“Ex captivitate salus”, Carl Schmitt
Ex captivitate salus. Experiencias de la época 1945-1947. Carl Schmitt. Edición de Julio A. Pardos. Trotta: Madrid, 2010. 98 pp., 10 €.
Por Carlos Javier González Serrano.
¿Una mera recopilación de textos? Nada más lejos de la realidad. Ex captivitate salus responde a una necesidad fundamental de su autor: dar a conocer en breves y precisas pinceladas las líneas maestras de su pensamiento, siempre bien anclado y erigido desde la disciplina del Derecho y la jurisprudencia. En esta obrita que no llega a las cien páginas el lector dará con un Carl Schmitt ciertamente atípico en las formas, más cercano a la reflexión -e incluso al análisis antropológico-, a la introspección; en definitiva, un Schmitt tremendamente cercano. La obra que Trotta edita (publicada originalmente en 1950) nos da a conocer un elenco de fragmentos bien estructurados que el autor redactó entre Berlín y Núremberg entre 1945 y 1947. Numerosos pensadores explican que Ex captivitate salus supone un relanzamiento definitivo de la obra toda de Schmitt, y que en paralelo se alza como un documento de acceso privilegiado a cierta catástrofe que, afirman, no sólo fue alemana: el nazismo.
En “Sabiduría de la celda”, el penúltimo capítulo del libro, escribe Carl Schmitt: «¿Quieres conocerte a ti mismo, y -quizá aún más, tu situación real? Hay una buena piedra de toque. Observa cuál de la smil definiciones del hombre te parece a primera vista evidente». Y es que «la senda del espíritu resulta ser indirecta», como ya el autor dejaba anotado el autor en su Glossarium citando a Hegel a finales de septiembre de 1947. El texto de Ex captivitate salus sigue: «El más desnudo de los hombres es el que está despojado de ropa delante de un hombre vestido, desarmado delante de uno armado, impotente delante de un poderoso». Pero para Schmitt surge entonces un problema insoslayable, una cuestión de la que -como seres humanos- no podemos evadir una tentativa de respuesta: ¿dónde y con quién ha de comenzar la definición de “hombre”? ¿Tomamos como patrón al “hombre desnudo” o al “hombre vestido”? ¿Al “impotente” o al “poderoso”? Aparece entonces para Schmitt la evidencia de una desnudez muy particular: «Las prendas de vestir que me dejaron [en la celda] no hacen más que confirmar la desnudez objetiva. Incluso la subrayan de una manera desagradable, molesta y sumamente irónica. Te ves reducido a ti mismo y a tus últimas reservas. ¿Qué son mis últimas reservas? Un resto de fuerza física. Verdad es que fácilmente se apaga, Pero, por lo menos, aún existe». Y Schmitt recuerda entonces al Sigfrido de Wagner: «Einzig erbt ich den eigenen Leib,/ lebend zehr ich ihn auf [Únicamente heredé el propio cuerpo,/ viviendo lo consumo]».
En definitiva, damos con un Schmitt que, sin dejar de lado la vertiente científica y más rigurosa, hace hincapié en el análisis de lo que ocurre “ahí fuera” de la mano de la ojeada “hacia dentro”, hacia sí: «Mi labor está consagrada a la eludidación científica del derecho público. Es un campo que rebasa el marco de una nación, y mucho más la legalidad positiva de una generación. Sin embargo, no es una generalidad sin determinación y un asunto indiferenciado de todo mundo y de todo tiempo. Es una creación del espíritu europeo, un jus publicum Europaeum, y pertenece vinculado a una determinada época». Y, tras este tipo de reflexiones más o menos eruditas, podemos leer palabras como las siguientes: «A veces nos sobrecoge en la humillación más profunda el orgullo de nuestro origen divino. Es un momento feliz. No es un ensueño, ni recuerdo de la infancia, ni paraíso, sino una imagen de la más intensa simultaneidad de los siglos de esfuerzos históricos, en los cuales nosotros mismos estamos con la pobre labor de nuestra vida».
Un libro para preguntarnos de nuevo, y desde múltiples perspectivas, cuál es el espíritu que reconcilia y acalla al mundo -recordando las palabras escritas en la losa sepulcral del genial poeta Däubler (“Die Welt versöhnt und übertönt der Geist”)… Pues, como nos deja dicho Carl Schmitt en Ex captivitate salus: «hoy tenemos que responder a bastantes preguntas referentes a nosotros mismos, formuladas desde los más heterogéneos lugares. El motivo del interrogatorio es, la mayoría de las veces, plantear el problema de nuestra propia existencia».