Time is on my side
Por Alberto Masa.
Hablan por acá (mesa de ébano con el mismo número de sillas que de ceniceros) de quien dijo que uno es ya lo suficientemente viejo cuando no ve la belleza. La fama, que “no deja de tentar ni siquiera a las almas que progresan bien” (San Agustín), es siempre el vaso en el que, a cosa de las tres y media, reposa la dentadura postiza del vecino.
La compañía de los libros es vomitiva e Ivan Ilich habla consigo y se dice “da lo mismo” mientras mira, con ojos muy abiertos, la oscuridad de un lecho que no se ve. Todos los demonios se redimen al final, por hacer algo. Zenón de Citio, en el Timeo, es también una caricatura del demonio. Su escuela, “de donde sólo salen rígidos”, es sólo una caricatura de si mismo.
El vecino siempre está pensando en la hora adecuada para pedir huevos, aunque la hora adecuada siempre sea un malentendido. Mi amor reside en los hombros de una niña remota y, aparte de estúpida, de dieciséis años. Piénsenlo: darse a follar con los alegres pájaros del vecino es una cosa angelical, además de un cumplido. El humor es infinito y no hay manera de morirse en un “todavía”, como dijo ese, pero admito me gustaría conocer a Ratzinger. Me interesa su risa de bohemio paranoico.
Pasé tanto tiempo contando una verdad a una máquina que mide pulsaciones y cosas de esas, que fue abrir el blog y se enfadó el alcalde de Valseca. Hasta hablaban de mí en el sitio donde las señoras se juntan para jugar a la brisca. La última vez que anduve por allá me quedé en Segovia y no acudieron mis amigos; o sí, al menos una –lo recuerdo-, pero la tuve que dejar en su casa tan a gusto y, como me habían dado dinero, me emborraché lo suficiente mientras elegía qué grupo de muchachas de cuantas había en uno de los locales me escupiría con mayor alegría. Elegí bien –recuerdo- aquella noche, e incluso perdí las llaves del hotel de 3 estrellas; o me las robaron, pero no hubo problema. El hombrecillo fue tan amable que en seguida imaginé que estaba acostumbrado a las personas con mi actitud. Ya en la habitación, puse en la tele un programa de letras nocturnas y abrí el minibar, hasta que luego me desperté, y seguí, y recordé que tenía que ir a una boda. Recuerdo que me dio pereza ducharme, pero lo hice e incluso me puse mi traje no sé cuántas horas después. Antes de eso me miré al espejo y recordé aquello de “¿Quién me pone la pierna encima?”. Como no fui capaz de concentrarme en la lectura de Swift, entonces –creo- debió ser que me vestí. Me hizo gracia recordar aún la cara de la zorra que me vejó la noche anterior. Lo puta y calientapollas, lo cerda y asquerosa, lo horroroso que hubiera sido que aquello hubiera seguido existiendo…
Me gustaría conocer a Ratzinger, lo repito. Cristiano Ronaldo sólo me vale para reírme sin parar durante un ratito, de la misma manera que lo hago en todas las instituciones donde soy tan amado: el barrio, el INEM, Valseca, la literatura, las prostitutas, la familia, la Seguridad Social, las agrupaciones en torno a la lacra de la esquizofrenia, el bar de Toni y también el otro, Madrid, Segovia, Asturias, la Tabacalera, José Bono, Freud…
“Un hombre no debe ser recordado”, ríe Pascal en un manuscrito que fue encontrado en su ropa cuando ya era todo un cadáver. Pascal: donde la moral gana al arte; donde esos dandis amigos a quienes amo (acudo a sus tanatorios) aparecen con un taparrabos sobre la cabeza de un cuerpo tan blanco; donde me pregunto si ni siquiera existe un animal o una celebración en su deseo del ángel. Pascal me da tanta pena que, al final, me masturbo pensando en otra -dijo el poeta/asesino, y matizó: qué horror de domingos.
Lo hizo para no ser confundido.