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¿Quién teme a Ana María Matute?

 Por Enrique Gutiérrez Llamas.

Que Virginia Woolf muriera sin recibir el Nobel tiene perdón, porque la inglesa se suicidó muy pronto, tirándose a un río tras varios intentos de suicidios. La academia no tuvo tiempo de otorgarle tal galardón, aunque probablemente nunca lo hubiera hecho. La escritora tenía una personalidad de tendencia depresiva y muchos intentos de suicidio a sus espaldas. Los bombardeos alemanes sobre Londres y el fracaso de la biografía que ella había escrito sobre su amigo Roger Fry hicieron que se llenara los bolsillos de su abrigo de piedras y que se tirara el agua.

Existen muchos tipos de mujeres, englobadas en muchos tipos de corrientes, más o menos encasilladas igual que las horas en las cuadrículas que gobiernan el tiempo. Hay otras a las que es difícil clasificar. Si una sobrevive y no mete la cabeza en un horno a lo Sylvia Plath puede acabar escribiendo mundos enteros que se sostienen por sí solos. Dragones que salen de las aguas o princesas que tienen la Muerte Más Bella Jamás Nombrada saldrán a la luz en novelas que son verdaderas enciclopedias sobre el sentimiento humano.

Ana María Matute sobrevivió a una guerra apoyándose en el muro maestro de su casa, por eso no soporta el sonido de los fuegos artificiales, porque le recuerdan a las bombas que caían sobre su Barcelona. Ana María Matute ganó El Planeta con una novela que escribió a los 17 años. Ana María Matute se casó pese a la no aprobación de unos padres que le dieron la espalda. Ana María Maute se separó de su marido y le prohibieron ver a su hijo al que, de todas formas, conseguía visitar gracias a la ayuda de su suegra. Ana María Matute se volvió a enamorar de un hombre que era igual que Paul Newman. Ana María Matute salió de una depresión con un solo pie descalzo e inventando mundos.

Ana María Matute, Ana María Matute, Ana María Matute. Repetir su nombre y otra vez y decir que es ella la culpable de que hay mujeres que han tenido problemas con sus maridos por enamorarse del Príncipe Predilecto. Releer Olvidado Rey Gudú y enamorarse del Príncipe Predilecto una y otra vez, y que no haya amor más puro y más carnal que ese. Ser el verano de Aranmanoth. Echar a llorar con la última frase de Paraíso inhabitado. Querer que vuelvan los unicornios que ella tanto ha visto.

Hacerle una entrevista y que se te reblandezcan los huesos, desde dentro, como si fueran de chicle, cuando le oyes decir un tierno “ohhhh” al hablar de sus novelas favoritas. Que te cuente por qué nadie se acordará de Gudú, y aunque tú ya sepas ese porqué, entenderlo mejor. Que se le iluminen los ojos cuando dice que sin la literatura ella no hubiera podido, que la hubiera inventado. Saber que lo hubiera hecho. Que salga una chispa de un terrón de azúcar al partirlo. Infancias en un cuarto oscuro en el que cabían todo tipo de seres maravillosos.

Ayer se falló el Premio Cervantes, un galardón tan absolutamente prestigioso como plenamente machista. Muchos esperábamos que se lo diesen a Ana María Matute como esperan los campesinos la cigüeña por San Blas, algo para animar este año de la muerte de Miguel Delibes, de la muerte de Saramago.

También le otorgaron a Esperanza Aguirre el premio a la mujer mejor calzada de España. Como a Virginia Woolf, ¿quién temía a Ana María Matute para que no le diesen antes el premio? Porque ¿qué ha hecho si no calzar mundos mucho más coherentes que éste?

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