No hay perro que viva tanto
No hay perro que viva tanto. Francisco Balbuena. XIV Premio de Novela Negra Ciudad de Getafe. Editorial Edaf. Madrid. 2010. 15 €.
Por Recaredo Veredas. La vinculación entre literatura y las nuevas tecnologías vive sus primeros momentos. Asistimos, como en todo nacimiento, a balbuceos y a pataletas. Dentro de un par de décadas –no creo que haya que aguardar más- nuestros sucesores sonreirán con benevolencia ante nuestros intentos por vincular un mundo detenido sin remisión, el nuestro, y otro cuyo avance imparable desquicia a cualquiera. En un panorama tan confuso sorprende la publicación de “No hay perro que viva tanto”, uno de los ejemplos más logrados de coordinación entre narración e incorporación de tecnología, en este caso redes sociales, creados hasta la fecha. El protagonismo de lo digital no supone, como en tantas otras ocasiones, una caída de la verosimilitud de la trama, más bien al contrario, introduce a un narratario que otorga mayor fortaleza a la novela.
No es ese el único acierto: Balbuena crea personajes complejos, en cuyas tinieblas se hunde sin reparos ni falsos pudores. Personajes cuya verosimilitud se apoya en un notable dominio del lenguaje y, sobre todo, en la elección del campo semántico que mejor encaja con el protagonista. Además sabe que la primera persona no solo debe mostrar la subjetividad del personaje, también tiene que regalar espacio al lector para que aprecie esa distorsión. Por supuesto cuenta con una correcta dosificación de los datos y con, aspecto fundamental en una novela negra, un desenlace adecuado, sorprendente y paradójico al mismo tiempo.
Como toda buena obra de género no solo nos trae una buena historia. También supone una indagación en las patologías de una sociedad corrupta, cuyo centro urbano conforma un perfecto correlato: calles degradadas –narradas por Galdós, entre otros, y acertadamente renovadas- en las que conviven los mercadillos, los yonkis, las tecnologías más sofisticadas y las pasiones elementales del ser humano.
En “No hay perro que viva tanto”, concluyendo, Balbuena demuestra su capacidad para abordar cualquier registro y género y, sobre todo, para escribir una narrativa absolutamente moderna.
Por Luis Muñoz Díez.
Esta novela ha obtenido el premio Getafe Negro 2010 y puedo decir que se ha otorgado con total acierto. Es un libro pionero y, a la vez, clásico. Pionero en su forma, ya que está escrito en un Iphone, en párrafos breves, con la longitud que permite el twitter. Y clásico por la calidad del lenguaje que en él se emplea. Es una novela negra, pero su protagonista es un pícaro que entronca un género tan nuestro.
Francisco Balbuena nos ofrece un lenguaje rico, preciso y muy bien adaptado a cada personaje. Un lenguaje que se pone al servicio de la historia que narra y acorde con el marco donde se centra el periplo: el rastro madrileño. Un lugar que es un mosaico abigarrado, escuela y paradigma del proceder humano en sus variadas cavilaciones al servicio de la supervivencia. Multicultural, desde su inicio al día de hoy, sabe acomodarse al momento y suministrar todo tipo de ungüentos, sustancias, carnes y cachivaches. Primero, en tecnología, en una eterna compraventa sumergida, en la que se puede adquirir todo lo que uno esté dispuesto a pagar. Un marco más que apropiado para el experimento del autor. Todo un acierto.
En la plaza de Cascorro se abre todo un mundo que, en pendiente, llega hasta la Ribera de curtidores, bifurcándose por calles y aledaños en las que conviven toda suerte de vendedores de humo, baratijas, virgos y quimeras, que atraen como un imán al otro polo de la sociedad: personas de vida ordenada que se permiten, en una mañana de domingo, sacar a pasear al golfo que todos llevamos dentro. En este escenario se mueve y practica su venganza Andros Amador, desde un parapeto tan seguro como es el pellejo del inspector Andrés Ballester.
Balbuena une en esta novela, desternillante y traidora, la técnica más puntera con la tradición: unos dedos untados de la grasa de un bocadillo de calamares barnizan la delicada pantalla del Iphone. Al tiempo que nos enseña a un niño índigo convertido a la fuerza en lobo. Lobo que habla con lenguaje castizo y que narra en primera persona su peripecia. Otro acierto del autor. De esta manera, el lector puede ver y tocar lo que nuestro pícaro siente y la forma en la que se va deshaciendo de sus fantasmas del pasado y vengando a una madre yonki. El cómo lo hace es uno de de los secretos que guarda el libro y yo no lo voy a desvelar. Un reto que su autor ya propone desde la contraportada: “Os apuesto a que no imagináis cual es el arma con el que doy matarile”. Pero les aviso que este libro tiene algo de perverso, porque cada vez que Andros o Andrés saldan una deuda, con la misma naturalidad que se pisa a unas hormigas, te hace compinche y, aquí es donde entra la perversión, te alegras, porque quien muere se lo tiene más que merecido.