La propuesta Zimmermann
Por Rubén Sánchez Trigos.
Acaba de decir Jérémie Zimmermann, ciberactivista francés (sic) cofundador de La Quadrature du Net, que con diez euros al mes se acabaría el problema de las descargas en la Red. Se refiere, obviamente, a las descargas libres de productos culturales –cine, series y música en su mayor parte-. No voy a entrar a discutir la validez de su propuesta; sin embargo, hay algo que me escama en esta seudo guerra civil que muchos han querido dividir en dos bandos: a un lado los defensores del Todo Gratis, al otro aquéllos a los que la sola mención del término P2P produce un infierno de sarpullidos, como si no existieran los términos medios o los matices. Al final, la vertiente industrial de la contienda lo ha copado todo, y en el fragor de las balas casi nadie se pregunta por la degradación artístico-estética que estamos padeciendo los nuevos espectadores de la era digital desde hace años.
Me explico: si uno acude a una plataforma de descarga legal, y paga por descargarse una película o el último episodio de una serie, los responsables del sitio deberían, en principio, garantizarle las mejores condiciones del producto. A saber: que se respete escrupulosamente el formato original de la obra –existe ya toda una generación que desconoce las virtudes del Scope- y, en general, las características técnicas de la misma –recuerdo un visionado de Los tres días del Condor donde habían oscurecido tanto la fotografía que a veces el pelo rubio de Robert Redford era lo único distinguible-, que el doblaje mantenga unos mínimos de calidad y que se ofrezca, por lo menos, la oportunidad de acceder a la versión original con sus correspondientes subtítulos. Si, por el contrario, decides arriesgarte y recurrir a la jungla primigenia de los llamados intercambios libres, puedes encontrarte cualquier cosa. Desde Lucía Lapiedra ganándose el pan como mejor sabe allá donde deberían aparecer James Stewart y Kim Novak, a formatos mutilados que convierten un encuadre panorámico en un diálogo de dos narices, por no hablar de aquellos subtítulos empeñados en reescribir el guión de la película como mejor les conviene –a veces, es cierto, con mucho sentido del humor- o directamente usando palabros latinoamericanos desconocidos para el resto del mundo.
Por supuesto, nadie puede reclamar a nadie en cualquiera de estos supuestos, más bien se diría que es el precio a pagar por un Internet libre. Lo cierto es que semejantes atrocidades vienen ocurriendo desde mucho antes de que existiese la Red. Algunas distribuidoras de DVD se ocuparon desde los comienzos del soporte de educar a varias generaciones de espectadores en la idea del todo vale, pervirtiendo formatos, obviando subtítulos o confeccionándolos a desgana –he llegado a ver secuencias completas donde la traducción correspondiente brillaba por su ausencia-. Por no hablar de las sucesivas ediciones especiales, edición del coleccionista, edición del director, etc, que dejan con tres palmos de narices al incauto que cometió el error de comprarse la primera edición que se lanzó al mercado -y que, por supuesto, apenas contenía la película y poco más-. Así ha sido durante décadas, y muy pocos han protestado por ello. Ahora que Internet ofrece la oportunidad –y la obligación- de reinventar los canales de exhibición y distribución, nos quieren hacer creer que el debate es exclusivamente económico. A los detractores del P2P les preocupa que las nuevas generaciones crezcan creyendo a pies juntillas que la cultura es gratis. A mí me preocupa un poco más que estos mismos jóvenes pierdan el (buen) gusto y el sentido de la estética, que no sepan distinguir un encuadre que respeta el formato original de otro impunemente pervertido, que les dé igual que determinada escena se les ofrezca pixelada o que los colores oscuros de un plano apenas puedan distinguirse por culpa de un digitalizado funesto.
Personalmente, yo sí pagaría esos diez euros de los que habla Zimmermann por acceder a una plataforma de confianza y que esta me ofreciera cualquier título que yo quisiese, respetando íntegras las características técnicas y estéticas de la obra. Pagaría por teclear el nombre de Mario Bava, hacer click y que el servidor pusiera a mi disposición toda su filmografía, que es otra de las deudas pendientes de Internet: el rescate de tantos y tantos títulos olvidados. Pagaría o apoyaría cualquier otra medida que garantizase unos mínimos de calidad en la distribución de obras audiovisuales por Internet. Me gustaría que por una vez se hablara de todo esto, de arte, de estética, de gusto, de cómo la Red puede poner a disposición de las nuevas generaciones un legado de más de un siglo de cine, y no sólo de quién es un pirata, de quién es un carca o de quién está robando a quién.
y cuándo veíamos las pelis rodadas en color en las televisones de blanco y negro?
También, señor Marañón. Tiene usted razón. La historia de los medios -o más bien de la exhibición y distribución- está llena de cosas así. Ya digo en el artículo que esto no es nuevo.