunca le gustó el fútbol, por otro lado, no hubiéramos llegado muy lejos.