La escritura como bisturí: “La geometría del vientre”
Por R.
Tengo la puñetera manía de no leer los prólogos y quizá alguna vez me pierda cosas interesantes, como me habría pasado con éste del novelista-periodista Eduardo Mendicutti. La geometría del vientre (Poesía eres tú, 2008) es uno de esos libros que se completan y enriquecen con la lectura del prólogo, incluso recomiendo una lectura capicúa del mismo, antes y después del libro. “Ante el prodigio de la fecundación, del alumbramiento, de la reproducción, de la plenitud del otro —de la mujer otra— surge la conciencia de lo ajeno (…) El yo poético se dirige, entre desconcertado y fervoroso, al tú iluminado por la gracia de la fecundidad, y reclama su lugar”. Y recomiendo su lectura, muy especialmente, a los lectores heterosexuales que, acostumbrados como estamos a creernos la medida de todas las cosas, olvidamos que un yo poético enamorado de una mujer embarazada puede ser, a su vez, otra mujer.
Nuria Ruiz de Viñaspre (La Rioja, 1969) reflexiona en este poemario sobre esa otra maternidad ajena a lo biológico, sin nombre definido aún (y eso con el PSOE en el poder, échate a temblar cuando estén los otros). Y lo hace con unas reminiscencias la mar de clásicas en su apasionamiento. Aunque nada garcilasiana, nada Bécquer, Nuria nos versa sobre un amor real, terrenal, tangible, nada de ensoñaciones vaporosas y ansias inflamadas, el amor es carne. El amor implica vísceras, contacto y fuego, se acabaron las ninfas silvestres y el poesía eres tú (la editorial me lo perdone). Nada de cantar al amor sin conocer cada centímetro del cuerpo amado, sin vivir su geometría, sin apreciar los cambios que provoca la gestación en el cuerpo de la mujer amada “allí donde el vientre se hace cuna”.
La geometría del vientre mezcla ese apasionamiento cotidiano que es el amor, lo orgánico, con una racionalidad casi matemática: “Vertical y en relieve / la herida azul llena de dirección /flota, solitaria, en el cielo de tu ombligo.” A ratos utiliza un lenguaje al borde del desbordamiento adjetival, pero en cambio hay algo de precisión de cirujano en sus palabras. La poesía de Nuria tiene esa capacidad de inmersión en los sentimientos para ponerlos luego sobre una mesa de quirófano y analizarlos con guantes quirúrgicos. Da igual que hable de amor, como en este caso, o que efectúe una mordaz disección de la condición humana, la escritura de Nuria tiene siempre algo de bisturí.
Eso sí, nada que ver con Tablas de carnicero (Luces de Gálibo, 2010), los registros son tan distintos que casi no se reconoce a la misma autora. No está esa descarnada reflexión sobre el poder, sobre las relaciones sociales, esa indagación filosófica sobre el ser humano, no está esa exclamación hecha denuncia (denuncia que va mucho más allá de la denuncia): “¡No interrumpir nunca la comida por el muerto de la tele!”