Fabulosos monos marinos
Por Juan Soto Ivars.
Fabulosos monos marinos. Oscar Gual. DVD Ediciones. 248 páginas. 15 €.
Oscar Gual se ha atrevido. Los camellos son gente atrevida que se la juega para dar a la gente lo que la gente quiere. Te dicen: «la primera es gratis» (nunca me ha pasado, pero no recuerdo la primera), y en según qué etapas, las madres están histéricas porque tienen miedo de que en el instituto o el colegio, a su retoño se acerque un tipo y le meta tripis en el bolsillo de la mochila. Porque hay camellos que vienen a ti sin que les llames, y eso es lo que hizo Oscar Gual conmigo. Me ofreció leer su libro. Yo accedí. Y su droga me ha parecido de las mejores.
Fabulosos monos marinos (DVD ediciones) es una novela muy buena. Cuesta explicar por qué es tan buena, y eso dice más a su favor. Existen, que yo sepa, pocos casos tan claros de talento narrativo e imaginativo tan descarados e irritantes como el de Gual en esta novela. Escribirla es tan osado como enviarla a un desconocido dedicada. Ahora que la he leído y estoy tan contento, tan colocado, voy a tratar de explicar qué tiene dentro, cuál es la forma química de esta droga de diseño.
Abres el libro y parece una novela policíaca previsible, un detective feo se mira al espejo, las primeras frases vienen en la cubierta y quizás éste sea el único error. Porque como las drogas, al transcurrir el tiempo las cosas dejan de estar en su sitio y todo se trastoca. Incluso el propio criterio.
Se trata de historias dentro de historias. Hay una ciudad que se llama Sierpe donde antes había una cárcel y otra ciudad, Presidia, que vivía de la cárcel. Estalló un motín. El capitán de esta revuelta se convertirá en alcalde de Sierpe. Este alcalde recuerda a Don Abdón (Parábola del náufrafo, Delibes) y la novela sabe jugar en la misma liga que lo hizo aquella. Recuerda también a Sterne por la importancia que la digresión tiene, pero tratemos de no entrar, también en la crítica, en profundas digresiones. El caso es que esta ciudad está siempre, ha estado siempre, patas arriba. Porque la ciudad son los protagonistas de la ciudad, y la novela funciona como una ciudad y de esta ciudad, perdón, de esta novela, no para de entrar y salir gente.
Los hilos de Oscar Gual se anudan y deslizan, no son de fiar. Hay entre los personajes un psiquiatra (el resto pasa por la consulta) llamado Dédalo que se masajea los huevos y posa desnudo en un inmenso cuadro de su consulta. Hay un encapuchado, un brujo, que es en realidad el Espíritu de la Transición y dice a Dédalo: «Me adoran igual que el primer día, ni un hueco en mi agenda. Esa no era la idea, doctor, se suponía que había un final, que me olvidarían. No puedo más.»
Es una de esas novelas en las que el narrador vence tus reservas y te lleva por la página sin preocuparte de por qué estás leyendo. Pero el mismo narrador paga las consecuencias, y uno de los personajes se rebela contra él. Empieza entonces una batalla entre el personaje y el narrador, la página se disputa y el río salta a los pies de página cada vez más enrevesados. A renglón seguido, el narrador vuelve a hacerse con las riendas… ¡y el lector va y lo agradece!
Es por todo esto, por la imaginación, por el uso muy sabio de los recursos y lo prolijo que hay de ellos, que la novela, cuando estás a punto de decir «me estoy quitando», cobra sentido. No es solamente priotecnia, no es solamente sorpresa. Oscar Gual se ha arriesgado para diseñar una droga literaria. Lo común hubiera sido que esta droga repugnase a la inteligencia, pero no ha sido así. La novela, al fin y al cabo, no hace más que repetir una premisa: cualquiera de nosotros puede, por ser demasiado tenaz en algo, acabar convertido en uno de los monos marinos. Cualquiera puede, a fuerza de realizarse, acabar en el zoológico.
No sé si Oscar Gual se habrá salvado de escribir esto. Pero quien la lea, que sepa que los efectos son muy atractivos. Que no le será fácil dejarla, y se preguntará muchas veces qué está haciendo aquí. La nocilla, a su lado, es poco más que un dulce para merendar.
Ay, Soto Ivars, cada vez que leo una reseña suya me entra mono gorilón y ganas de salir corriendo y mercar el libro en cuestión, pom, pom. Oscar Gual. Apuntado. Fabuloso. Menudo mono.