El horizonte de la memoria
Por Jesús Villaverde Sánchez.
El horizonte. Patrick Modiano. Editorial Anagrama. 160 páginas. 15 €.
Patrick Modiano vuelve a dejarnos un libro lleno de búsquedas constantes, elementos del pasado e incógnitas por resolver. La obra de Modiano no deja lugar a dudas: el francés es el escritor de la memoria, de los recuerdos. En El horizonte vuelve a situar la acción en los suburbios de París.
La novela de Modiano sigue por sus derroteros habituales. Con un mismo tono, un mismo ritmo narrativo y un estilo tan característico como el suyo, ésta vez nos presenta a un aprendiz de escritor, Bosmans, que trata de acordarse de la primera conversación que tuvo con Margaret Le Coz, una oficinista de origen berlinés con la que coincide por puro azar en una manifestación, cuando la multitud los arrastra en la boca del metro y los aplasta contra una pared.
Siempre con su libreta, Bosmans intentará viajar al pasado, anotando cualquier recuerdo por mínimo que sea, para seguir el rastro de Margaret Le Coz hasta el presente y, además, en un intento de reencontrarse consigo mismo. Mientras tanto, Modiano, a través de los recuerdos de su protagonista, va introduciéndonos en las vidas pasadas de Bosmans y, sobre todo, de Margaret. Estas remembranzas del personaje nos ayudan a ver que Margaret Le Coz no es un nombre real, sino que es un pseudónimo que utiliza la mujer porque está huyendo de un tal Boyaval, un personaje que perseguirá continuamente a los dos amantes durante la novela. Así, Modiano nos enseñará que ella es de origen alemán, concretamente de Berlín, que allí vivió antes de huir a Suiza, y que, de Suiza viajó a París, siempre huyendo de la amenaza de Boyaval.
Como de costumbre la narrativa de Patrick Modiano está fuertemente condicionada por la atmósfera que crea en su relato. Y como siempre entre sus páginas encontramos un personaje que, o bien busca a alguien de su pasado, o directamente se busca a sí mismo como Guy Roland, un hombre sin memoria ni pasado, en Calle de las tiendas oscuras (Premio Goncourt en 1978). Ya pudimos disfrutar de su inigualable talento en este tipo de narraciones con En el café de la juventud perdida, donde creó su personaje más emblemático, que cautivó a todos los lectores, Louki, a quien dejó perderse entre poetas malditos y estudiantes universitarios por los cafés de su París.
En este caso, como vemos, no es distinto. El horizonte es más de lo mismo, aunque con diferencias. La literatura de Modiano se podría catalogar como literatura de búsquedas, la literatura de la memoria y el pasado. En esto, nadie lo puede dudar, aunque nos pueda gustar más o menos, es un verdadero maestro. En esta nueva novela me vuelvo a quedar con el poso de su atmósfera grisácea y enigmática, que ya se ha ganado la creación del término “modianesco” para definir situaciones y ambientes similares a los que él crea en sus obras, que, a veces, incluso, rozan lo onírico.
El novelista francés vuelve a crear una atmósfera oscura, llena de sombras y de fantasmas, desde la perspectiva de una memoria a punto de perderse definitivamente, que recuerda el breve amor de su juventud mediante notas, apellidos que le vienen a la cabeza de repente a bocanadas.
Todo un clásico vivo en la novela francesa.