Mercado común, de Mercedes Cebrián
Mercado común
Mercedes Cebrián
Por Rosa Fabuel de Mora.
Soñar, soñábamos con Europa. Mercado Común rumoreaba albricias en los libros de texto de los niños que formaríamos la generación X. El progreso era un tren que extraviamos en el siglo XVIII y no debíamos perder el avión, ese transporte endemoniado que causaba más miedo que tener hijos. En Europa los ríos eran navegables, las catedrales más vetustas y bellas, los edificios y las avenidas enormes, los artistas todos. Venecia tenía góndolas.
Ser, ya somos Europa. Crecimos con Europa. Ahora la llaman CEE. Gabardina azul marino y vida portátil reposando en muebles de Ikea. Aeropuertos, negociaciones, proyectos y escaso tiempo para poco, unas vidas que se abren «con la aceleración de las flores filmadas. Y mientras tanto aquí no está naciendo nadie (…), aquí no se está fundando nada, como mucho se cambia una bombilla vieja por otra que no luzca». Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) nos vuelve a recordar en Mercado Común que el malestar está al alcance de todos (como rezaba el título de su más conocido libro de cuentos) con una poesía delatora y dilatante que expresa el hastío y el desengaño de su generación. La generación de la apatía o generación X que se caracteriza por su rebeldía conformista («hay un inmenso vertedero de proyectos muy cerca de nosotros»), que son universitarios y saben idiomas («casi todos somos excelentes chelistas, nuestras misas de réquiem son vertiginosas»), los jóvenes aunque sobradamente preparados, mileuristas e inmaduros que encuentran que su saber es inútil.
En la segunda parte del poemario, “España limita”, el título nos descubre casi todo, obsérvese la dilogía siempre y a veces también el calambur: España limita al norte, retahíla de colegial; nos limita, obsesión de adolescente; y limita ¿podremos superar nuestro complejo? Una de estas tres Españas ha de helarnos el corazón. La España que ya comete adopciones, trasplantes y ortodoncias. O la «España que raspa», la de la mula, en la que afortunadamente «el miedo se ha licuado y es más fácil secarlo con un trapo», la misma de las llanuras bélicas y páramos de asceta que rimaba Machado. O la España en que se fundan universidades en descampados y en la que los jóvenes urbanitas están olvidando el castellano y el barro.
La última parte, “Población flotante”, con sólo tres poemas, nos naufraga más que nos reflota en el desamparo vital de una generación a la que se le ha negado el poder de decidir a cambio de donuts. «¿Hay menos burbujas ahora / que antes o a mí / me lo parece? Ya no puedo firmar / donde me digan / ni diseñar proyectos, ni siquiera / engrosar una / lista».
Mercedes Cebrián está inaugurando con este poemario una nueva poesía social que nos señala con el dedo de la ironía para que reaccionemos. Sus poemas de versos libres y lenguaje libre nos describe el mundo caótico que nos confunde y en el que nos movemos con normalidad como si lo comprendiéramos. Su dicción es de aparente sencillez, ronda el tecnicismo de telediario y coquetea con el coloquialismo. Pero si el doble sentido no viene de la metáfora está aguardando a intervenir por alusiones: «hígados de mujer pasan a hombres / y la España de hoy no se sonroja» o «Imposible opinar sobre la idea / de que sean las tres y cuarto aquí». Mercedes Cebrián revuelve las tripas a su lector implícito (nosotros, los de su edad) ofreciéndole esta poesía generacional que él entiende muy bien aunque no quisiera.
«La paciencia
nos estalla en las manos. No hemos sido invitados
a conmemorar: habremos permanecido largo tiempo
aquí, con el alivio del que conservó la movilidad
de las piernas. Habremos conocido la democracia
tanto como el aceite. Alguien está filmando
ya
el documental
de toda esta certeza.»
Mercado común
Mercedes Cebrián
96 páginas
Caballo de Troya, 2006
ISBN: 978-84-96594-04-3
http://mercedescebrian.wordpress.com/
http://caballodetroya.megustaescribir.com/
A veces hacen faltan poeta que nos despierten con su verso directo a la mandíbula. La poesía de Mercedes Cebrián, con intención social o de remover conciencias, parece encuadrarse dentro de esa estética.
No sé si es la voz de una “generación”, como se afirma en la reseña; pero se trata, sin lugar a dudas, de la voz personal de una gran poetisa, que utiliza la palabra desgarrada para mostrarnos su visión amarga y desencantada de la vida.